Bienvenido a mi buhardilla. Una ventana abierta siempre a eso que piensas, que sueñas, que deseas. Ideas, reflexiones, artículos de prensa (especialmente de DIARIO JAÉN)...
viernes, 14 de agosto de 2015
La "GRAN VÍA" y el "GRAN VÍA". Cuando el artículo lo cambia todo.
Hay sustantivos que pueden cambiar de sentido con solo cambiarles el artículo que los acompaña. De todos es sabido que las gentes marineras denominan a su medio natural “la mar” mientras que los visitantes de interior van de visita a otro lugar llamado “el mar”. ¿Son la misma cosa? Obviamente. Pero no es igual cómo se siente la palabra. Otro ejemplo son “la oliva” y “el olivo”. No entraremos en la discusión de si es correcto o no denominar “oliva” al fruto del árbol jaenero por excelencia pero sí que disquisicionaremos el hecho de que para los que atesoran alguna, esos árboles son “las olivas” mientras que para los demás son solo “los olivos”. Pequeños matices que suelen pasar inadvertidos pero que impregnan el lenguaje con su toque emocional.
Y pasemos al meollo de estas palabras hilvanadas tras un reciente paseo por ese reducto de historia de Madrid que es la Gran Vía. La Gran Vía, en femenino, es la avenida que ha estado en el corazón de Madrid desde hace 105 años. Pero en masculino, “El Gran Vía”, es un hotel. También con mucha historia a sus espaldas y que sigue, incólume, inasequible al desaliento, en su emplazamiento señero frente a la antañona Telefónica.
Si hay personajes con los que me parece poder tropezar a los largo de cualquier paseo por la Gran Vía, estos son Ava Gardner y Ernest Hemingway. De mi especial predilección por aquel “animal más bello del mundo” ya he dejado en ocasiones buena crónica en artículos y blogs. Acercarme a Chicote, hoy desvaído, e intentar atisbar por sus cristales la presencia de la artista rodeada, bien de Sinatra al rescate, de Cabré al ataque o de cualquier anónimo transeúnte con el que sorber hasta la última gota de los alcoholes más variados, es todo uno.
Quizá esa historia de Ava y Chicote es muy conocida y no merece más comentario que el regocijo interior de su recuerdo pero el caso de Hemingway está más oculto en las trincheras de la historia. He de advertir que la palabra “trinchera” no está traída de forma literaria. Es literal. Y aquí conectamos con ese sentido “masculino” antes mencionado. El hotel Gran Vía, hoy Tryp Madrid Gran Vía, acogió al escritor estadounidense mientras escribía sus célebres crónicas sobre nuestra guerra civil. Su cafetería, ese mirador que aun permite atisbar el ir y venir de nuestra civilización turístico-occidental, fue el lugar elegido para pergeñar esos retazos periodístico-literarios tan útiles para conocer nuestros pasos por la historia reciente. Hemingway se alojaba un poco más abajo, en dirección Callao, en el tristemente desaparecido hotel Florida, solar hoy absorbido por El Corte Inglés tras haber sido ofrecido por Galerías Preciados al dios consumo allá por los sesenta.
Del Florida al Gran Vía, apenas unos metros, van los pasos de Hemingway y su pluma dispuesta a la disección de la dolorosa realidad del momento. Y del Gran Vía, el hotel, van los míos hacia el Madrid que me encanta pasear, el del centro saturado, el de los bancos, en acepción de grupo, de turistas enloquecidos, el del tráfico feroz camino de todas y de ninguna parte… Un Madrid que, sin embargo, empequeñece cuando la tranquila y renovada paz del Gran Vía, el hotel, repito, te deja relajar cuerpo y espíritu entre sus apaciguadas habitaciones.
Quizá, en ocasiones, me pasa como a Hemingway (The night before battle) y ese lugar de ruido infernal, la Gran Vía, “me pone furioso” a pesar de que me gusta sumergirme en él con cierta –bastante- periodicidad, pero enseguida saltas a la vida cultural de la ciudad, arte, teatro, música y el regreso a las recientemente remozadas, renovadas y puestas en valor estancias del Gran Vía te pone, cuan móvil en cargador, en situación de recarga permanente para, en apenas horas, volver a ejercer de explorador selvático urbanita.
