domingo, 26 de julio de 2015

Pregón de las fiestas de NUESTRO PADRE JESÚS de Jabalquinto 2015.


Ayer, 25 de julio, tuve el honor de ser el pregonero de las fiestas de Nuestro Padre Jesús de Jabalquinto. El reencuentro con antiguos alumnos, con sus familias, con el pueblo donde desarrollé mi labor docente durante más de veinte años fue verdaderamente emocionante. Esos momentos, esos abrazos, ese afecto, me hicieron por un lado volver a sentirme "maestro" y por otro me rejuvenecieron hasta aquel tiempo en que las aulas de Jabalquinto fueron mi segundo hogar. A modo de homenaje, este es el texto del pregón de las fiestas 2015:


 


      PREGÓN FIESTAS NUESTRO PADRE JESÚS. JABALQUINTO 2015.

Pedro Antonio López Yera

Buenas noches a todos y a todas. Creo que es obligado comenzar agradeciendo a vuestro alcalde, a mi antiguo alumno Pedro a quien creo poder llamar amigo y a su corporación municipal, el haber pensado en mi como pregonero de estas fiestas de 2015.

Ayer podíamos ver en la última página de Diario JAÉN un titular que decía que Jabalquinto es un lugar al que siempre volver. Eran palabras de un antiguo alumno, Juan Pedro García Lérida, hijo de Manuel, el Herrero, el del Taller, que fue protagonista de unos versillos que le dediqué. Esa frase me viene como anillo al dedo para comenzar. Volver es un verbo que suena a Tango, a canción triste por cuanto implica que uno se ha ido previamente. Pero trae también la enérgica sacudida del reencuentro. En mi caso, obviamente no he nacido aquí aunque sí que pasé veintitantos años compartiendo aula con vosotros, con ustedes. Con muchos de los que hoy estáis aquí he vivido no solamente las escaramuzas propias del aprender día a día en una escuela  –palabra que me gusta mucho más que la de colegio- sino, al menos eso quiero pensar, también  las de ir abriéndose camino en una asignatura que nunca aparece en los programas escolares pero que es la más importante que tanto el alumno como el maestro deben desarrollar. Esa materia es nada más y nada menos que Aprender a vivir.

Cuando Pedro se puso en contacto conmigo para ofrecerme este inmenso honor, me comentó que haber intentado que la sociedad jabalquinteña avance en sus principios y valores era uno de los puntos principales a tener en cuenta a la hora de ofrecer este, llamémosle cargo, a las personas que podrían desempeñarlo.          

Ni que decir tiene que la actividad de un enseñante, de un maestro, siempre está relacionada con esa labor, con ese intento de que quienes son en un momento niños y niñas ansiosos de aprender y crecer lo hagan con la mirada puesta en crear una sociedad más justa, libre, crítica e inmersa en unos valores de responsabilidad y apertura de miras.

Pensar que en algo, en una mínima proporción, mi modesto aporte a que Jabalquinto haya avanzado en esa dirección haya tenido un éxito que me apresuro a compartir con mis compañeros docentes de entonces y de ahora mismo, algunos de los cuales nos acompañan hoy, es algo que me llena de íntima satisfacción ya que ¿Cuál si no es el objetivo principal de nuestra labor como maestros?

Se dice que Einstein dijo una vez: “Sincronízate con la frecuencia de la realidad que quieres y no podrás hacer otra cosa que conseguirla”. Quiero pensar que eso es lo que siempre intenté en mi labor docente. Si lo conseguí o no es a mis alumnos, a sus familias, a quienes vivieron aquellos momentos, a quienes toca opinar. Pero mi intención siempre fue abrir las puertas y las ventanas a los vientos de la realidad. Si para eso había que viajar, escapar del aula grabando videos, películas, participar en proyectos y certámenes, hacerse periodistas, ser todos uno, niños y maestro, por ahí quise encontrar el camino para crecer, para ser, para avanzar.

Hoy, cuando las redes sociales me han ofrecido  “ser amigo” de muchos de aquellos chavales jabalquinteños con los que fui creciendo también yo desde 1981, me he vuelto a mirar en sus ojos, esta vez no en directo sino en sus fotos de facebook y me he sentido de nuevo como si abriera la puerta del aula una mañana  cualquiera y todos entraran otra vez para ver qué podíamos aprender hoy, quizá por encima del tema que tocara en el libro.

