Otra pluma que ha caído víctima
del coronavirus, Luis Sepúlveda, -estimulante y premiado “contador” de
historias- nos da pie a elucubrar sobre qué pasará ese “día después” que
añoramos desde esta confinada y perdida libertad. El título de una de sus
obras, “La sombra de lo que fuimos”, podría aportarnos, entre
otras, esa lúgubre imagen que nos resistimos siquiera a imaginar. ¿Cómo y
cuándo saldremos de esta situación?
Incluso cuando el mundo respiraba
apuntando a la guerra fría o a la amenaza atómica, planteamientos como el que
ahora vivimos sólo se contemplaban como guiones de una ficción solo posible en
pantallas, libros o mentes calenturientas. A finales de los cincuenta, “La
hora final” un film de Stanley Kramer, mostraba un mundo devastado por
una guerra nuclear en el que solo queda un pequeño reducto en Australia donde
la vida aún continúa, pero por poco tiempo. Algo después, en los primeros
ochenta, una tvmovie estrenada en cines, “El día después”
nos planteaba el dilema de qué hacer tras el desastre. Y Luis Sepúlveda, cuya
pérdida lamentamos hoy, nos planteaba un
título premonitorio: “Los miedos, las vidas, las muertes y otras
alucinaciones”.
No estamos en semejante
disyuntiva, por supuesto, pero sí ante una crisis nunca antes conocida en
nuestro tiempo. Y esta situación, que indudablemente solventaremos con mucho
esfuerzo, tendrá asimismo un “día después”.
Si volvemos a la obra de
Sepúlveda nos topamos con otros títulos como “Mundo del fin del mundo”
o “El fin de la historia” y, con solo mencionarlos, se nos podría
apagar una esperanza que no podemos permitirnos perder.
Muchos estudios parecen indicar
que nada volverá a ser igual, o al menos, que el concepto social que hasta
ahora nos ha acompañado tardará mucho en asentarse de nuevo. Las acciones,
decisiones y propuestas que ahora se tomen van a diseñar un mundo diferente en
los próximos tiempos. No hablamos sólo de la sanidad, que será un campo a
rediseñar, también de la economía, la política, la educación y la cultura, por
citar algunos de los puntos que definen una sociedad.
Si se generaliza el teletrabajo,
si se descubre que las clases pueden dejar de ser presenciales y que el
resultado no varía, si ahondamos en ese distanciamiento social al que ahora nos
vemos abocados, si las comunicaciones se ralentizan, los viajes se reducen
drásticamente, los encuentros multitudinarios, a los que somos tan aficionados,
se cercenan, si aceptamos sin rechistar que se nos vigile, se nos confine y se
nos monitorice en aras de una protección que el Estado nos ofrece, a pesar de
ser medidas temporales podrían ir tomando cuerpo en un futuro que ya no será
distópico sino real, no imaginado sino cierto.
¿Aumentarán los impulsos
nacionalistas aislacionistas para protegerse el Estado? ¿Se desinflará la
solidaridad entre países? ¿Desarrollaremos una especie de “Gran Hermano”
colectivo en el que la tecnología nos invada hasta extremos insospechados?
Estamos en un momento histórico en el que, por primera vez, sería posible
vigilarnos a todos todo el tiempo. Se nos aparecen fantasmas manejados por
Orwell o Huxley y “Un mundo feliz” o “1984” parecen
asaltarnos sin remisión.
¿Serán nuestros datos biomédicos,
al alcance del Estado, la clave de nuestro movimiento social? Es curioso, duro
y doloroso pensar que una infinitesimal partícula libre en nuestro sistema de
vida pueda retrotraernos a épocas en las que la muerte nos acechaba por la
calle y nos impida tocar, abrazar, besar y sentirnos humanos con otro humano al
lado. Esperemos al día después y descubramos entonces si somos o no los mismos
que una vez fuimos.
Mientras tanto, juguemos con “Un
perro llamado Leal”, con la “ballena blanca”, con “la
gaviota y el gato que le enseñó a volar” o seamos, por unos instantes,
el “viejo que leía novelas de amor” mientras el sol de la tarde,
cayendo tras la ventana, nos recuerda que la vida continúa más allá de los
dominios ahora cercados por el virus.
Queremos que esa distancia social
que nos diluye frente a los demás pueda desvanecerse, que quienes la sobrepasan
no sean, no seamos, un “killer sentimental” -otra obra de
Sepúlveda- y seamos capaces de recorrer otra piel, otra boca, otro cuerpo
distinto al nuestro sin miedo, sin sentirnos culpables por el otro y por
nosotros mismos sino conjugando una nueva “Idea de la Felicidad”.
Todo llegará, seguro, pero como
bien nos sugería Luis Sepúlveda en una de sus fábulas, “Historia de un
caracol que descubrió la importancia de la lentitud”, apresurarse nunca
será la llave de la solución. La calma, el sosiego, la paciencia, la
perseverancia y un buen chorrito de resignación nos llevarán al triunfo. Que nuestras acciones imprudentes no puedan
formar parte de una “Antología irresponsable”. “Volveremos a ser los que fuimos.
Luis Sepúlveda. Descanse en Paz.
PUBLICADO EN DIARIO JAÉN 17.04.2020