A petición de muchos de los asistentes a la lectura del PREGÓN de la XXXIII Hoguera/Falla de San José de Mancha Real, única que se quema fuera de la Comunidad Valenciana y en agradecimiento a quienes me arroparon con su presencia durante el acto, adjunto el texto de dicho pregón. Vaya con él mi homenaje a los organizadores, la Asociación Cultural San José, con más de tres décadas de esforzada dedicación a la "Falla" de Mancha Real, con Juan Francisco Molino a la cabeza, a la Corporación Municipal y a todos quienes colaboran para llevar a buen termino este empeño declarado de interés turístico.
PREGÓN XXXIII HOGUERA
DE SAN JOSÉ. MANCHA REAL. 6 marzo de 2015
Pedro A. López Yera
Buenas noches y muchas gracias. Quizá éste más parece un
saludo de despedida que un comienzo emocionado, pero lo es, créanme, creedme.
Gracias a las autoridades presentes, Sra. Alcaldesa, miembros de la corporación
municipal, socios y directivos de la Asociación San José, en especial, a quienes
pensaron, quizá en un desvarío al que espero dar cuerpo y responder a la
confianza, que podría desarrollar el pregón de esta fiesta de San José que ya se
adivina en el horizonte de un pueblo como Mancha Real, el mío, esa tierra donde
abrí los ojos por primera vez y a la que siempre he llevado en la mochila, como
diría alguno de los ilustres viajeros que por el mundo han sido.
Gracias también a quienes han compartido conmigo los muchos
años ya vividos, familia, amigos, muchos de los cuales nos acompañan hoy, algunos físicamente y otros, prendidos de la
generosa nube del recuerdo.
Gracias a esta tierra, repito, de la que siempre me sentí
partícipe a pesar de que los avatares de la historia me han hecho estar alejado
casi siempre de sus calles, de sus olivos, de su sol.
Esta tierra que, no me cabe duda, fue una de las primeras
creaciones de los dioses, esas en las que se pone mucha más ilusión y toda la carne en el
asador. Nuestros campos, nuestras gentes, nuestro carácter tienen mucho que ver
con la alegre amanecida del alba preñada de esa luz que solo nosotros tenemos y
sabemos disfrutar.
Y esta no es una frase literaria. En mi tierna infancia,
allende los siglos pasados, dije adiós a Mancha Real hundido en el regazo de mi
madre con apenas meses. La emigración de los años sesenta nos llevó lejos en
busca de algún nuevo horizonte. Recorrí caminos sin saberlo pero el tiempo me
hizo saber, grabándomelo a sangre, frío y distancia que aquel Euskadi donde
recalamos, entonces con el apellido “Vascongadas”, no era mi tierra.
No puedo por menos que recordar las palabras, a veces
aliñadas con lágrimas de morriña, de mi madre señalando las colinas que nos
rodeaban y afirmando que tras ellas estaba su tierra, sus olivos, las personas
que la querían y a quienes ella echaba de menos… Ella siempre supo que
volveríamos, siempre me insufló ese espíritu de andaluz en permanente espera de
regreso, de niño con ansias de crecer en otros escenarios, menos verdes, menos
fríos, con otras miradas, con otra alegría.
Era como si en su fuero interno resonaran las palabras de
Joan Margarit afirmando que la nostalgia no solo se puede tener de la historia
vivida, soñada o añorada sino también de la geografía. Los lugares son
pinceladas importantes en el óleo que da forma a nuestra vida. El sitio puede marcarnos más que
un hecho. O quizá el hecho sucede por estar en un lugar y no en cualquier otro.
El caso es que Mancha Real era un punto caliente que calmaba
el desasosiego, una marca en un mapa imaginario que, sin embargo, existía más
allá del universo que aquel niño conocía. Pronto descubrí, además, que no solo nosotros tuvimos que huir,
permítaseme la palabra, al socaire de la necesidad. Muchos otros miembros de la
familia tomaron el mismo rumbo al norte y con los mismos objetivos.
Además, paradojas de la historia, muchos tomaron una
profesión que a todos nos puede hace evocar ese mundo casi literario de quienes
abandonan su tierra: Caminero. ¿Se han parado a pensar?, ¿Os habéis parado a
pensar en el significado de esa palabra? Si la repetimos, caminero, posiblemente nos
sonará distinta, como si con cada letra avanzáramos un paso por la senda que
nos ha tocado a cada cual. Caminero. Pocos oficios despiertan ese tono
conmovedor que, sin cerrar los ojos, nos transporta.
No vamos a recordar los conocidos versos de Machado, pero
hacer camino, prepararlo para los demás,
cuidarlo como si en ello les fuera la vida, resultó ser el modus vivendi
de mis padres, de mis tíos y de bastantes de sus amigos y conocidos. Caminero.
