Abróchense los cinturones,
colóquense las mascarillas, respiren hondo y lancémonos como si nos dirigiera
King Vidor hacia ese “Paso al Noroeste” que va a ser nuestra meta, aunque
conviene recordar, como en el viejo adagio, que la verdadera meta es y será siempre
el camino, el conocimiento y la interacción con las gentes que por él avanzan. Nos
toparemos con grandes personajes de la historia y con aun mas grandes personas
“de a pie”, trabajadores a la sombra del olivo milenario, de la cerámica
enamorada de la mano y el corazón que la forma, gastrónomos de pro, defensores
de la industria que, tal vez, agoniza a la espera de tiempos floridos,
comerciantes de hatillo y mostrador, soñadores esforzados, jaeneros de alma
altiva y luchadores con sangre y sudor mezclado con la lágrima pero con la
sonrisa anclada en un merecido futuro al alcance de la mano.
Comenzamos. La ruta se abre
camino por el sur. Jabalquinto, tierra alta que se mece sobre el altozano.
Libre de encrucijadas, abierta a la historia. La senda solo conduce a su
esencia. No es ave de paso sino destino final. Quizá una de las más
desconocidas de la comarca a pesar de atesorar algún interesante guiño a los
siglos pasados. Jabalquinto fue un enclave musulmán que controlaba y defendía
el vado del Gualdalquivir. Su nombre se relaciona con la batalla de Quantix,
que nos contó el Condestable Iranzo -que nos acompañará en muchos momentos del
camino- y que acaeció por aquellos lares en 1009 terminando con la derrota de
los musulmanes. Aun hoy se divisan los restos del castillo de Estiviel o Las
Huelgas, cuyos muros, ajados por el viento de la historia nos llevan hasta
Fernando III que lo conquistó allá por 1224. También este monarca aparecerá de
nuevo en el sendero de este noroeste que nos espera. Otra parada imprescindible
es el Palacio de los Benavides, hoy Ayuntamiento. Y no podemos abandonar el
pueblo sin acordarnos de la llegada de Jorge Manrique al Palacio ya que una de
sus hijas contrajo matrimonio con un hijo de Juan de Benavides, señor de
Jabalquinto. Un soplo de brisa literaria que puede envolvernos paseando por las
calles jabalquinteñas dándonos ese toque poético que tanto entusiasma al
viajero.
Avanzamos y divisamos Linares a
la derecha y Bailén a la izquierda. Este último nos mece, de nuevo, en el campo
de batalla: Baecula. Aquí vence Escipión a los cartagineses dando pie a la
expansión romana en Hispania. Visitó la zona Alfonso VII en 1155 junto con otra
de nuestras paradas, de la que hablaremos después: Baños de la Encina. En el XV nos topamos - ¡helo aquí! - con el
Condestable Iranzo que vivía ocasionalmente en el Castillo de Bailén desde el
que organizaba cacerías e incluso corridas de toros. Pero hablar de batallas en
Bailén es hacerlo de la que le ha dado fama universal. Las tropas de Napoleón,
al mando de Dupont, fueron vencidas por vez primera y ello fue posible por el
empuje de los generales Castaños y Reding, otro hito con que apuntalar la
historia de este noroeste jaenero.
Imprescindible asentar en la
mochila unas piezas de la exquisita alfarería de la ciudad, una cerámica de
calidad cuyos hornos proyectan el calor de quienes miman la arcilla al compás
de sus propios latidos.
Linares, encrucijada de caminos,
se asienta sobre un pasado de esplendor minero ya desaparecido. Su nombre
podría derivarse bien del “Luni arae” (Altar de la Luna) de los romanos o del
“Linarum” latino. Curioso trenzado entre Luna y Lino, cielo y tierra, que da a
la zona su peculiar tinte histórico como sucesora del afamado Cástulo, capital
oretana.
Lamentablemente el tejido
industrial asociado a la minería del plomo, plata y cobre se fue deshaciendo a
lo largo de los últimos años incluyendo factorías de renombre como Santa Ana.
El nombre de Land Rover Santana estuvo íntimamente ligado al transporte en el campo
español durante décadas. La malhadada situación económica se ha cebado
especialmente con Linares. Esperemos que, cuan ave fénix vuelva a ser lo que
siempre fue como motor de la provincia.
Sobre Bailén y Linares aparece
Guarromán. Quizá el peculiar nombre de esta población es lo que la hace
aparecer en distintas webs -es la sede de la Asociación Internacional de
Pueblos con Nombres Feos, Raros y Peculiares- pero eso no debería hacernos
olvidar la belleza de su origen: Guadarromán, luego Guarromán, procede del
árabe “Wadi-r-rumman”, que significa “el río de los granados”. Su sola mención
ya nos llena de aromas indescriptiblemente sutiles, de emociones prendidas a la
orilla del paso de los tiempos. La localidad fue fundada dentro del proyecto de
colonización de Sierra Morena impulsado por Carlos III en 1767. Los primeros colonos
fueron alemanes y belgas, aunque también franceses, italianos, austrohúngaros y
suizos, además de familias catalanas, valencianas y gallegas. Hablaremos de
este monarca y de sus planes de colonización en breve ya que toda la zona
creció a su amparo.
Su situación, en el Camino Real entre
Andalucía y Madrid, fue importante en cuanto a su desarrollo, impidiendo, por
ejemplo, que en la ruta abundaran los salteadores y bandoleros. Y por esos
senderos seguimos nuestro particular “Paso al Noroeste”. A aquellos
protagonistas primigenios del film del que hemos tomado el título, Spencer
Tracy, Robert Young, Walter Brennan o Lloyd Bridges podemos encontrarlos en la
imaginación del viajero encarnando a los distintos monarcas, comendadores o
colonos de la zona llenando la pantalla de una historia rica y efervescente que
nos ha llevado a ser como somos. Guiños de la historia que se nos antojan balizas
señalando futuros progresos.