Hace apenas unos días fue mi cumpleaños y he de reconocer que muchos de esos “niños y niñas” a los que acabo de mencionar me emocionaron. Algunos con unas palabras de recuerdo, otras de ánimo y todos, sin excepción, mostrándome un cariño, un afecto que me hizo sentir, sinceramente, querido. Cuando uno se dedica a lo que es su oficio, al que eligió en un momento de su vida,  con el empeño y la entrega que esa vocación merece, enseñar en mi caso, nunca piensa en si se reconocerá o no su labor. Sencillamente procura que cada día, cada clase, cada pequeña aventura del aula tenga el objetivo justo, la proyección necesaria, la devoción casi,  y todo ello, como bien decía Chateau y otros pedagogos, con amor. El maestro debe querer a sus alumnos y seguramente eso produzca una corriente similar en ellos. Educar es, en esencia, querer. Si conseguimos eso entre todos aquellos que compartimos aula, todo lo demás vendrá casi solo. Y todas esas llamadas y mensajes de felicitación me dejaron la sensación de que fuimos por buen camino.
 
Decía Frost, en una afirmación que me gusta repetir, que él no se consideraba maestro, sino despertador. Y, en el fondo, qué sino eso hacemos los maestros? Despertar en quienes nos acompañan las ganas de saber más, de ser mejores, de crecer sabiendo en qué apoyar los pasos que nos harán alcanzar el futuro. Enseñar escapa a la mera transmisión de conocimientos, aunque no hemos de obviar la importancia de tener presente nuestro pasado y nuestra actualidad como civilización. Enseñar y aprender están tan unidos que es complicado marcar la evanescente línea que los separa.                    

Hay otra frase famosa que se refiere a esa labor nuestra. No está muy claro su autor, aunque suele atribuirse a Benjamín Franklin: "Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados". Pues bien, me declaro ahora mismo loco. Loco por intentar cada día que la escuela no fuera un mero camino lleno de ejercicios, cuadernillos y pizarras. Loco por llevar el nombre de Jabalquinto por esos mundos de Dios. Y no es una figura literaria. Podría contar mil y una anécdotas de aquellos niños y niñas de los años ochenta y noventa en sus correrías nacionales e  “internacionales”. Pasaportes cambiados de maleta que impedían salir de Francia si no aparecían, por ejemplo, o el episodio de una niña que se dio la vuelta y nos perdió junto al Centro Pompidou en Paris y al acudir a uno de los gendarmes tuvo la ocurrencia de decirle… Ayúdeme, señor, soy de Jabalquinto.  De la cara de aquel hombre no debieron quedar fotos pero seguro que fue de antología.

 En otra ocasión en la que cierta Alumna de nombre Mari Carmen decidió tomar otro camino dentro de El Corte Inglés de Princesa en Madrid, el nombre de Jabalquinto sonó por la megafonía para asombro de los clientes del establecimiento. Susto que acabó en abrazo enjugado con alguna lágrima de tensa emoción. Nuestras andanzas diurnas y nocturnas por “todo lo largo y ancho” que nos permitían los viajes de fin de curso o los premios que conseguíamos darían para mucho y no parece que este sea el mejor momento para entregarnos a la nostalgia del recuerdo.

Decía Oscar Wilde que la mejor manera de que un niño aprenda es hacerlo feliz. Quiero creer que en aquellos años y con los matices que sean necesarios, todos fuimos felices. Si. También yo.                       

Y si, como dijo alguien, “Los discípulos son la biografía del maestro” espero que la mía, confeccionada en la mayor parte por chavales de este pueblo, tenga esa chispa que me haga sentir que no fracasé del todo y que lo que más me ha llenado en la vida, ser maestro, haya servido para algo.

Recorrimos España de norte a sur, atravesamos fronteras e inundamos Francia, Bélgica y Holanda, fundamos la revista escolar decana de toda la provincia y una de las más longevas del país, ganamos premios autonómicos y nacionales, escribimos libros, removimos y escarbamos en la historia del pueblo, fuimos la avanzadilla de otra manera de hacer las cosas y que se ha ido desarrollando y perfeccionando después en las manos de mis queridos compañeros. Jabalquinto empezó a sonar en los medios de comunicación con noticias de calado y desde este querido altozano intentamos esparcir nuestra alegría por saber, por aprender, por mejorar… Por cierto que no puedo nombrar la revista del colegio sin recordar emocionadamente a D. Manuel Gallego, maestro y director en aquel lejano comienzo de los años ochenta en que me asomé por primera vez a Jabalquinto. Él, que nos ha precedido ya en el cielo de los buenos maestros y de las excelentes personas, estaría contento de vernos hoy aquí y nos bendeciría como sólo él sabía hacer.