Hacedor, cuidador e impulsor de caminos.
Esos mismos caminos por los que salieron de su tierra y por
los que volverían tiempo después aunque dejando en ocasiones mucha vida prendida
en el recorrido.
Cantaba Rafael Amor:
En el camino aprendí,
que en cuestión de
conocer,
de razonar y saber,
es importante,
entendí,
mucho más que lo que
vi
lo que me queda por
ver...
Mucho me quedaba por
recorrer, ciertamente, pero el camino, siempre de ida y vuelta, nos dejó de
nuevo a orillas del olivar. Y hoy mis padres descansan en este pueblo, en esta
tierra a la que tanto quisieron, soñaron y añoraron. Su postrera morada es la
misma Mancha Real rodeada por los olivos que los vieron nacer, irse y volver.
Esos olivos de los que Gala escribió:
Mi patria sois; me
extinguiré en vosotros
para que empiece todo
una vez más.
Cesar Vallejo decía
que la tierra de los cementerios huele a sangre amada. Hago mías sus palabras y
me permito dedicárselas a todos aquellos que regresaron a sus raíces
recorriendo de vuelta los caminos para permanecer en ellas para siempre. Todo
termina y todo comienza y entre idas y vueltas, entre caminos hollados por pies
cansados, nuestro pueblo siguió palpitando en mi vida diaria aun en la
distancia.
Crecí escuchando
nombres como Peñaflor, Soguero, Las Pilas, La Peña del Águila… lugares que se
me antojaban escenarios de libros de aventuras en los que imaginaba mil y una
historias alimentadas por el recuerdo familiar y por las vacaciones veraniegas
en las que volvíamos a casa, pero a Casa con mayúscula. El ruido de la nacional
1 junto a la que vivíamos se trasmutaba en campanadas de iglesia, en canto de
pájaros y gallos mañaneros, en alocadas idas y venidas con los primos, en la
mirada acuosa del mulo de uno de mis abuelos o de la borrica del otro. Solo aquí tenían sentido para mí los versos de
un Machado escolar que decía a lomos de una enciclopedia manoseada:
¡Pardos borriquillos
de ramón cargados,
entre los olivos
Aun hoy, desaparecidas ya las casas de mis abuelos, sus
cuadras, sus “cámaras” aquel mundo casi secreto repleto de incitantes detalles
aventureros, el rumor de su presencia se me hace presente con solo pisar una de
estas calles mancharrealeñas. O al ver los olivos a ambos lados del camino.
Pero dejemos que el recuerdo navegue por el río de la memoria,
“flanqueado de voces, sombras y misterios” y dejemos, siguiendo con más palabras
de Pedro Molino, otro mancharrealeño juntador de palabras, “que la aurora del alma nos despierte”.
Antes hablamos de los dioses y de cómo exprimieron su
espíritu creador para dar a luz a lugares como este pellizco andaluz en el que
nacimos. Mezclar dioses, caminos y olivos no es algo baladí.
Nuestra falla de este año está presidida por Zeus, el padre
del Olimpo. Y todos sabemos que nuestros olivos tienen mucho que ver con él y,
más concretamente con su divina familia. Recordemos que Zeus tenía una hija, Atenea,
una diosa guerrera pero con jurisdicción en justicia y sabiduría, y como tal protectora
de las artes y la literatura.
Para refrescar la memoria mitológica diremos que un hermano
de Zeus, Poseidón, ese que todos imaginamos con olas alrededor y un tridente
feroz en las manos, tenia celos de los territorios que dominaba Zeus y, ni
corto ni perezoso, en un rifirrafe
familiar, clavó su tridente en el suelo para hacer brotar un pozo de agua
salada significando sus dominios aunque otros dicen que lo que apareció fue un
deslumbrante caballo blanco que les daría la victoria. Buenas opciones ambas.
Pero Atenea, más inteligente y menos impulsiva hizo que
frente a todos naciera un olivo. Y como no podía ser de otro modo la ciudad
quedó para siempre consagrada a ella ya que se determinó por los reconocidos
sabios del lugar que aquel árbol era capaz de dar llamas para iluminar, ungüento
para calmar heridas y, especialmente, ser un alimento energético y útil.
Hoy no podemos imaginar nuestra tierra sin olivos. Gracias a
los fenicios y a los romanos ese regalo de Atenea inundó nuestra tierra
convirtiéndola en ese metafórico “mar de olivos” tan querido a escritores y
poetas. Cruel ironía para el pobre Poseidón. Su envite no ganó pero su esencia,
la de océano verde y fértil, ha permanecido unida indisolublemente a la
historia de su enemiga Atenea.
