miércoles, 15 de diciembre de 2021

"Paso al Noroeste" Un viaje a la comarca noroeste de Jaén. Una ruta histórica de rico patrimonio cultural.

 



Abróchense los cinturones, colóquense las mascarillas, respiren hondo y lancémonos como si nos dirigiera King Vidor hacia ese “Paso al Noroeste” que va a ser nuestra meta, aunque conviene recordar, como en el viejo adagio, que la verdadera meta es y será siempre el camino, el conocimiento y la interacción con las gentes que por él avanzan. Nos toparemos con grandes personajes de la historia y con aun mas grandes personas “de a pie”, trabajadores a la sombra del olivo milenario, de la cerámica enamorada de la mano y el corazón que la forma, gastrónomos de pro, defensores de la industria que, tal vez, agoniza a la espera de tiempos floridos, comerciantes de hatillo y mostrador, soñadores esforzados, jaeneros de alma altiva y luchadores con sangre y sudor mezclado con la lágrima pero con la sonrisa anclada en un merecido futuro al alcance de la mano.

Comenzamos. La ruta se abre camino por el sur. Jabalquinto, tierra alta que se mece sobre el altozano. Libre de encrucijadas, abierta a la historia. La senda solo conduce a su esencia. No es ave de paso sino destino final. Quizá una de las más desconocidas de la comarca a pesar de atesorar algún interesante guiño a los siglos pasados. Jabalquinto fue un enclave musulmán que controlaba y defendía el vado del Gualdalquivir. Su nombre se relaciona con la batalla de Quantix, que nos contó el Condestable Iranzo -que nos acompañará en muchos momentos del camino- y que acaeció por aquellos lares en 1009 terminando con la derrota de los musulmanes. Aun hoy se divisan los restos del castillo de Estiviel o Las Huelgas, cuyos muros, ajados por el viento de la historia nos llevan hasta Fernando III que lo conquistó allá por 1224. También este monarca aparecerá de nuevo en el sendero de este noroeste que nos espera. Otra parada imprescindible es el Palacio de los Benavides, hoy Ayuntamiento. Y no podemos abandonar el pueblo sin acordarnos de la llegada de Jorge Manrique al Palacio ya que una de sus hijas contrajo matrimonio con un hijo de Juan de Benavides, señor de Jabalquinto. Un soplo de brisa literaria que puede envolvernos paseando por las calles jabalquinteñas dándonos ese toque poético que tanto entusiasma al viajero. 

Avanzamos y divisamos Linares a la derecha y Bailén a la izquierda. Este último nos mece, de nuevo, en el campo de batalla: Baecula. Aquí vence Escipión a los cartagineses dando pie a la expansión romana en Hispania. Visitó la zona Alfonso VII en 1155 junto con otra de nuestras paradas, de la que hablaremos después: Baños de la Encina.  En el XV nos topamos - ¡helo aquí! - con el Condestable Iranzo que vivía ocasionalmente en el Castillo de Bailén desde el que organizaba cacerías e incluso corridas de toros. Pero hablar de batallas en Bailén es hacerlo de la que le ha dado fama universal. Las tropas de Napoleón, al mando de Dupont, fueron vencidas por vez primera y ello fue posible por el empuje de los generales Castaños y Reding, otro hito con que apuntalar la historia de este noroeste jaenero.

Imprescindible asentar en la mochila unas piezas de la exquisita alfarería de la ciudad, una cerámica de calidad cuyos hornos proyectan el calor de quienes miman la arcilla al compás de sus propios latidos.

Linares, encrucijada de caminos, se asienta sobre un pasado de esplendor minero ya desaparecido. Su nombre podría derivarse bien del “Luni arae” (Altar de la Luna) de los romanos o del “Linarum” latino. Curioso trenzado entre Luna y Lino, cielo y tierra, que da a la zona su peculiar tinte histórico como sucesora del afamado Cástulo, capital oretana.

