Ayer, 25 de julio, tuve el honor de ser el pregonero de las fiestas de Nuestro Padre Jesús de Jabalquinto. El reencuentro con antiguos alumnos, con sus familias, con el pueblo donde desarrollé mi labor docente durante más de veinte años fue verdaderamente emocionante. Esos momentos, esos abrazos, ese afecto, me hicieron por un lado volver a sentirme "maestro" y por otro me rejuvenecieron hasta aquel tiempo en que las aulas de Jabalquinto fueron mi segundo hogar. A modo de homenaje, este es el texto del pregón de las fiestas 2015:
PREGÓN FIESTAS NUESTRO PADRE JESÚS.
JABALQUINTO 2015.
Pedro Antonio López Yera
Buenas noches a todos y a todas. Creo que es obligado
comenzar agradeciendo a vuestro alcalde, a mi antiguo alumno Pedro a quien creo
poder llamar amigo y a su corporación municipal, el haber pensado en mi como
pregonero de estas fiestas de 2015.
Ayer podíamos ver en la última página de Diario JAÉN un
titular que decía que Jabalquinto es un lugar al que siempre volver. Eran
palabras de un antiguo alumno, Juan Pedro García Lérida, hijo de Manuel, el
Herrero, el del Taller, que fue protagonista de unos versillos que le dediqué.
Esa frase me viene como anillo al dedo para comenzar. Volver es un verbo que
suena a Tango, a canción triste por cuanto implica que uno se ha ido
previamente. Pero trae también la enérgica sacudida del reencuentro. En mi
caso, obviamente no he nacido aquí aunque sí que pasé veintitantos años
compartiendo aula con vosotros, con ustedes. Con muchos de los que hoy estáis
aquí he vivido no solamente las escaramuzas propias del aprender día a día en
una escuela –palabra que me gusta mucho
más que la de colegio- sino, al menos eso quiero pensar, también las de ir abriéndose camino en una asignatura
que nunca aparece en los programas escolares pero que es la más importante que
tanto el alumno como el maestro deben desarrollar. Esa materia es nada más y
nada menos que Aprender a vivir.
Cuando Pedro se puso en contacto conmigo para ofrecerme este
inmenso honor, me comentó que haber intentado que la sociedad jabalquinteña
avance en sus principios y valores era uno de los puntos principales a tener en
cuenta a la hora de ofrecer este, llamémosle cargo, a las personas que podrían
desempeñarlo.
Ni que decir tiene que la actividad de un enseñante, de un
maestro, siempre está relacionada con esa labor, con ese intento de que quienes
son en un momento niños y niñas ansiosos de aprender y crecer lo hagan con la
mirada puesta en crear una sociedad más justa, libre, crítica e inmersa en unos
valores de responsabilidad y apertura de miras.
Pensar que en algo, en una mínima proporción, mi modesto
aporte a que Jabalquinto haya avanzado en esa dirección haya tenido un éxito
que me apresuro a compartir con mis compañeros docentes de entonces y de ahora
mismo, algunos de los cuales nos acompañan hoy, es algo que me llena de íntima
satisfacción ya que ¿Cuál si no es el objetivo principal de nuestra labor como
maestros?
Se dice que Einstein dijo una vez: “Sincronízate con la frecuencia de la realidad que quieres y no podrás hacer otra cosa que conseguirla”. Quiero pensar que eso es lo que siempre intenté en mi labor docente. Si lo conseguí o no es a mis alumnos, a sus familias, a quienes vivieron aquellos momentos, a quienes toca opinar. Pero mi intención siempre fue abrir las puertas y las ventanas a los vientos de la realidad. Si para eso había que viajar, escapar del aula grabando videos, películas, participar en proyectos y certámenes, hacerse periodistas, ser todos uno, niños y maestro, por ahí quise encontrar el camino para crecer, para ser, para avanzar.
Hoy, cuando las redes sociales me han ofrecido “ser amigo” de muchos de aquellos chavales
jabalquinteños con los que fui creciendo también yo desde 1981, me he vuelto a
mirar en sus ojos, esta vez no en directo sino en sus fotos de facebook y me he
sentido de nuevo como si abriera la puerta del aula una mañana cualquiera y todos entraran otra vez para ver qué podíamos
aprender hoy, quizá por encima del tema que tocara en el libro.
