domingo, 8 de marzo de 2015

Pregón de la XXXIII HOGUERA/FALLA de Mancha Real (Jaén) Edición 2.015





A petición de muchos de los asistentes a la lectura del PREGÓN de la XXXIII Hoguera/Falla de San José de Mancha Real, única que se quema fuera de la Comunidad Valenciana y en agradecimiento a quienes me arroparon con su presencia durante el acto, adjunto el texto de dicho pregón. Vaya con él mi homenaje a los organizadores, la Asociación Cultural San José, con más de tres décadas de esforzada dedicación a la "Falla" de Mancha Real, con Juan Francisco Molino a la cabeza, a la Corporación Municipal y a todos quienes colaboran para llevar a buen termino este empeño declarado de interés turístico.


PREGÓN XXXIII HOGUERA DE SAN JOSÉ. MANCHA REAL. 6 marzo de 2015
Pedro A. López Yera

Buenas noches y muchas gracias. Quizá éste más parece un saludo de despedida que un comienzo emocionado, pero lo es, créanme, creedme. Gracias a las autoridades presentes, Sra. Alcaldesa, miembros de la corporación municipal, socios y directivos de la Asociación San José, en especial, a quienes pensaron, quizá en un desvarío al que espero dar cuerpo y responder a la confianza, que podría desarrollar el pregón de esta fiesta de San José que ya se adivina en el horizonte de un pueblo como Mancha Real, el mío, esa tierra donde abrí los ojos por primera vez y a la que siempre he llevado en la mochila, como diría alguno de los ilustres viajeros que por el mundo han sido.

Gracias también a quienes han compartido conmigo los muchos años ya vividos, familia, amigos, muchos de los cuales nos acompañan hoy,  algunos físicamente y otros, prendidos de la generosa nube del recuerdo.

Gracias a esta tierra, repito, de la que siempre me sentí partícipe a pesar de que los avatares de la historia me han hecho estar alejado casi siempre de sus calles, de sus olivos, de su sol.

Esta tierra que, no me cabe duda, fue una de las primeras creaciones de los dioses, esas en las que se pone  mucha más ilusión y toda la carne en el asador. Nuestros campos, nuestras gentes, nuestro carácter tienen mucho que ver con la alegre amanecida del alba preñada de esa luz que solo nosotros tenemos y sabemos disfrutar.

Y esta no es una frase literaria. En mi tierna infancia, allende los siglos pasados, dije adiós a Mancha Real hundido en el regazo de mi madre con apenas meses. La emigración de los años sesenta nos llevó lejos en busca de algún nuevo horizonte. Recorrí caminos sin saberlo pero el tiempo me hizo saber, grabándomelo a sangre, frío y distancia que aquel Euskadi donde recalamos, entonces con el apellido “Vascongadas”, no era mi tierra.

No puedo por menos que recordar las palabras, a veces aliñadas con lágrimas de morriña, de mi madre señalando las colinas que nos rodeaban y afirmando que tras ellas estaba su tierra, sus olivos, las personas que la querían y a quienes ella echaba de menos… Ella siempre supo que volveríamos, siempre me insufló ese espíritu de andaluz en permanente espera de regreso, de niño con ansias de crecer en otros escenarios, menos verdes, menos fríos, con otras miradas, con otra alegría. 

Era como si en su fuero interno resonaran las palabras de Joan Margarit afirmando que la nostalgia no solo se puede tener de la historia vivida, soñada o añorada sino también de la geografía. Los lugares son pinceladas importantes en el óleo que da forma a  nuestra vida. El sitio puede marcarnos más que un hecho. O quizá el hecho sucede por estar en un lugar y no en cualquier otro.

El caso es que Mancha Real era un punto caliente que calmaba el desasosiego, una marca en un mapa imaginario que, sin embargo, existía más allá del universo que aquel niño conocía. Pronto descubrí, además,  que no solo nosotros tuvimos que huir, permítaseme la palabra, al socaire de la necesidad. Muchos otros miembros de la familia tomaron el mismo rumbo al norte y con los mismos objetivos.

Además, paradojas de la historia, muchos tomaron una profesión que a todos nos puede hace evocar ese mundo casi literario de quienes abandonan su tierra: Caminero. ¿Se han parado a pensar?, ¿Os habéis parado a pensar en el significado de esa palabra?  Si la repetimos, caminero, posiblemente nos sonará distinta, como si con cada letra avanzáramos un paso por la senda que nos ha tocado a cada cual. Caminero. Pocos oficios despiertan ese tono conmovedor que, sin cerrar los ojos, nos transporta.

No vamos a recordar los conocidos versos de Machado, pero hacer camino, prepararlo para los demás,  cuidarlo como si en ello les fuera la vida, resultó ser el modus vivendi de mis padres, de mis tíos y de bastantes de sus amigos y conocidos. Caminero. Hacedor, cuidador e impulsor de caminos.