Lamentablemente el tejido industrial asociado a la minería del plomo, plata y cobre se fue deshaciendo a lo largo de los últimos años incluyendo factorías de renombre como Santa Ana. El nombre de Land Rover Santana estuvo íntimamente ligado al transporte en el campo español durante décadas. La malhadada situación económica se ha cebado especialmente con Linares. Esperemos que, cuan ave fénix vuelva a ser lo que siempre fue como motor de la provincia.

Sobre Bailén y Linares aparece Guarromán. Quizá el peculiar nombre de esta población es lo que la hace aparecer en distintas webs -es la sede de la Asociación Internacional de Pueblos con Nombres Feos, Raros y Peculiares- pero eso no debería hacernos olvidar la belleza de su origen: Guadarromán, luego Guarromán, procede del árabe “Wadi-r-rumman”, que significa “el río de los granados”. Su sola mención ya nos llena de aromas indescriptiblemente sutiles, de emociones prendidas a la orilla del paso de los tiempos. La localidad fue fundada dentro del proyecto de colonización de Sierra Morena impulsado por Carlos III en 1767. Los primeros colonos fueron alemanes y belgas, aunque también franceses, italianos, austrohúngaros y suizos, además de familias catalanas, valencianas y gallegas. Hablaremos de este monarca y de sus planes de colonización en breve ya que toda la zona creció a su amparo.

Su situación, en el Camino Real entre Andalucía y Madrid, fue importante en cuanto a su desarrollo, impidiendo, por ejemplo, que en la ruta abundaran los salteadores y bandoleros. Y por esos senderos seguimos nuestro particular “Paso al Noroeste”. A aquellos protagonistas primigenios del film del que hemos tomado el título, Spencer Tracy, Robert Young, Walter Brennan o Lloyd Bridges podemos encontrarlos en la imaginación del viajero encarnando a los distintos monarcas, comendadores o colonos de la zona llenando la pantalla de una historia rica y efervescente que nos ha llevado a ser como somos. Guiños de la historia que se nos antojan balizas señalando futuros progresos.

Carboneros nos espera apenas a un tiro de piedra. De nuevo Carlos III, Olavide y su Fuero de Población son los artífices de esta localidad. Estamos en Sierra Morena y los olivos nos abrazan, si cabe, con más fuerza, con ese vigor que nos hace crecer a su sombra, y nos acompañan hasta nuestra nueva localización: La Carolina.

Ya su nombre nos da pie a pensar en el impulsor del Fuero de Población. En efecto, La Carolina debe su denominación a Carlos III, aunque en principio se llamó “La Peñuela” por un convento de carmelitas del lugar. La ciudad fue elegida como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y se diseñó con ese estilo de “tablero de ajedrez” que permanece en el trazado de calles y plazas.

El plan de las nuevas poblaciones dio pie a la creación de cuarenta y cuatro pueblos y once ciudades. Su fin era, como dijimos antes, limpiar de bandidos los caminos, pero también, y especialmente, explotar adecuadamente la tierra, generar así riqueza y preparar el establecimiento de más de diez mil colonos extranjeros, (antes mencionamos su procedencia) asegurando la ruta Madrid-Cádiz que recogía la práctica totalidad del tráfico de mercancías del nuevo mundo.  Aunque el proceso comenzó con Fernando VI se asentó con Carlos III cambiando el original proyecto de contratar obreros alemanes y flamencos para América del Sur por la de traerlos a Sierra Morena a indicación de Olavide.

Acompañan a La Carolina otros núcleos cuya denominación vuelve de nuevo a colocarnos en las páginas de la Historia con mayúscula: Navas de Tolosa, La Fernandina y La Isabela. Estas dos últimas dejan bien a las claras su origen y de las Navas de Tolosa, en el entorno cercano de Santa Elena poco podemos decir que las crónicas no nos hayan detallado ya. La batalla que lleva ese nombre, acaecida en el fácilmente recordable 1212, enfrentó a tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, aragonesas de Pedro II de Aragón, navarras de Sancho VII de Navarra y voluntarios del Reino de León y del Reino de Portugal contra el califa almohade Muhammad an-Nasir. El ejército cristiano, arropado por Inocencio III, participó en lo que podríamos denominar como cruzada hasta el punto de concederse indulgencias a los participantes. Su triunfo se considera el culmen del proceso de la Reconquista y desde ese momento se va produciendo paulatinamente el declive del dominio musulmán.