Hace apenas unos días fue mi cumpleaños y he de reconocer que muchos de esos “niños y niñas” a los que acabo de mencionar me emocionaron. Algunos con unas palabras de recuerdo, otras de ánimo y todos, sin excepción, mostrándome un cariño, un afecto que me hizo sentir, sinceramente, querido. Cuando uno se dedica a lo que es su oficio, al que eligió en un momento de su vida, con el empeño y la entrega que esa vocación merece, enseñar en mi caso, nunca piensa en si se reconocerá o no su labor. Sencillamente procura que cada día, cada clase, cada pequeña aventura del aula tenga el objetivo justo, la proyección necesaria, la devoción casi, y todo ello, como bien decía Chateau y otros pedagogos, con amor. El maestro debe querer a sus alumnos y seguramente eso produzca una corriente similar en ellos. Educar es, en esencia, querer. Si conseguimos eso entre todos aquellos que compartimos aula, todo lo demás vendrá casi solo. Y todas esas llamadas y mensajes de felicitación me dejaron la sensación de que fuimos por buen camino.
Decía Frost, en una afirmación que me gusta repetir, que él no se consideraba maestro, sino despertador. Y, en el fondo, qué sino eso hacemos los maestros? Despertar en quienes nos acompañan las ganas de saber más, de ser mejores, de crecer sabiendo en qué apoyar los pasos que nos harán alcanzar el futuro. Enseñar escapa a la mera transmisión de conocimientos, aunque no hemos de obviar la importancia de tener presente nuestro pasado y nuestra actualidad como civilización. Enseñar y aprender están tan unidos que es complicado marcar la evanescente línea que los separa.
Hay otra frase famosa que se refiere a esa labor nuestra. No está muy claro su autor, aunque suele atribuirse a Benjamín Franklin: "Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados". Pues bien, me declaro ahora mismo loco. Loco por intentar cada día que la escuela no fuera un mero camino lleno de ejercicios, cuadernillos y pizarras. Loco por llevar el nombre de Jabalquinto por esos mundos de Dios. Y no es una figura literaria. Podría contar mil y una anécdotas de aquellos niños y niñas de los años ochenta y noventa en sus correrías nacionales e “internacionales”. Pasaportes cambiados de maleta que impedían salir de Francia si no aparecían, por ejemplo, o el episodio de una niña que se dio la vuelta y nos perdió junto al Centro Pompidou en Paris y al acudir a uno de los gendarmes tuvo la ocurrencia de decirle… Ayúdeme, señor, soy de Jabalquinto. De la cara de aquel hombre no debieron quedar fotos pero seguro que fue de antología.
Decía Oscar Wilde que la mejor manera de que un niño aprenda
es hacerlo feliz. Quiero creer que en aquellos años y con los matices que sean
necesarios, todos fuimos felices. Si. También yo.
Y si, como dijo alguien, “Los discípulos son la biografía del
maestro” espero que la mía, confeccionada en la mayor parte por chavales de
este pueblo, tenga esa chispa que me haga sentir que no fracasé del todo y que
lo que más me ha llenado en la vida, ser maestro, haya servido para algo.
Recorrimos España de norte a sur, atravesamos fronteras e
inundamos Francia, Bélgica y Holanda, fundamos la revista escolar decana de
toda la provincia y una de las más longevas del país, ganamos premios
autonómicos y nacionales, escribimos libros, removimos y escarbamos en la
historia del pueblo, fuimos la avanzadilla de otra manera de hacer las cosas y
que se ha ido desarrollando y perfeccionando después en las manos de mis
queridos compañeros. Jabalquinto empezó a sonar en los medios de comunicación
con noticias de calado y desde este querido altozano intentamos esparcir
nuestra alegría por saber, por aprender, por mejorar… Por cierto que no puedo
nombrar la revista del colegio sin recordar emocionadamente a D. Manuel
Gallego, maestro y director en aquel lejano comienzo de los años ochenta en que
me asomé por primera vez a Jabalquinto. Él, que nos ha precedido ya en el cielo
de los buenos maestros y de las excelentes personas, estaría contento de vernos
hoy aquí y nos bendeciría como sólo él sabía hacer.
Al fin y al cabo, ser maestro implica ser un modelo de vida y
ofrecerlo y D. Manuel así lo hacía. Henry Adams dijo que “ser maestro afecta a la
eternidad, nunca se sabe dónde termina su influencia”. Suena quizá muy fuerte
pero es así, y perdón por el orgullo de sentirlo de ese modo.