La experiencia empieza cuando, en un hall luminoso con indicadores que te trasladan a mundos lejanos, cercanos y “mediopensionistas”, la sonrisa de Tamara te invita a subir al mirador que te ha correspondido, vistas inmejorables que Hemingway apreció en su día y que te dejan soñar que eres, como el Di Caprio de Titanic, el rey “de la Gran Vía”.
Cuando, tras el reparador descanso en unas excelentes camas nuevas, mullidas y jugosas (de juego, de gusto y de acogedores sueños) te dispones a reponer las fuerzas con un desayuno destacable y completo te hallas frente a la oficiante de esa ceremonia nutritiva: Belén, con su sonrisa y su buen ánimo te eleva a la categoría de huésped vip con solo un gesto, con un Buenos días o un cariñoso abrazo al descubrirte entre los recién llegados.
Ignoro si Hemingway se llevó del personal del Gran Vía el buen recuerdo que expresó, por ejemplo, de los camareros de Chicote que “merecen mi respeto porque conseguían evocar atmósferas agradables” pero en mi caso esa sensación de sentirse como en casa se cumple perfectamente. Y si Hemingway conoció en sus alrededores a Martha Gellhorn, periodista de la que se enamoró, también el Gran Vía fue uno de los escenarios de mi Luna de Miel días antes de partir hacia la bella Italia con mi Ana del alma. En la historia personal parece haber escenarios hábilmente dispuestos por el destino para servir de fondo a diferentes lances, andanzas y peripecias. El Gran Vía, sin duda, es uno de ellos y, en atención a su trayectoria, a su situación, al alegre siseo de su vida diaria, a la paz de su renovación y al exquisito trato de sus gentes, no me cabe más que recomendarlo a viajeros irredentos, turistas indecisos, visitantes de todas las distancias y adictos al Madrid más genuino. Allí nos vemos.
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Pedro A López Yera
domingo, 26 de julio de 2015
Pregón de las fiestas de NUESTRO PADRE JESÚS de Jabalquinto 2015.
Ayer, 25 de julio, tuve el honor de ser el pregonero de las fiestas de Nuestro Padre Jesús de Jabalquinto. El reencuentro con antiguos alumnos, con sus familias, con el pueblo donde desarrollé mi labor docente durante más de veinte años fue verdaderamente emocionante. Esos momentos, esos abrazos, ese afecto, me hicieron por un lado volver a sentirme "maestro" y por otro me rejuvenecieron hasta aquel tiempo en que las aulas de Jabalquinto fueron mi segundo hogar. A modo de homenaje, este es el texto del pregón de las fiestas 2015:
PREGÓN FIESTAS NUESTRO PADRE JESÚS.
JABALQUINTO 2015.
Pedro Antonio López Yera
Buenas noches a todos y a todas. Creo que es obligado
comenzar agradeciendo a vuestro alcalde, a mi antiguo alumno Pedro a quien creo
poder llamar amigo y a su corporación municipal, el haber pensado en mi como
pregonero de estas fiestas de 2015.
Ayer podíamos ver en la última página de Diario JAÉN un
titular que decía que Jabalquinto es un lugar al que siempre volver. Eran
palabras de un antiguo alumno, Juan Pedro García Lérida, hijo de Manuel, el
Herrero, el del Taller, que fue protagonista de unos versillos que le dediqué.
Esa frase me viene como anillo al dedo para comenzar. Volver es un verbo que
suena a Tango, a canción triste por cuanto implica que uno se ha ido
previamente. Pero trae también la enérgica sacudida del reencuentro. En mi
caso, obviamente no he nacido aquí aunque sí que pasé veintitantos años
compartiendo aula con vosotros, con ustedes. Con muchos de los que hoy estáis
aquí he vivido no solamente las escaramuzas propias del aprender día a día en
una escuela –palabra que me gusta mucho
más que la de colegio- sino, al menos eso quiero pensar, también las de ir abriéndose camino en una asignatura
que nunca aparece en los programas escolares pero que es la más importante que
tanto el alumno como el maestro deben desarrollar. Esa materia es nada más y
nada menos que Aprender a vivir.