Carboneros nos espera apenas a un
tiro de piedra. De nuevo Carlos III, Olavide y su Fuero de Población son los
artífices de esta localidad. Estamos en Sierra Morena y los olivos nos abrazan,
si cabe, con más fuerza, con ese vigor que nos hace crecer a su sombra, y nos
acompañan hasta nuestra nueva localización: La Carolina.
Ya su nombre nos da pie a pensar
en el impulsor del Fuero de Población. En efecto, La Carolina debe su
denominación a Carlos III, aunque en principio se llamó “La Peñuela” por un
convento de carmelitas del lugar. La ciudad fue elegida como capital de las
Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y se diseñó con ese estilo de “tablero de
ajedrez” que permanece en el trazado de calles y plazas.
El plan de las nuevas poblaciones
dio pie a la creación de cuarenta y cuatro pueblos y once ciudades. Su fin era,
como dijimos antes, limpiar de bandidos los caminos, pero también, y
especialmente, explotar adecuadamente la tierra, generar así riqueza y preparar
el establecimiento de más de diez mil colonos extranjeros, (antes mencionamos
su procedencia) asegurando la ruta Madrid-Cádiz que recogía la práctica
totalidad del tráfico de mercancías del nuevo mundo. Aunque el proceso comenzó con Fernando VI se
asentó con Carlos III cambiando el original proyecto de contratar obreros
alemanes y flamencos para América del Sur por la de traerlos a Sierra Morena a
indicación de Olavide.
Acompañan a La Carolina otros
núcleos cuya denominación vuelve de nuevo a colocarnos en las páginas de la
Historia con mayúscula: Navas de Tolosa, La Fernandina y La Isabela. Estas dos
últimas dejan bien a las claras su origen y de las Navas de Tolosa, en el
entorno cercano de Santa Elena poco podemos decir que las crónicas no nos hayan
detallado ya. La batalla que lleva ese nombre, acaecida en el fácilmente
recordable 1212, enfrentó a tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla,
aragonesas de Pedro II de Aragón, navarras de Sancho VII de Navarra y
voluntarios del Reino de León y del Reino de Portugal contra el califa almohade
Muhammad an-Nasir. El ejército cristiano, arropado por Inocencio III, participó
en lo que podríamos denominar como cruzada hasta el punto de concederse
indulgencias a los participantes. Su triunfo se considera el culmen del proceso
de la Reconquista y desde ese momento se va produciendo paulatinamente el
declive del dominio musulmán.
Caminamos ya por Despeñaperros y,
al hilo de las Navas de Tolosa, hemos de dejar nuestros pasos en Santa Elena.
De nuevo un nombre que tiene raíces inmersas en la historia y no solo por las
curiosas pinturas rupestres que conserva, aunque en mal estado. Una iglesia
dedicada a la emperatriz madre de Constantino, famosa por sus aportes a la
iconografía cristiana, daría nombre a la población quedando Santa Elena como
patrona y alcaldesa perpetua de la localidad.
Algo más a la derecha llegaremos
a Aldeaquemada. Y en ella oiremos el rumor de la cascada de La Cimbarra entre
jaras y encinas. Un lujo para los sentidos. También lo es, y muy especialmente,
el imponente castillo de Baños de la Encina. Los baños hacen referencia a las
muchas aguas subterráneas que recorren el territorio y la encina nos deja una
leyenda en la que la Virgen María se apareció sobre este árbol. Curiosa
conjunción de apelativos que se unen al de Burgalimar, nombre del castillo que
ha hecho famosa a la localidad siendo considerado el más antiguo y mejor
conservado de Europa, concretamente erigido en el siglo X. Una vez mas aparece
en nuestro camino Fernando III que lo conquista en 1225 pasando a la Orden de
Santiago. Por aquel entonces el pueblo pertenecía a Baeza. Solo en 1626 se
“independiza” y obtiene el título de villa.
Nuestro compañero de viaje, el
condestable Lucas de Iranzo, aparece de nuevo en relación con este castillo ya
que, en 1458, en mitad de los enfrentamientos de los nobles castellanos, Enrique
IV le cede la fortaleza al condestable, lo que no fue bien aceptado por la
población La decisión provoca el rechazo y malestar de la población hasta que
la situación se revierte años después.
Qué mejor lugar que este castillo
para completar nuestro particular “paso al Noroeste”. Desde su atalaya
divisamos no ya el paisaje sino el devenir de los siglos. También los hemos
observado claros y diáfanos desde el altozano jabalquinteño, principio y fin de
la ruta que nos ha emplazado a dejarnos los sentidos, las huellas y las miradas
en estos bastiones de nuestra esencia. En la pausa, unas migas, unos andrajos
con liebre, un remojón, unas gachas, la pipirrana, un guiso de venado o de
conejo, unas aceitunas de cornezuelo o un hoyo -o canto- empapado de buen
aceite de oliva virgen extra.
El viajero, atiborrado de buenas
viandas para el cuerpo y de esencias históricas, culturales e instructivas para
el alma, sigue su camino. Jaén y su extensa, rica, suculenta y diversa
multiplicidad siempre tendrá algo nuevo que ofrecerle. La tierra, la luz, el
verde amanecer de los olivos, el fiel sillar de la historia o, tal vez, el
guiño emotivo de un futuro al alcance de la mano. Sin olvidar el sonido lejano
del romance que alguien, tiempo ha, dejó entremezclarse con la brisa de los
olivares…