Esos mismos caminos por los que salieron de su tierra y por los que volverían tiempo después aunque dejando en ocasiones mucha vida prendida en el recorrido.

Cantaba Rafael Amor:

 

En el camino aprendí,

que en cuestión de conocer,

de razonar y saber,

es importante, entendí,

mucho más que lo que vi

lo que me queda por ver...

 
Mucho me quedaba por recorrer, ciertamente, pero el camino, siempre de ida y vuelta, nos dejó de nuevo a orillas del olivar. Y hoy mis padres descansan en este pueblo, en esta tierra a la que tanto quisieron, soñaron y añoraron. Su postrera morada es la misma Mancha Real rodeada por los olivos que los vieron nacer, irse y volver.

Esos olivos  de los que Gala escribió: 

 
Mi patria sois; me extinguiré en vosotros

para que empiece todo una vez más.

 
Cesar Vallejo decía que la tierra de los cementerios huele a sangre amada. Hago mías sus palabras y me permito dedicárselas a todos aquellos que regresaron a sus raíces recorriendo de vuelta los caminos para permanecer en ellas para siempre. Todo termina y todo comienza y entre idas y vueltas, entre caminos hollados por pies cansados, nuestro pueblo siguió palpitando en mi vida diaria aun en la distancia.

 
Crecí escuchando nombres como Peñaflor, Soguero, Las Pilas, La Peña del Águila… lugares que se me antojaban escenarios de libros de aventuras en los que imaginaba mil y una historias alimentadas por el recuerdo familiar y por las vacaciones veraniegas en las que volvíamos a casa, pero a Casa con mayúscula. El ruido de la nacional 1 junto a la que vivíamos se trasmutaba en campanadas de iglesia, en canto de pájaros y gallos mañaneros, en alocadas idas y venidas con los primos, en la mirada acuosa del mulo de uno de mis abuelos o de la borrica del otro.  Solo aquí tenían sentido para mí los versos de un Machado escolar que decía a lomos de una enciclopedia manoseada:

 
¡Pardos borriquillos

de ramón cargados,

entre los olivos

Aun hoy, desaparecidas ya las casas de mis abuelos, sus cuadras, sus “cámaras” aquel mundo casi secreto repleto de incitantes detalles aventureros, el rumor de su presencia se me hace presente con solo pisar una de estas calles mancharrealeñas. O al ver los olivos a ambos lados del camino.

Pero dejemos que el recuerdo navegue por el río de la memoria, “flanqueado de voces, sombras y misterios” y dejemos, siguiendo con más palabras de Pedro Molino, otro mancharrealeño juntador de palabras,  “que la aurora del alma nos despierte”.

Antes hablamos de los dioses y de cómo exprimieron su espíritu creador para dar a luz a lugares como este pellizco andaluz en el que nacimos. Mezclar dioses, caminos y olivos no es algo baladí.

Nuestra falla de este año está presidida por Zeus, el padre del Olimpo. Y todos sabemos que nuestros olivos tienen mucho que ver con él y, más concretamente con su divina familia. Recordemos que Zeus tenía una hija, Atenea, una diosa guerrera pero con jurisdicción en justicia y sabiduría, y como tal protectora de las artes y la literatura.

Para refrescar la memoria mitológica diremos que un hermano de Zeus, Poseidón, ese que todos imaginamos con olas alrededor y un tridente feroz en las manos, tenia celos de los territorios que dominaba Zeus y, ni corto  ni perezoso, en un rifirrafe familiar, clavó su tridente en el suelo para hacer brotar un pozo de agua salada significando sus dominios aunque otros dicen que lo que apareció fue un deslumbrante caballo blanco que les daría la victoria. Buenas opciones ambas.

Pero Atenea, más inteligente y menos impulsiva hizo que frente a todos naciera un olivo. Y como no podía ser de otro modo la ciudad quedó para siempre consagrada a ella ya que se determinó por los reconocidos sabios del lugar que aquel árbol era capaz de dar llamas para iluminar, ungüento para calmar heridas y, especialmente, ser un alimento energético y útil.

Hoy no podemos imaginar nuestra tierra sin olivos. Gracias a los fenicios y a los romanos ese regalo de Atenea inundó nuestra tierra convirtiéndola en ese metafórico “mar de olivos” tan querido a escritores y poetas. Cruel ironía para el pobre Poseidón. Su envite no ganó pero su esencia, la de océano verde y fértil, ha permanecido unida indisolublemente a la historia de su enemiga Atenea.

Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero

un día recordar del sol de Homero.

