viernes, 17 de abril de 2020

LA SOMBRA DE LO QUE FUIMOS. En homenaje al escritor LUIS SEPÚLVEDA. Fallecido por coronavirus.





Otra pluma que ha caído víctima del coronavirus, Luis Sepúlveda, -estimulante y premiado “contador” de historias- nos da pie a elucubrar sobre qué pasará ese “día después” que añoramos desde esta confinada y perdida libertad. El título de una de sus obras, “La sombra de lo que fuimos”, podría aportarnos, entre otras, esa lúgubre imagen que nos resistimos siquiera a imaginar. ¿Cómo y cuándo saldremos de esta situación?
Incluso cuando el mundo respiraba apuntando a la guerra fría o a la amenaza atómica, planteamientos como el que ahora vivimos sólo se contemplaban como guiones de una ficción solo posible en pantallas, libros o mentes calenturientas. A finales de los cincuenta, “La hora final” un film de Stanley Kramer, mostraba un mundo devastado por una guerra nuclear en el que solo queda un pequeño reducto en Australia donde la vida aún continúa, pero por poco tiempo. Algo después, en los primeros ochenta, una tvmovie estrenada en cines, “El día después” nos planteaba el dilema de qué hacer tras el desastre. Y Luis Sepúlveda, cuya pérdida lamentamos hoy,  nos planteaba un título premonitorio: “Los miedos, las vidas, las muertes y otras alucinaciones”.
No estamos en semejante disyuntiva, por supuesto, pero sí ante una crisis nunca antes conocida en nuestro tiempo. Y esta situación, que indudablemente solventaremos con mucho esfuerzo, tendrá asimismo un “día después”.  
Si volvemos a la obra de Sepúlveda nos topamos con otros títulos como “Mundo del fin del mundo” o “El fin de la historia” y, con solo mencionarlos, se nos podría apagar una esperanza que no podemos permitirnos perder.
Muchos estudios parecen indicar que nada volverá a ser igual, o al menos, que el concepto social que hasta ahora nos ha acompañado tardará mucho en asentarse de nuevo. Las acciones, decisiones y propuestas que ahora se tomen van a diseñar un mundo diferente en los próximos tiempos. No hablamos sólo de la sanidad, que será un campo a rediseñar, también de la economía, la política, la educación y la cultura, por citar algunos de los puntos que definen una sociedad.
Si se generaliza el teletrabajo, si se descubre que las clases pueden dejar de ser presenciales y que el resultado no varía, si ahondamos en ese distanciamiento social al que ahora nos vemos abocados, si las comunicaciones se ralentizan, los viajes se reducen drásticamente, los encuentros multitudinarios, a los que somos tan aficionados, se cercenan, si aceptamos sin rechistar que se nos vigile, se nos confine y se nos monitorice en aras de una protección que el Estado nos ofrece, a pesar de ser medidas temporales podrían ir tomando cuerpo en un futuro que ya no será distópico sino real, no imaginado sino cierto.
¿Aumentarán los impulsos nacionalistas aislacionistas para protegerse el Estado? ¿Se desinflará la solidaridad entre países? ¿Desarrollaremos una especie de “Gran Hermano” colectivo en el que la tecnología nos invada hasta extremos insospechados? Estamos en un momento histórico en el que, por primera vez, sería posible vigilarnos a todos todo el tiempo. Se nos aparecen fantasmas manejados por Orwell o Huxley y “Un mundo feliz” o “1984” parecen asaltarnos sin remisión.
¿Serán nuestros datos biomédicos, al alcance del Estado, la clave de nuestro movimiento social? Es curioso, duro y doloroso pensar que una infinitesimal partícula libre en nuestro sistema de vida pueda retrotraernos a épocas en las que la muerte nos acechaba por la calle y nos impida tocar, abrazar, besar y sentirnos humanos con otro humano al lado. Esperemos al día después y descubramos entonces si somos o no los mismos que una vez fuimos.
Mientras tanto, juguemos con “Un perro llamado Leal”, con la “ballena blanca”, con “la gaviota y el gato que le enseñó a volar” o seamos, por unos instantes, el “viejo que leía novelas de amor” mientras el sol de la tarde, cayendo tras la ventana, nos recuerda que la vida continúa más allá de los dominios ahora cercados por el virus.
Queremos que esa distancia social que nos diluye frente a los demás pueda desvanecerse, que quienes la sobrepasan no sean, no seamos, un “killer sentimental” -otra obra de Sepúlveda- y seamos capaces de recorrer otra piel, otra boca, otro cuerpo distinto al nuestro sin miedo, sin sentirnos culpables por el otro y por nosotros mismos sino conjugando una nueva  Idea de la Felicidad”.
Todo llegará, seguro, pero como bien nos sugería Luis Sepúlveda en una de sus fábulas, “Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud”, apresurarse nunca será la llave de la solución. La calma, el sosiego, la paciencia, la perseverancia y un buen chorrito de resignación nos llevarán al triunfo.  Que nuestras acciones imprudentes no puedan formar parte de una “Antología irresponsable”.  “Volveremos a ser los que fuimos.
Luis Sepúlveda. Descanse en Paz.