Al fin y al cabo, ser maestro implica ser un modelo de vida y ofrecerlo y D. Manuel así lo hacía.  Henry Adams dijo que “ser maestro afecta a la eternidad, nunca se sabe dónde termina su influencia”. Suena quizá muy fuerte pero es así, y perdón por el orgullo de sentirlo de ese modo.  

Hace casi veinte años escribí unas reflexiones que aparecieron en el programa de fiestas de 1998. Se titulaban NIÑOS, LA FERIA DEL FUTURO. Como si de una premonición se tratara, en uno                 

de los párrafos decía: “La semilla del futuro ya está floreciendo. Los que harán el Jabalquinto del futuro están ya en el candelero. Aquellos que nos sustituirán están demostrando que son capaces de ello. Alegrémonos. (…) Hay que renacer en aquellos a quienes hemos dado la vida. Ellos nos la harán mejor. Estemos seguros”

Y la causa de este florecimiento era, según mis apreciaciones de entonces, que “Nuestros niños y niñas tienen  cada vez más oportunidades de ser y de saber. Les estamos educando en la diversidad, en la tolerancia, en los más vigorosos valores democráticos. Nuestros niños, los hijos e hijas de Jabalquinto son cantera de futuro, banquillo de próximas jugadas…”

Han pasado los años y estoy seguro de que aquella generación que ahora es quien tiene a su cargo nuestro pueblo  –perdonad si me hago jabalquinteño aunque sea en espíritu- se apropió fuertemente de esos valores y los proclaman cada día. Si una semilla, por pequeña que sea, germinó desde nuestras aulas, algún valor tuvo el esfuerzo de todos. No solo los alumnos aprenden de los maestros. Los maestros recolectamos cada día lo que nuestros chavales nos aportan. Y ese es el entramado real de la educación, un crecer hacia adelante, un estar convencido de que Jabalquinto merece toda la dedicación de que seamos capaces. Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre, como bien decía Kant.  El hombre no es más que lo que la educación hace de él. Y los pueblos son lo que la educación de sus hijos hace de ellos.

Pero dejemos de hablar de escuela, de educación y de pasado. Hoy toca anunciar la feria, ese emocionante paso de calendario en el que todos nos sentimos un poco más tocados por el alegre sortilegio de la camaradería, la amistad y el reencuentro. El calor de este verano tórrido que soportamos tendrá unos momentos de pausa  mientras los toreamos oliendo a churros mañaneros, a fino, a tapas golosas o a cerveza helada que tizne de olvido gargantas y cabezas. Dejaremos de pensar por unos días en los pequeños problemas, en los golpes de un momento difícil para dejarnos llevar, como si de nuevo fuéramos niños, por la senda trillada del tiovivo.

En 1996, -también ha llovido desde entonces- en otro “a modo de pregón” escribí que “desde ese palco de primera que seguro tienen ahí arriba, nos sonríen Juan de Benavides, Lucas de Iranzo, los Benavente y tantos otros personajes que alguna vez, allende los siglos, pisaron nuestro Jabalquinto y observan las caras conocidas de quienes disfrutan de la fiesta mientras comentan mil y un detalles de sus vidas. Es el tiempo que pasea. Es la feria que todo lo envuelve…”

Los tiempos festivos siempre han sido el mejor momento para pararse un instante y mirar hacia atrás y hacia adelante. En la feria se reúnen de nuevo con nosotros aquellos que se fueron, regresan por unos días y se crea la ilusión de que quizá nunca se fueron o nunca se volverán a ir. La feria, ya lo he dicho antes, nos hace volver a ser niños y niñas pero también nos recuerda que la vida sigue, que al día siguiente todo será de nuevo un escalón más de ese futuro que nos espera a la vuelta de la esquina.  La feria nos hace aunar realidades y sentimientos. Decía Joan Margarit, el poeta, que nuestras emociones, nuestras querencias no solo están unidas a nuestros recuerdos, a nuestra historia, sino también a nuestra geografía.