Caminamos ya por Despeñaperros y, al hilo de las Navas de Tolosa, hemos de dejar nuestros pasos en Santa Elena. De nuevo un nombre que tiene raíces inmersas en la historia y no solo por las curiosas pinturas rupestres que conserva, aunque en mal estado. Una iglesia dedicada a la emperatriz madre de Constantino, famosa por sus aportes a la iconografía cristiana, daría nombre a la población quedando Santa Elena como patrona y alcaldesa perpetua de la localidad.

Algo más a la derecha llegaremos a Aldeaquemada. Y en ella oiremos el rumor de la cascada de La Cimbarra entre jaras y encinas. Un lujo para los sentidos. También lo es, y muy especialmente, el imponente castillo de Baños de la Encina. Los baños hacen referencia a las muchas aguas subterráneas que recorren el territorio y la encina nos deja una leyenda en la que la Virgen María se apareció sobre este árbol. Curiosa conjunción de apelativos que se unen al de Burgalimar, nombre del castillo que ha hecho famosa a la localidad siendo considerado el más antiguo y mejor conservado de Europa, concretamente erigido en el siglo X. Una vez mas aparece en nuestro camino Fernando III que lo conquista en 1225 pasando a la Orden de Santiago. Por aquel entonces el pueblo pertenecía a Baeza. Solo en 1626 se “independiza” y obtiene el título de villa.

Nuestro compañero de viaje, el condestable Lucas de Iranzo, aparece de nuevo en relación con este castillo ya que, en 1458, en mitad de los enfrentamientos de los nobles castellanos, Enrique IV le cede la fortaleza al condestable, lo que no fue bien aceptado por la población La decisión provoca el rechazo y malestar de la población hasta que la situación se revierte años después.

Qué mejor lugar que este castillo para completar nuestro particular “paso al Noroeste”. Desde su atalaya divisamos no ya el paisaje sino el devenir de los siglos. También los hemos observado claros y diáfanos desde el altozano jabalquinteño, principio y fin de la ruta que nos ha emplazado a dejarnos los sentidos, las huellas y las miradas en estos bastiones de nuestra esencia. En la pausa, unas migas, unos andrajos con liebre, un remojón, unas gachas, la pipirrana, un guiso de venado o de conejo, unas aceitunas de cornezuelo o un hoyo -o canto- empapado de buen aceite de oliva virgen extra.

El viajero, atiborrado de buenas viandas para el cuerpo y de esencias históricas, culturales e instructivas para el alma, sigue su camino. Jaén y su extensa, rica, suculenta y diversa multiplicidad siempre tendrá algo nuevo que ofrecerle. La tierra, la luz, el verde amanecer de los olivos, el fiel sillar de la historia o, tal vez, el guiño emotivo de un futuro al alcance de la mano. Sin olvidar el sonido lejano del romance que alguien, tiempo ha, dejó entremezclarse con la brisa de los olivares…

 (Publicado en DIARIO JAÉN el 15 de diciembre de 2021)

 

 

martes, 7 de diciembre de 2021

La conjunción perfecta: Lorca, Gibson, Bernarda, y Poncia.

 


Bernarda, la gran Bernarda de nuestra literatura, la que Lorca hizo brotar de la realidad transmutándola en mito, pasó hace escasas semanas por nuestro Jaén. Nos dejó ese poso que solo Federico era capaz de imprimir en sus historias, en sus personajes, en la mirada, latido y sentimiento de quienes disfrutamos, sufrimos y nos hacemos mil y una preguntas tras ese reflejo en el que nos obliga a navegar sacando los remos que guardamos en lo más profundo.