Cuando Pedro se puso en contacto conmigo para ofrecerme este
inmenso honor, me comentó que haber intentado que la sociedad jabalquinteña
avance en sus principios y valores era uno de los puntos principales a tener en
cuenta a la hora de ofrecer este, llamémosle cargo, a las personas que podrían
desempeñarlo.
Ni que decir tiene que la actividad de un enseñante, de un
maestro, siempre está relacionada con esa labor, con ese intento de que quienes
son en un momento niños y niñas ansiosos de aprender y crecer lo hagan con la
mirada puesta en crear una sociedad más justa, libre, crítica e inmersa en unos
valores de responsabilidad y apertura de miras.
Pensar que en algo, en una mínima proporción, mi modesto
aporte a que Jabalquinto haya avanzado en esa dirección haya tenido un éxito
que me apresuro a compartir con mis compañeros docentes de entonces y de ahora
mismo, algunos de los cuales nos acompañan hoy, es algo que me llena de íntima
satisfacción ya que ¿Cuál si no es el objetivo principal de nuestra labor como
maestros?
Se dice que Einstein dijo una vez: “Sincronízate con la frecuencia de la realidad que quieres y no podrás hacer otra cosa que conseguirla”. Quiero pensar que eso es lo que siempre intenté en mi labor docente. Si lo conseguí o no es a mis alumnos, a sus familias, a quienes vivieron aquellos momentos, a quienes toca opinar. Pero mi intención siempre fue abrir las puertas y las ventanas a los vientos de la realidad. Si para eso había que viajar, escapar del aula grabando videos, películas, participar en proyectos y certámenes, hacerse periodistas, ser todos uno, niños y maestro, por ahí quise encontrar el camino para crecer, para ser, para avanzar.
Hoy, cuando las redes sociales me han ofrecido “ser amigo” de muchos de aquellos chavales
jabalquinteños con los que fui creciendo también yo desde 1981, me he vuelto a
mirar en sus ojos, esta vez no en directo sino en sus fotos de facebook y me he
sentido de nuevo como si abriera la puerta del aula una mañana cualquiera y todos entraran otra vez para ver qué podíamos
aprender hoy, quizá por encima del tema que tocara en el libro.
Hace apenas unos días fue mi cumpleaños y he de reconocer que muchos de esos “niños y niñas” a los que acabo de mencionar me emocionaron. Algunos con unas palabras de recuerdo, otras de ánimo y todos, sin excepción, mostrándome un cariño, un afecto que me hizo sentir, sinceramente, querido. Cuando uno se dedica a lo que es su oficio, al que eligió en un momento de su vida, con el empeño y la entrega que esa vocación merece, enseñar en mi caso, nunca piensa en si se reconocerá o no su labor. Sencillamente procura que cada día, cada clase, cada pequeña aventura del aula tenga el objetivo justo, la proyección necesaria, la devoción casi, y todo ello, como bien decía Chateau y otros pedagogos, con amor. El maestro debe querer a sus alumnos y seguramente eso produzca una corriente similar en ellos. Educar es, en esencia, querer. Si conseguimos eso entre todos aquellos que compartimos aula, todo lo demás vendrá casi solo. Y todas esas llamadas y mensajes de felicitación me dejaron la sensación de que fuimos por buen camino.
Decía Frost, en una afirmación que me gusta repetir, que él no se consideraba maestro, sino despertador. Y, en el fondo, qué sino eso hacemos los maestros? Despertar en quienes nos acompañan las ganas de saber más, de ser mejores, de crecer sabiendo en qué apoyar los pasos que nos harán alcanzar el futuro. Enseñar escapa a la mera transmisión de conocimientos, aunque no hemos de obviar la importancia de tener presente nuestro pasado y nuestra actualidad como civilización. Enseñar y aprender están tan unidos que es complicado marcar la evanescente línea que los separa.