Bajo tus ramas, viejo
olivo, quiero
un día recordar del
sol de Homero.
Son palabras de
Machado que nos permiten ahondar más en el recuerdo, en ese pasado a veces
duro, a veces doloroso que precisamente lo es por el sentimiento que nos genera.
Decía Mark Twain que llamamos pasado a lo que ya no nos duele. Y por esa regla
de tres poco podemos despreciar de ese bagaje que nos acompaña desde niños.
¿Qué es un olivo? Decía Alberti. Y contestaba: es un viejo, viejo, viejo y es
un niño con una rama en la frente y colgado en la cintura un saquito todo lleno
de aceitunas.
Recordar… Homero… palabras que nos acercan casi
peligrosamente al título de la falla que nos ha congregado. El poder. Cuenta la
Odisea que Zeus dijo a los dioses: Hay que ver cómo se empeñan los hombres en
achacarnos todos los males que les acaecen y no se dan cuenta de que son ellos mismos, con sus propias
locuras, quienes los traen.
¡Cuánta verdad! ¡Cuántos desmanes hemos cometido a lo largo
de la historia en nombre de los dioses, a veces con mayúscula y a veces con
minúscula. El poder nos ha embriagado en casi todas las épocas haciendo que lo
que debería ser un servicio a los demás se convierta en un espejismo que todo
lo deforma, como los espejos de feria, cruelmente a veces, dolorosamente
siempre.
El poder. El rayo de Zeus. Gobernantes por la gracia de dios.
Dioses travestidos de faraones o de sádicos emperadores… desgraciado catálogo
de episodios que quizá nunca debieron suceder y que generaron guerras y sangre
en nombre de divinidades con pies de barro.
Ahí entra nuestra amiga Pandora. Qué mala fama ha arrastrado
la pobrecilla a lo largo de los siglos. Su nombre, en realidad, significa “un
regalo para todos” o también “la que lo da todo”. Sin embargo, nos ha quedado
una versión del mito en la que ella abre su famosa caja y deja escapar todos
los males que, desde entonces nos aquejan.
Y me parece injusto. Quien todo lo da es obvio que ofrece todo lo malo,
pero también todo lo bueno. El uso que
hicimos de ese regalito ya nos corresponde por completo a los humanos.
Hay una versión poco conocida en la que al abrir la caja,
repleta de todo lo bueno y todo lo malo, por algún extraño sortilegio las cosas
buenas volaron de nuevo hacia los dioses y, “desgraciaitos” que somos, a
nosotros nos quedaron las malas. El caso es justificar lo mucho que hemos
desbarrado allende los siglos.
Sin embargo hay un detalle que nos debe hacer confiar en
nosotros mismos. Pandora cerró la caja en un momento dado. A lo mejor se
compadeció de nosotros o quizá fue un accidente. Versiones hay tantas como
colores. Pero quedó algo en la caja. Algo que sabemos que podemos encontrar: la
esperanza.
Los males nos sobrevuelan pero la esperanza está a buen
recaudo. Quizá es lo que desempolvamos cuando vemos a otra diosa, democrática
ella, con la que nos citamos periódicamente: la diosa Urna. Ante ella hacemos el ejercicio contrario:
dejamos fuera todo aquello que nos ha estorbado en el bello ejercicio de ser
mejores, metemos en un sobre la esperanza y aguardamos con el alma en vilo para
ver cuántas esperanzas ha recopilado la diosa
Urna. Diríase que cuando ella abre al fin su cuerpo translúcido brota en
nosotros el ansia de haber alcanzado el nirvana, de haber conseguido encauzar
el poder y la gloria y, en ocasiones tanto confiamos en su poder que nos
retiramos, alegres y felices o compungidos y con cara de pocos amigos hasta la
cita siguiente.
Olvidamos, claro está, que el poder está en nuestras manos
siempre y que debemos amasarlo hasta obtener la masa del más preciado pastel
junto con ingredientes como la libertad,
el trabajo, la cooperación, la tolerancia…
El poder, como bien simboliza nuestra falla que espera la
llama purificadora, es un apéndice de nosotros mismos que solemos regalar a
aquellos en quienes confiamos. Es, de nuevo, la esperanza quien nos mueve. Es
Pandora, perspicaz y astuta, que nos sigue embaucando con su bien ideado truco.
La esperanza es lo último que se pierde. Claro. Ella la tiene guardada.
Nosotros más que esperanza tenemos, repito,
confianza en aquellos a quienes damos el poder.
Unos, honrados, saben
que tendrán que devolverlo y dar cuentas de cómo lo han usado. Otros solo
embrollan para alcanzarlo y luego escabullirse por las rendijas del sistema en
ocasiones con los bolsillos llenos.