 
Son palabras de Machado que nos permiten ahondar más en el recuerdo, en ese pasado a veces duro, a veces doloroso que precisamente lo es por el sentimiento que nos genera. Decía Mark Twain que llamamos pasado a lo que ya no nos duele. Y por esa regla de tres poco podemos despreciar de ese bagaje que nos acompaña desde niños. ¿Qué es un olivo? Decía Alberti. Y contestaba: es un viejo, viejo, viejo y es un niño con una rama en la frente y colgado en la cintura un saquito todo lleno de aceitunas.

 
Recordar… Homero… palabras que nos acercan casi peligrosamente al título de la falla que nos ha congregado. El poder. Cuenta la Odisea que Zeus dijo a los dioses: Hay que ver cómo se empeñan los hombres en achacarnos todos los males que les acaecen y no se dan cuenta  de que son ellos mismos, con sus propias locuras, quienes los traen.

¡Cuánta verdad! ¡Cuántos desmanes hemos cometido a lo largo de la historia en nombre de los dioses, a veces con mayúscula y a veces con minúscula. El poder nos ha embriagado en casi todas las épocas haciendo que lo que debería ser un servicio a los demás se convierta en un espejismo que todo lo deforma, como los espejos de feria, cruelmente a veces, dolorosamente siempre.

El poder. El rayo de Zeus. Gobernantes por la gracia de dios. Dioses travestidos de faraones o de sádicos emperadores… desgraciado catálogo de episodios que quizá nunca debieron suceder y que generaron guerras y sangre en nombre de divinidades con pies de barro.

Ahí entra nuestra amiga Pandora. Qué mala fama ha arrastrado la pobrecilla a lo largo de los siglos. Su nombre, en realidad, significa “un regalo para todos” o también “la que lo da todo”. Sin embargo, nos ha quedado una versión del mito en la que ella abre su famosa caja y deja escapar todos los males que, desde entonces nos aquejan.  Y me parece injusto. Quien todo lo da es obvio que ofrece todo lo malo, pero también todo lo bueno.  El uso que hicimos de ese regalito ya nos corresponde por completo a los humanos.

Hay una versión poco conocida en la que al abrir la caja, repleta de todo lo bueno y todo lo malo, por algún extraño sortilegio las cosas buenas volaron de nuevo hacia los dioses y, “desgraciaitos” que somos, a nosotros nos quedaron las malas. El caso es justificar lo mucho que hemos desbarrado allende los siglos.

Sin embargo hay un detalle que nos debe hacer confiar en nosotros mismos. Pandora cerró la caja en un momento dado. A lo mejor se compadeció de nosotros o quizá fue un accidente. Versiones hay tantas como colores. Pero quedó algo en la caja. Algo que sabemos que podemos encontrar: la esperanza.

Los males nos sobrevuelan pero la esperanza está a buen recaudo. Quizá es lo que desempolvamos cuando vemos a otra diosa, democrática ella, con la que nos citamos periódicamente: la diosa Urna.  Ante ella hacemos el ejercicio contrario: dejamos fuera todo aquello que nos ha estorbado en el bello ejercicio de ser mejores, metemos en un sobre la esperanza y aguardamos con el alma en vilo para ver cuántas esperanzas ha recopilado la diosa  Urna. Diríase que cuando ella abre al fin su cuerpo translúcido brota en nosotros el ansia de haber alcanzado el nirvana, de haber conseguido encauzar el poder y la gloria y, en ocasiones tanto confiamos en su poder que nos retiramos, alegres y felices o compungidos y con cara de pocos amigos hasta la cita siguiente.

Olvidamos, claro está, que el poder está en nuestras manos siempre y que debemos amasarlo hasta obtener la masa del más preciado pastel junto con ingredientes como  la libertad, el trabajo, la cooperación, la tolerancia…

El poder, como bien simboliza nuestra falla que espera la llama purificadora, es un apéndice de nosotros mismos que solemos regalar a aquellos en quienes confiamos. Es, de nuevo, la esperanza quien nos mueve. Es Pandora, perspicaz y astuta, que nos sigue embaucando con su bien ideado truco. La esperanza es lo último que se pierde. Claro. Ella la tiene guardada. Nosotros más que esperanza tenemos, repito,  confianza en aquellos a quienes damos el poder.                                                                                                                 
 
Unos, honrados,  saben que tendrán que devolverlo y dar cuentas de cómo lo han usado. Otros solo embrollan para alcanzarlo y luego escabullirse por las rendijas del sistema en ocasiones con los bolsillos llenos.

Ahí está de nuevo la dualidad de Pandora. Los que dan el poder y los que lo reciben. Los honrados y los delincuentes. La balanza es muy sensible y fluctúa hacia uno y otro lado en cuanto sopla el viento de la corrupción, que últimamente parece un tornado más que una brisa molesta. Clemenceau dijo que el poder es la más completa de las servidumbres. Lástima que suela olvidarse. Y Tagore agradecía no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas. Profundo pensamiento que puede hacernos cavilar respecto a nuestras ambiciones y deseos.