Hay otra frase famosa que se refiere a esa labor nuestra. No está muy claro su autor, aunque suele atribuirse a Benjamín Franklin: "Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados". Pues bien, me declaro ahora mismo loco. Loco por intentar cada día que la escuela no fuera un mero camino lleno de ejercicios, cuadernillos y pizarras. Loco por llevar el nombre de Jabalquinto por esos mundos de Dios. Y no es una figura literaria. Podría contar mil y una anécdotas de aquellos niños y niñas de los años ochenta y noventa en sus correrías nacionales e “internacionales”. Pasaportes cambiados de maleta que impedían salir de Francia si no aparecían, por ejemplo, o el episodio de una niña que se dio la vuelta y nos perdió junto al Centro Pompidou en Paris y al acudir a uno de los gendarmes tuvo la ocurrencia de decirle… Ayúdeme, señor, soy de Jabalquinto. De la cara de aquel hombre no debieron quedar fotos pero seguro que fue de antología.
Decía Oscar Wilde que la mejor manera de que un niño aprenda
es hacerlo feliz. Quiero creer que en aquellos años y con los matices que sean
necesarios, todos fuimos felices. Si. También yo.
Y si, como dijo alguien, “Los discípulos son la biografía del
maestro” espero que la mía, confeccionada en la mayor parte por chavales de
este pueblo, tenga esa chispa que me haga sentir que no fracasé del todo y que
lo que más me ha llenado en la vida, ser maestro, haya servido para algo.
Recorrimos España de norte a sur, atravesamos fronteras e
inundamos Francia, Bélgica y Holanda, fundamos la revista escolar decana de
toda la provincia y una de las más longevas del país, ganamos premios
autonómicos y nacionales, escribimos libros, removimos y escarbamos en la
historia del pueblo, fuimos la avanzadilla de otra manera de hacer las cosas y
que se ha ido desarrollando y perfeccionando después en las manos de mis
queridos compañeros. Jabalquinto empezó a sonar en los medios de comunicación
con noticias de calado y desde este querido altozano intentamos esparcir
nuestra alegría por saber, por aprender, por mejorar… Por cierto que no puedo
nombrar la revista del colegio sin recordar emocionadamente a D. Manuel
Gallego, maestro y director en aquel lejano comienzo de los años ochenta en que
me asomé por primera vez a Jabalquinto. Él, que nos ha precedido ya en el cielo
de los buenos maestros y de las excelentes personas, estaría contento de vernos
hoy aquí y nos bendeciría como sólo él sabía hacer.
Al fin y al cabo, ser maestro implica ser un modelo de vida y
ofrecerlo y D. Manuel así lo hacía. Henry Adams dijo que “ser maestro afecta a la
eternidad, nunca se sabe dónde termina su influencia”. Suena quizá muy fuerte
pero es así, y perdón por el orgullo de sentirlo de ese modo.
Hace casi veinte años escribí unas reflexiones que
aparecieron en el programa de fiestas de 1998. Se titulaban NIÑOS, LA FERIA DEL
FUTURO. Como si de una premonición se tratara, en uno
de los párrafos decía: “La semilla del futuro ya está
floreciendo. Los que harán el Jabalquinto del futuro están ya en el candelero.
Aquellos que nos sustituirán están demostrando que son capaces de ello.
Alegrémonos. (…) Hay que renacer en aquellos a quienes hemos dado la vida.
Ellos nos la harán mejor. Estemos seguros”
Y la causa de este florecimiento era, según mis apreciaciones
de entonces, que “Nuestros niños y niñas tienen
cada vez más oportunidades de ser y de saber. Les estamos educando en la
diversidad, en la tolerancia, en los más vigorosos valores democráticos.
Nuestros niños, los hijos e hijas de Jabalquinto son cantera de futuro,
banquillo de próximas jugadas…”
Han pasado los años y estoy seguro de que aquella generación
que ahora es quien tiene a su cargo nuestro pueblo –perdonad si me hago jabalquinteño aunque sea
en espíritu- se apropió fuertemente de esos valores y los proclaman cada día.