Hace casi veinte años escribí unas reflexiones que
aparecieron en el programa de fiestas de 1998. Se titulaban NIÑOS, LA FERIA DEL
FUTURO. Como si de una premonición se tratara, en uno
de los párrafos decía: “La semilla del futuro ya está
floreciendo. Los que harán el Jabalquinto del futuro están ya en el candelero.
Aquellos que nos sustituirán están demostrando que son capaces de ello.
Alegrémonos. (…) Hay que renacer en aquellos a quienes hemos dado la vida.
Ellos nos la harán mejor. Estemos seguros”
Y la causa de este florecimiento era, según mis apreciaciones
de entonces, que “Nuestros niños y niñas tienen
cada vez más oportunidades de ser y de saber. Les estamos educando en la
diversidad, en la tolerancia, en los más vigorosos valores democráticos.
Nuestros niños, los hijos e hijas de Jabalquinto son cantera de futuro,
banquillo de próximas jugadas…”
Han pasado los años y estoy seguro de que aquella generación
que ahora es quien tiene a su cargo nuestro pueblo –perdonad si me hago jabalquinteño aunque sea
en espíritu- se apropió fuertemente de esos valores y los proclaman cada día.
Si una semilla, por pequeña que sea, germinó desde nuestras aulas, algún valor
tuvo el esfuerzo de todos. No solo los alumnos aprenden de los maestros. Los
maestros recolectamos cada día lo que nuestros chavales nos aportan. Y ese es
el entramado real de la educación, un crecer hacia adelante, un estar
convencido de que Jabalquinto merece toda la dedicación de que seamos capaces.
Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre, como bien decía
Kant. El hombre no es más que lo que la
educación hace de él. Y los pueblos son lo que la educación de sus hijos hace
de ellos.
Pero dejemos de hablar de escuela, de educación y de pasado.
Hoy toca anunciar la feria, ese emocionante paso de calendario en el que todos
nos sentimos un poco más tocados por el alegre sortilegio de la camaradería, la
amistad y el reencuentro. El calor de este verano tórrido que soportamos tendrá
unos momentos de pausa mientras los toreamos oliendo a churros mañaneros, a fino, a
tapas golosas o a cerveza helada que tizne de olvido gargantas y cabezas.
Dejaremos de pensar por unos días en los pequeños problemas, en los golpes de
un momento difícil para dejarnos llevar, como si de nuevo fuéramos niños, por
la senda trillada del tiovivo.
En 1996, -también ha llovido desde entonces- en otro “a modo
de pregón” escribí que “desde ese palco de primera que seguro tienen ahí
arriba, nos sonríen Juan de Benavides, Lucas de Iranzo, los Benavente y tantos
otros personajes que alguna vez, allende los siglos, pisaron nuestro
Jabalquinto y observan las caras conocidas de quienes disfrutan de la fiesta
mientras comentan mil y un detalles de sus vidas. Es el tiempo que pasea. Es la
feria que todo lo envuelve…”
Los tiempos festivos siempre han sido el mejor momento para
pararse un instante y mirar hacia atrás y hacia adelante. En la feria se reúnen
de nuevo con nosotros aquellos que se fueron, regresan por unos días y se crea
la ilusión de que quizá nunca se fueron o nunca se volverán a ir. La feria, ya
lo he dicho antes, nos hace volver a ser niños y niñas pero también nos
recuerda que la vida sigue, que al día siguiente todo será de nuevo un escalón
más de ese futuro que nos espera a la vuelta de la esquina. La feria nos hace aunar realidades y
sentimientos. Decía Joan Margarit, el poeta, que nuestras emociones, nuestras
querencias no solo están unidas a nuestros recuerdos, a nuestra historia, sino
también a nuestra geografía.
Tenemos la suerte de tener un pueblo de silueta fácilmente reconocible recortada en el horizonte.
Estamos sobre un altozano, una colina, un cerro, elevados sobre el paisaje a punto de alcanzar los cielos. Eso nos hace visibles desde muchos kilómetros a la redonda y hasta ha dado lugar a refranes y dichos populares como el archiconocido “Andar, andar y Jabalquinto a la par”. Estas palabras, y perdón por el inciso personal, me recuerdan también a mi abuelo Pablo ya tocado por el inmisericorde zarpazo de la memoria perdida. Siempre que volvía a verme me preguntaba una y otra vez, casi en un bucle tierno y esforzado que ¿Dónde daba escuela? (Una expresión ya en desuso) Y al responderle que en Jabalquinto, él desgranaba como si lo sacara de sus más profundos recuerdos el Andar, andar y Jabalquinto a la par para treinta segundos después volver a preguntármelo.