Bernarda Alba no termina cuando cae el telón. El personaje y su círculo, como en esas ensoñaciones en que los libros cobran vida cuando los aparcamos, momentánea o perennemente, en la estantería de lo releído, vibran más allá de lo que Lorca dibujó. Su existencia no puede resistirse a seguir. Y nosotros no podemos permitirnos abandonar a esos personajes que nos restriegan sin piedad las mil y una facetas que nos hacen brillar o sumirnos en la oscuridad de lo que somos.

Bernarda y Poncia se asoman al universo de nuevo. Ha pasado el tiempo y la luz ajada de sus huellas, ausencias y lágrimas late sin pausa llenando el escenario y, también, nuestra ansiedad por compartir su peripecia vital.  Los dos personajes se enzarzan en el difícil enfrentamiento de lo que sabemos que fue, lo que creímos entender, lo que solo se esbozó, lo que imaginamos sin apenas constancia y lo que, sorpresiva y dramáticamente, nos aclara la realidad, el poso que las hizo crecer, desmoronarse, construirse máscaras y veladuras o “expirarse” hacia dentro como afirma Bernarda en esa “continuación” que tan precisa y ajustadamente ha escrito Pilar Ávila -que además la interpreta junto a Pilar Civera- y que nos asombra, aturde y emociona.

Traiciones, tragedias, secretos, confesiones se dan la mano para dibujar el futuro intuido de dos personajes, Bernarda y Poncia, que viven frente a nosotros su postrer dialogo, su entrega final, ese estertor que las coloca en un universo tan lorquiano que se hace difícil desentrañar dónde empieza y acaba Federico y nace y crece Pilar Ávila como madre de esa dramaturgia que, dirigida por Manuel Galiana -otro grande de nuestro teatro- se representa actualmente en el Lara madrileño.

Hasta allí nos llevó ese gusanillo de los escenarios hace apenas horas. Y, quizá por esa cercanía en el tiempo, la sombra de Bernarda y su “fiel” Poncia nos siguen acompañando sin que sus miradas hayan dejado de seguirnos.

Pero la sorpresa no había terminado con el disfrute de unas interpretaciones magníficas, un texto sublime y un montaje memorable. No. El encuentro con Bernarda, con Lorca en suma, nos tenía preparado otro momento remarcable. Sabido era que la obra cuenta con la aquiescencia y el soporte del afamado historiador y estudioso de García Lorca, Ian Gibson. Algún que otro artículo y comentario conocíamos al respecto y, por ello, cuando unas butacas más allá descubrimos que Gibson asistía a la misma representación no pude resistir el impulso de acercarme, saludarle efusivamente y agradecerle su labor. Exquisito en el trato y con esa peculiar voz dada al acento inglés ya casi desvanecido, compartimos unos instantes en los que la conjunción Bernarda-Lorca-Gibson nos atrapó como si el giro solemne de las constelaciones, literarias por supuesto, adoptara una velocidad mareante y dejara cada uno de los poros especialistas en el disfrute del buen teatro, abiertos y dispuestos para ser penetrados sin piedad por la fiereza de una Bernarda ajena a la imagen que de ella tenemos, por las investigaciones de Gibson y por el soplo siempre presente de un Federico redivivo que posa su mano, su sonrisa, sobre sus personajes, libres ya, autónomos, sencillamente vivos para siempre. Quizá como él mismo.

La representación terminó. Los aplausos atronaron la sala y la magia se refugió, de nuevo, en el corazón de quienes ya sabemos mucho más de Bernarda y de Poncia. Las actrices se retiraron tras los focos. El fresco de la noche nos acogió a todos mientras Gibson avanzaba solo calle abajo. Se diría que susurraba casi en silencio, quizá con una sombra bajo la farola de la esquina. Nos miramos y supimos que aquel reflejo sobre los adoquines era Federico.

“Silencio, que nadie diga nada” pareció que nos decían -así se subtitula la obra- cuando la distancia era ya parte de la noche. Y nada dijimos. Bernarda y Poncia estaban escuchando…

Pedro A. López Yera (Publicado en DIARIO JAÉN el 7/12/2021)