PUBLICADO EN DIARIO JAÉN 17.04.2020

sábado, 11 de abril de 2020

Cachitos de tele y virus.



Recorren las redes, refugio de soledades confinadas en este tiempo de pandemia, mensajes de gentes de variopintas edades que han descubierto unos y revisitado otros los viejos, antiguos, añorados y vueltos a la vida programas de televisión que poblaron nuestra época de tierna infancia y florecida juventud. Páginas como “YouTube” o “RTVE a la carta”, entre otras, nos dejan husmear en los archivos audiovisuales escondidos en lo más profundo de nuestro recuerdo. Al socaire de, por ejemplo, el treinta aniversario de la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente, acaecido hace apenas semanas, muchos de quienes permanecemos recluidos por culpa de ese “bicho coronado”, nos hemos acercado a sus programas y, al tararear su archifamosa sintonía, nos trasladamos a otro tiempo en que la libertad no estaba cercenada. Recorremos con él sierras y campiñas, cuevas y altozanos, para sentir el aire en la cara, la tierra bajo los pies y el beso cálido de la naturaleza en lo más íntimo. Pequeños placeres que ahora nos están vedados. De “El hombre y la Tierra” a “Planeta azul”, Félix nos dejaba pasear por un mundo que nos fascinaba y que, por tanto, generaba audiencias millonarias en la tele-única del momento.  Y para “otros mundos” esotéricos, nada mejor que acudir al Doctor Jiménez del Oso y su “Mas allá”.
Además de Félix y de algún otro divulgador como Miguel de la Cuadra Salcedo o Jesús González Green, por citar solo a alguno de aquellos intrépidos aventureros periodistas que nos abrían un universo físico, lejano y casi siempre inalcanzable si no fuera por el catódico viaje, otros muchos programas nos dejaron honda huella en eso que se llama “cultura” y que no siempre sabemos definir. ¿Lo eran las profundas entrevistas de Soler Serrano en “A fondo”? ¿Y las tertulias vespertinas de domingo a cargo de Fernando Fernán Gómez?
Alimento para el espíritu entonces y ahora eran las múltiples escapadas teatrales que nos abría el escenario del “Estudio 1”, del “Pequeño teatro”, de “Cuentos y Leyendas”, de “Ficciones” o el capitular despliegue de “Novela” día tras día, semana tras semana, sin dejar de temblar frente a aquellas “Historias para no dormir” de Ibáñez Serrador.
Sería imposible mencionar tantas y tantas obras, tantos y tantos autores, que desfilaron por aquellas pantallas de “glorioso blanco y negro” como diría Garci refiriéndose al cine. Nombrar solamente “Doce hombres sin piedad”, “El conde de Montecristo”, “Casa de muñecas”, Dialogo de Carmelitas”, “El alcalde de Zalamea”, “Crimen y castigo” “La vida es sueño”, “El mercader de Venecia”, “Peribañez y el comendador de Ocaña”, “El avaro”, “Don Juan” o “La muerte de un viajante” es dejarse en el tintero a gran parte del imaginario teatral de nuestra historia tanto española como mundial que se daban cita en la pequeña pantalla y agrupaban frente a ella a familias enteras. Y no olvidamos a Mihura, los Álvarez Quintero, Arniches o, ya más cercano en el tiempo, al inefable Alfonso Paso o el caricaturesco Álvaro de la Iglesia, miembros ya de categorías más ligeras pero que abrazaban el espíritu de aquellos que se sentaban ante las pantallas quizá para olvidar el ambiente que les rodeaba en tiempos complicados.