Los dioses, desconfiados, siguiendo el verso de Alain Bosquet, decían…

No, no,  si ha de haber un ojo, que sea de las montañas;
Si ha de haber una risa, ofrezcámosela al océano para que se anime.
Las palabras para los arroyos…
Y el pensamiento, que de él se adueñen las rocas para conocerse mejor.
Pero,  no, no, decían los dioses, ahorrémonos el error humano.


Parece que todos los dioses han dudado en uno u otro momento de sus propias creaciones y hasta han deseado hacernos desaparecer bajo diluvios torrenciales o lluvias de fuego, pero ahí seguimos, seguramente sin aprender de nuestros errores: Los unos desde un poder que no saben gestionar salvo para producir beneficios, digamos subjetivos. Los otros por aceptar sumisos las idas y venidas de gobernantes, regidores, gobernadores y mandatarios diversos no siempre por la senda del bien común.

Pero,  ¿quién duda que quizá debiéramos despertar?  Decían los versos de   Juan Antonio Mora:

Gente dormida en las nauseas del vacío,

En las cloacas del poder y sus desvaríos.

País dormido en un saco roto de esperanza,

País dormido en la injusticia

En la tos del enfermo,

En la deuda del parado,

En la cólera del preso,

En la fiesta de la desigualdad.

A ti te canto, a ti te hablo.

Ponte al día.

Levántate y anda…

 
Pero la fiesta es la fiesta y el poder, en ella, es solo un concepto que arderá dejando las pavesas flotar sobre nuestras cabezas. Esas figuras de gentes con poder o aspirantes a serlo van a quemarse frente a nuestras narices. Oleremos el dulce perfume del fuego purificador y nos parecerá que todo vuelve a la ceniza primigenia. Eso se llama esperanza, amiga Pandora.

Suelo gris, Cielo rojo… Quedó la luna enredada en el olivar. Versos de Emilio Prados que resumen el ciclo del fuego: gris ceniza, cielo en llamas, luna merodeadora sobre los olivares aspirando bocanadas ardientes en la noche de marzo.

Y luego, grande Blas de Otero, “Vamos a verdear el aire, que todo sea ramos de olivos en el aire. Defenderemos la tierra roja que vigilamos. Puestos en pie de paz, unidos, laboramos. A verdear el aire. Que todo sea ramos de olivos en el aire”

Iremos unidos, festejando alrededor de ese fuego que nos espera en apenas unos días. Llamas que acabarán con ese Zeus de madera y sus pequeños “secuaces” amigos del poder, pero que quizá nos hagan pensar cosas como, por ejemplo, aquella frase de Leonard Cohen “Con el poder mantenemos una relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran el poder ni los gobiernos, las personas se abrazarían”

Abrazarse, bailar, gozar de esa gota de fuego que curará la oscuridad, abrirá nostalgias y avivará espíritus con su llama vestida de espada justiciera, de ruego germinado, de deseo gritado en el silencio del crepitar chispa a chispa… ese es el objetivo del encuentro, del festejo, de las fiestas que se acercan.

No hay sino luz entre ávidas llamas.

No hay sino alegría entre lágrimas rojas.

No hay vacío entre el fuego que asciende.

No hay ceniza domada tras el aquelarre.

Solo el resplandor chisporrotea

Bajo la luna que mira con envidia

A quienes danzan al hilo de la hoguera

Sabiéndose con poder sobre la vida.

 
Estos últimos versos eran de mi propia cosecha, pero, tranquilos,  las palabras se terminan para dejar paso al festejo. La llama del papel se traslada a la madera. El espíritu de la voz se transmuta en ceniza. Los corazones palpitan al unísono junto al crepitar del fuego. El poder se pasea, quizá furioso, recordando aquel aforismo que decía que  los pueblos y el fuego no pueden ser domados nunca. En nuestras manos está al menos que así sea.  

 Si Machado era capaz de descubrir el secreto del mar meditando sobre una gota de rocío, nosotros seremos capaces de ver el futuro en la pavesa que caerá, tímida, ensimismada y etérea sobre nuestras cabezas cuando la Hoguera cumpla su destino. Y ese futuro, lo sé, nos va a sonreír de la forma que nos merecemos y a la que aspiramos.

El pregón termina. Ya casi huele a humo y a fiesta mientras se desgranan pentagramas de fuego. Gracias por compartir estos minutos. San José está a la vuelta de la esquina. Que él, Zeus, Pandora, la divina providencia y vuestros dioses personales os sean propicios.

Ahora sí. El comienzo vuelve a tener sentido: Buenas noches y muchas gracias.

 

Pedro A. López Yera

PREGÓN DE LA XXXIII HOGUERA DE SAN JOSÉ

MANCHA REAL. 6 de marzo de 2015.