Ahí está de nuevo la
dualidad de Pandora. Los que dan el poder y los que lo reciben. Los honrados y
los delincuentes. La balanza es muy sensible y fluctúa hacia uno y otro lado en
cuanto sopla el viento de la corrupción, que últimamente parece un tornado más
que una brisa molesta. Clemenceau dijo que el poder es la más completa de las
servidumbres. Lástima que suela olvidarse. Y Tagore agradecía no ser una de las
ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas.
Profundo pensamiento que puede hacernos cavilar respecto a nuestras ambiciones
y deseos.
Los dioses, desconfiados,
siguiendo el verso de Alain Bosquet, decían…
No, no, si ha de haber un ojo, que sea de las montañas;
Si ha de haber una risa, ofrezcámosela al océano para que se anime.
Las palabras para los arroyos…
Y el pensamiento, que de él se adueñen las rocas para conocerse mejor.
Pero, no, no, decían los dioses, ahorrémonos el error humano.
Parece que todos los dioses han dudado en uno u otro momento
de sus propias creaciones y hasta han deseado hacernos desaparecer bajo
diluvios torrenciales o lluvias de fuego, pero ahí seguimos, seguramente sin
aprender de nuestros errores: Los unos desde un poder que no saben gestionar
salvo para producir beneficios, digamos subjetivos. Los otros por aceptar
sumisos las idas y venidas de gobernantes, regidores, gobernadores y
mandatarios diversos no siempre por la senda del bien común.
Pero, ¿quién duda que
quizá debiéramos despertar? Decían los
versos de Juan Antonio Mora:
Gente dormida en las
nauseas del vacío,
En las cloacas del
poder y sus desvaríos.
País dormido en un
saco roto de esperanza,
País dormido en la
injusticia
En la tos del enfermo,
En la deuda del
parado,
En la cólera del
preso,
En la fiesta de la
desigualdad.
A ti te canto, a ti te
hablo.
Ponte al día.
Levántate y anda…
Pero la fiesta es la fiesta y el poder, en ella, es solo un
concepto que arderá dejando las pavesas flotar sobre nuestras cabezas. Esas
figuras de gentes con poder o aspirantes a serlo van a quemarse frente a
nuestras narices. Oleremos el dulce perfume del fuego purificador y nos
parecerá que todo vuelve a la ceniza primigenia. Eso se llama esperanza, amiga
Pandora.
Suelo gris, Cielo rojo…
Quedó la luna enredada en el olivar. Versos de Emilio Prados que resumen el ciclo del fuego: gris
ceniza, cielo en llamas, luna merodeadora sobre los olivares aspirando
bocanadas ardientes en la noche de marzo.
Y luego, grande Blas de Otero, “Vamos a verdear el aire, que
todo sea ramos de olivos en el aire. Defenderemos la tierra roja que vigilamos.
Puestos en pie de paz, unidos, laboramos. A verdear el aire. Que todo sea ramos
de olivos en el aire”
Iremos unidos, festejando alrededor de ese fuego que nos
espera en apenas unos días. Llamas que acabarán con ese Zeus de madera y sus
pequeños “secuaces” amigos del poder, pero que quizá nos hagan pensar cosas
como, por ejemplo, aquella frase de Leonard Cohen “Con el poder mantenemos una
relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a
otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran el poder ni los gobiernos,
las personas se abrazarían”
Abrazarse, bailar, gozar de esa gota de fuego que curará la
oscuridad, abrirá nostalgias y avivará espíritus con su llama vestida de espada
justiciera, de ruego germinado, de deseo gritado en el silencio del crepitar
chispa a chispa… ese es el objetivo del encuentro, del festejo, de las fiestas
que se acercan.
No hay sino luz entre
ávidas llamas.
No hay sino alegría
entre lágrimas rojas.
No hay vacío entre el
fuego que asciende.
No hay ceniza domada
tras el aquelarre.
Solo el resplandor
chisporrotea
Bajo la luna que mira
con envidia
A quienes danzan al
hilo de la hoguera
Sabiéndose con poder
sobre la vida.
El pregón termina. Ya
casi huele a humo y a fiesta mientras se desgranan pentagramas de fuego. Gracias
por compartir estos minutos. San José está a la vuelta de la esquina. Que él,
Zeus, Pandora, la divina providencia y vuestros dioses personales os sean
propicios.
Ahora sí. El comienzo
vuelve a tener sentido: Buenas noches y muchas gracias.
Pedro A. López Yera
PREGÓN DE LA XXXIII HOGUERA DE
SAN JOSÉ
MANCHA REAL. 6 de marzo de 2015.