Tenemos la suerte de tener un pueblo de silueta fácilmente reconocible recortada en el horizonte.                                                  
Estamos sobre un altozano, una colina, un cerro, elevados sobre el paisaje a punto de alcanzar los cielos. Eso nos hace visibles desde muchos kilómetros  a la redonda y hasta ha dado lugar a refranes y dichos populares como el archiconocido “Andar, andar y Jabalquinto a la par”. Estas palabras, y perdón por el inciso personal, me recuerdan también a mi abuelo Pablo ya tocado por el inmisericorde zarpazo de la memoria perdida. Siempre que volvía a verme me preguntaba una y otra vez, casi en un bucle tierno y esforzado que ¿Dónde daba escuela? (Una expresión ya en desuso) Y al responderle que en Jabalquinto, él desgranaba como si lo sacara de sus más profundos recuerdos el Andar, andar y Jabalquinto a la par para treinta segundos después volver a preguntármelo.

Esa posición geográfica envidiable hace que con solo divisar el pueblo se sienta uno ya partícipe de su existencia y brote la conciencia casi tribal de pertenecer a su esencia más atávica. Cuántas veces, a la vuelta de alguna de las muchas escapadas que hicimos con los alumnos, cuando el serpenteo del autobús nos iba acercando ya a casa de nuevo, el más lejano vislumbre de la recordada visión del pueblo hacía explotar gritos de alegría en todos mientras el paisaje se hacía más cercano y todo Jabalquinto se hacía más grande físicamente al ir avanzando en el camino y también dentro de cada uno dando igual si veníamos de una granja escuela a apenas cincuenta kilómetros o de centro-Europa. Volver a casa siempre ha sido algo que nos llena de íntimas satisfacciones. Y eso es lo que sucede en tiempos de feria.

 Eso sí, hay algunos que solo pueden volver dentro de nuestro recuerdo. Siguen viviendo aposentados en nuestras neuronas e interaccionan con nosotros cuando los traemos al pensamiento.     

Cada familia tiene los suyos, los que nos precedieron al marchar, y a ellos dedican su recuerdo. Permitidme que, como si de un padre se tratara, dedique unas palabras a esos alumnos y alumnas jabalquinteños que abandonaron las aulas para siempre. Niños y niñas a los que hemos visto partir en esa edad en la que lo más lógico es crecer y vivir. Parece que veo sentados en sus mesas a Alonso, a Manuel Fernández, a Isabel Lérida, a Juan López, a Pedro Martínez, a Martín Zambrana, a Antonio Rodríguez o a Manuel Jesús Nájera.

Espero que mencionarlos no atraiga la lágrima del recuerdo ni el desconsuelo de la ausencia sino, por el contrario, la alegría de saberlos asomados al balcón celeste de las buenos chavales, ese sitio desde el que aplauden nuestro día a día y desde el que sabemos que siguen nuestros pasos infundiéndonos esa paz que nos inunda cuando los pensamos. La vida tiene altibajos y nos va tocando colocarnos en una u otra parte de la línea según extraños designios que se nos antojan incomprensibles la mayor parte de las veces. Pero la vida sigue, impertérrita, dispuesta a alcanzarnos, como el tiempo, como el calendario que deshoja sus páginas mientras circulamos a su alrededor.

Y, como posiblemente ellos desearían, hay que continuar. Dicen que  Shakespeare solía decir que “si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar”. No sé si estaremos de acuerdo o no con esta afirmación. De lo que no me queda duda es de las ganas con que nos enfrentamos todos los años a la fiesta, a la feria, al ánimo de sacar del armario nuestras mejores galas y a lanzarnos a la caza de la cerveza helada, la música de la caseta, el trasnoche al hilo del tiovivo…

Permitidme que recree unos versos del libro que dediqué a Jabalquinto. Concretamente los que hablan de la feria:                   

Huele la feria a algodón dulce.

A polvo removido.

A cariño y alegría.

Dan vueltas los caballitos del tiovivo

Y nuestros corazones.

La noria nos sube y nos deja caer.

La niña, llorando, no quiere montar.

Vinillo y chorizo. Cerveza y jamón.

 ¡Cómo está la feria con este calor!

Altas las canciones. Hay un altavoz.