Esa posición geográfica envidiable hace que con solo divisar
el pueblo se sienta uno ya partícipe de su existencia y brote la conciencia
casi tribal de pertenecer a su esencia más atávica. Cuántas veces, a la vuelta
de alguna de las muchas escapadas que hicimos con los alumnos, cuando el
serpenteo del autobús nos iba acercando ya a casa de nuevo, el más lejano
vislumbre de la recordada visión del pueblo hacía explotar gritos de alegría en
todos mientras el paisaje se hacía más cercano y todo Jabalquinto se hacía más
grande físicamente al ir avanzando en el camino y también dentro de cada uno
dando igual si veníamos de una granja escuela a apenas cincuenta kilómetros o
de centro-Europa. Volver a casa siempre ha sido algo que nos llena de íntimas
satisfacciones. Y eso es lo que sucede en tiempos de feria.
Cada familia tiene los suyos, los que nos precedieron al
marchar, y a ellos dedican su recuerdo. Permitidme que, como si de un padre se
tratara, dedique unas palabras a esos alumnos y alumnas jabalquinteños que
abandonaron las aulas para siempre. Niños y niñas a los que hemos visto partir
en esa edad en la que lo más lógico es crecer y vivir. Parece que veo sentados
en sus mesas a Alonso, a Manuel Fernández, a Isabel Lérida, a Juan López, a
Pedro Martínez, a Martín Zambrana, a Antonio Rodríguez o a Manuel Jesús Nájera.
Espero que mencionarlos no atraiga la lágrima del recuerdo ni
el desconsuelo de la ausencia sino, por el contrario, la alegría de saberlos
asomados al balcón celeste de las buenos chavales, ese sitio desde el que
aplauden nuestro día a día y desde el que sabemos que siguen nuestros pasos
infundiéndonos esa paz que nos inunda cuando los pensamos. La vida tiene
altibajos y nos va tocando colocarnos en una u otra parte de la línea según
extraños designios que se nos antojan incomprensibles la mayor parte de las
veces. Pero la vida sigue, impertérrita, dispuesta a alcanzarnos, como el
tiempo, como el calendario que deshoja sus páginas mientras circulamos a su
alrededor.
Y, como posiblemente ellos desearían, hay que continuar. Dicen
que Shakespeare solía decir que “si todo
el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar”. No sé si
estaremos de acuerdo o no con esta afirmación. De lo que no me queda duda es de
las ganas con que nos enfrentamos todos los años a la fiesta, a la feria, al
ánimo de sacar del armario nuestras mejores galas y a lanzarnos a la caza de la
cerveza helada, la música de la caseta, el trasnoche al hilo del tiovivo…
Permitidme que recree unos versos del libro que dediqué a
Jabalquinto. Concretamente los que hablan de la feria:
Huele la feria a
algodón dulce.
A polvo removido.
A cariño y alegría.
Dan vueltas los
caballitos del tiovivo
Y nuestros corazones.
La noria nos sube y
nos deja caer.
La niña, llorando, no
quiere montar.
Vinillo y chorizo.
Cerveza y jamón.
Altas las canciones.
Hay un altavoz.
Rumbas, Sevillanas,
Casetas en flor.
Se apagan los ruidos.
Se escucha un tambor.
Va a pasar ahora
nuestra procesión.
Pasa el Nazareno.
¡Ay, cuánta emoción!
Mi abuelita llora. Le
“tié” devoción…
Mientras pétalos de
sangre llenan tus mejillas.
Cansado gesto
arrastras en tu trono
Cruz en ristre, ajena
pesadilla.
Sé que me miras cuando
pasas
Y en mi memoria lees
cuanto ella guarda.
Y por tanto sabes de
mi confianza
En tu cobijo fiel,
firma esperanza…
Jabalquinto, tu nombre
en la distancia.
Miro dentro, mi
pueblo, amigo mío,
Y te siento en mis
venas navegando.
Y ya termino. Gracias
a todos y a todas por vuestra amable atención. A los que han venido y a los que
no han podido estar. A mis antiguos alumnos y alumnas, a sus familias, a los
jabalquinteños y jabalquinteñas que me recuerdan y a los que no me conocían, a
mis compañeros docentes, a las autoridades y fuerzas “vivas” presentes…
Pedro A. López Yera.
Pregón Jabalquinto 25 de julio 2015.