Se diría que ahora ese abanico de posibilidades está hurtado a los espectadores sencillos habiéndose trasladado a las redes, aunque estas sigan otro tipo de prioridades más tendentes a la diversión y al esparcimiento sin límites -nunca mejor, o peor, dicho- que, a mantener, aumentar o favorecer un nivel cultural sano y adecuado.
Otra ventana a la juventud que el COVID 19 nos ha abierto sin pretenderlo es la de aquella música que nos llegaba de manos de los primeros entusiastas que buscaban en el Reino Unido, Francia o EE.UU. las novedades que presentaban con un ojo puesto en la mano censora que podía eliminar canciones con solo chasquear los dedos. José María Íñigo, luego asociado a los programas espectáculo de entrevistas y actuaciones, fue uno de los pioneros con aquel “Último grito” o “Ritmo 70”, dirigido nada menos que por Pilar Miró. Aquel bigote significó mucho más que su simple acepción de apéndice capilar para convertirse en marca identitaria de otra forma de ver, escuchar y saborear la música de los sesenta y setenta antes de llegar a su “Estudio Abierto” o a “Fantástico”. Tampoco podemos olvidar y mucho menos dejar de revisitar, “Galas del Sábado”, “A todo ritmo”, “Aplauso” y, en especial, “La edad de oro”, escaparate ochentero de la movida madrileña, que difundió las nuevas corrientes musicales y culturales emergentes siempre de la mano de la recordada Paloma Chamorro. Para descubrir nuevos talentos ya se contaba con “Gente Joven” mucho antes de OT.
Aquella nueva forma de entender televisivamente la cultura arrasó también en el apartado infantil con “La bola de cristal”, cada vez más reivindicada como germen de tantas otras aventuras. Alaska, Pablo Carbonell, Pedro Reyes y tanto otros servían de coro a los Electroduendes y a la siempre fiera “Bruja Avería”. Tiempos que nos ponen la piel de gallina y los pelos erizados son solo recordarlos y ver cómo hemos cambiado nosotros y el país. Muchos de aquellos contenidos no pasarían hoy el rasero de lo políticamente correcto. Para otros, Torrebruno o Los Payasos de la Tele son, asimismo, puntos de interés nostálgico que poder recuperar y volver a ser niños con permiso del COVID 19.
La diversión tenía, por aquel entonces, también su tinte cultural. Concursos como “Un millón para el mejor”, “Las diez de últimas”, “El tiempo es oro” y muchos más entre los que no podemos dejar de lado el favorito de la “muchachada” de la época: “Cesta y Puntos” o el mayor de todos ellos “Un, dos, tres, responda otra vez”, proveedor de coches y apartamentos en Torrevieja a buena parte de la población concursante.
Todos estos programas, solo una pequeña muestra de lo que la memoria atesora, están ahora disponibles para su disfrute en este confinamiento obligado. Si el coronavirus ha hecho que la naturaleza se libre temporalmente de nuestro acoso, también puede conseguir que nos libremos nosotros de la bazofia que llena nuestros televisores. Hay cachitos de tele clásica que nos pueden evadir de la telebasura imperante. Bienvenidos sean.

Publicado en DIARIO JAÉN. 11.04.2020