Rumbas, Sevillanas,

Casetas en flor.

Se apagan los ruidos. Se escucha un tambor.

Va a pasar ahora nuestra procesión.

Pasa el Nazareno.

¡Ay, cuánta emoción!

Mi abuelita llora. Le “tié” devoción…

 
En la feria se unen sentimientos de alegría por el reencuentro con ese toque que da el enfrentarse a Nuestro Padre Jesús como motor de la fiesta. Quizá la feria es el punto de unión entre la laica exaltación de lo festivo y el entusiasmo religioso de ese punto íntimo al que nos aferramos independientemente de nuestras ideas cotidianas.  Cuando mañana, bajo el sol del mediodía, la egregia figura de nuestro patrón salga a recorrer las calles, una sensación de serena esperanza se apoderará de todos aquellos que presencien su paso y también de quienes, aun no estando presentes, participan interiormente de esa conexión que les une con la esencia de lo que representa.  Dejadme que, en un verso más, ya sabéis que la poesía es mi arma preferida, recuerde lo que un día escribí sobre Nuestro Padre Jesús:            

 
Dicen tus ojos de paz y de perdón,

Mientras pétalos de sangre llenan tus mejillas.

Cansado gesto arrastras en tu trono

Cruz en ristre, ajena pesadilla.

Sé que me miras cuando pasas

Y en mi memoria lees cuanto ella guarda.

Y por tanto sabes de mi confianza

En tu cobijo fiel, firma esperanza…

 
Cuando el patrón recorre nuestras calles, la procesión tiene dos ámbitos. Ya lo dice el refrán: la procesión también va por dentro, por esos recovecos que nos llenan cerebro, corazón y mente. Queremos ser libres, felices, boyantes, prósperos, amados en el lenguaje cotidiano y, seguramente, bienaventurados. ¡Qué bella conjunción de deseos!

 
Pero las palabras están siendo muchas y lo que prima en un pregón es la llamada a la fiesta. Jabalquinto está presto a ser, sentirse y saberse tocado por la varita mágica de la feria. La luz del crepúsculo se tiñe de más colores, como de nuevas guirnaldas, que  quisieran unirse a las celebraciones. Este pregonero, que se enorgullece de tener alguna pizca de jabalquinteño en su ADN, al menos por aquello de que el roce hace el cariño, quiere despedirse ya para dejar paso al regocijo de la diversión. Y lo hace, lo hago, con un verso final.

 
Miro atrás y sigo divisando,

Jabalquinto, tu nombre en la distancia.

Miro dentro, mi pueblo, amigo mío,

Y te siento en mis venas navegando.

                                                                                                                
Cierto. Pero no me hace falta mirar hacia atrás. Hoy, como si de un extraño encantamiento se tratara, me habéis dado la oportunidad de sentirme maestro de nuevo. He dejado escondida en un rincón esa mala salud que me hizo dejar la escuela y, gracias a todos y cada uno de vosotros, he rejuvenecido aunque las canas se empeñen en recordarme que las manecillas del reloj nunca se detienen. Hoy, repito, he vuelto “a casa” con los míos, con vosotros. Parafraseando de nuevo a Juan Pedro, como al principio, diré que Jabalquinto es un lugar al que volver. Aquí estoy. Espero que esta ocasión sea solo un nuevo comienzo. Gracias por hacerme sentir uno más entre vosotros. Siempre podréis contar conmigo.

 
Y ya termino. Gracias a todos y a todas por vuestra amable atención. A los que han venido y a los que no han podido estar. A mis antiguos alumnos y alumnas, a sus familias, a los jabalquinteños y jabalquinteñas que me recuerdan y a los que no me conocían, a mis compañeros docentes, a las autoridades y fuerzas “vivas” presentes…

 Como decía una canción, ya solo queda “un beso, un abrazo, unas fotos y un adiós”.  ¿Unas fotos? Si. Eso no lo decía la canción pero me he permitido rebuscar en el viejo baúl de los recuerdos hasta encontrar esta pequeña colección de imágenes en las que todos éramos jóvenes. Unos niños, otros algo menos, pero todos, todos, si nos damos cuenta teníamos en los ojos el brillo de un futuro que, hoy, precisamente hoy, ya es presente. Muchas gracias y vamos a verlas…

Pedro A. López Yera. Pregón Jabalquinto 25 de julio 2015.