Si una semilla, por pequeña que sea, germinó desde nuestras aulas, algún valor
tuvo el esfuerzo de todos. No solo los alumnos aprenden de los maestros. Los
maestros recolectamos cada día lo que nuestros chavales nos aportan. Y ese es
el entramado real de la educación, un crecer hacia adelante, un estar
convencido de que Jabalquinto merece toda la dedicación de que seamos capaces.
Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre, como bien decía
Kant. El hombre no es más que lo que la
educación hace de él. Y los pueblos son lo que la educación de sus hijos hace
de ellos.
Pero dejemos de hablar de escuela, de educación y de pasado.
Hoy toca anunciar la feria, ese emocionante paso de calendario en el que todos
nos sentimos un poco más tocados por el alegre sortilegio de la camaradería, la
amistad y el reencuentro. El calor de este verano tórrido que soportamos tendrá
unos momentos de pausa mientras los toreamos oliendo a churros mañaneros, a fino, a
tapas golosas o a cerveza helada que tizne de olvido gargantas y cabezas.
Dejaremos de pensar por unos días en los pequeños problemas, en los golpes de
un momento difícil para dejarnos llevar, como si de nuevo fuéramos niños, por
la senda trillada del tiovivo.
En 1996, -también ha llovido desde entonces- en otro “a modo
de pregón” escribí que “desde ese palco de primera que seguro tienen ahí
arriba, nos sonríen Juan de Benavides, Lucas de Iranzo, los Benavente y tantos
otros personajes que alguna vez, allende los siglos, pisaron nuestro
Jabalquinto y observan las caras conocidas de quienes disfrutan de la fiesta
mientras comentan mil y un detalles de sus vidas. Es el tiempo que pasea. Es la
feria que todo lo envuelve…”
Los tiempos festivos siempre han sido el mejor momento para
pararse un instante y mirar hacia atrás y hacia adelante. En la feria se reúnen
de nuevo con nosotros aquellos que se fueron, regresan por unos días y se crea
la ilusión de que quizá nunca se fueron o nunca se volverán a ir. La feria, ya
lo he dicho antes, nos hace volver a ser niños y niñas pero también nos
recuerda que la vida sigue, que al día siguiente todo será de nuevo un escalón
más de ese futuro que nos espera a la vuelta de la esquina. La feria nos hace aunar realidades y
sentimientos. Decía Joan Margarit, el poeta, que nuestras emociones, nuestras
querencias no solo están unidas a nuestros recuerdos, a nuestra historia, sino
también a nuestra geografía.
Tenemos la suerte de tener un pueblo de silueta fácilmente reconocible recortada en el horizonte.
Estamos sobre un altozano, una colina, un cerro, elevados sobre el paisaje a punto de alcanzar los cielos. Eso nos hace visibles desde muchos kilómetros a la redonda y hasta ha dado lugar a refranes y dichos populares como el archiconocido “Andar, andar y Jabalquinto a la par”. Estas palabras, y perdón por el inciso personal, me recuerdan también a mi abuelo Pablo ya tocado por el inmisericorde zarpazo de la memoria perdida. Siempre que volvía a verme me preguntaba una y otra vez, casi en un bucle tierno y esforzado que ¿Dónde daba escuela? (Una expresión ya en desuso) Y al responderle que en Jabalquinto, él desgranaba como si lo sacara de sus más profundos recuerdos el Andar, andar y Jabalquinto a la par para treinta segundos después volver a preguntármelo.
Esa posición geográfica envidiable hace que con solo divisar
el pueblo se sienta uno ya partícipe de su existencia y brote la conciencia
casi tribal de pertenecer a su esencia más atávica. Cuántas veces, a la vuelta
de alguna de las muchas escapadas que hicimos con los alumnos, cuando el
serpenteo del autobús nos iba acercando ya a casa de nuevo, el más lejano
vislumbre de la recordada visión del pueblo hacía explotar gritos de alegría en
todos mientras el paisaje se hacía más cercano y todo Jabalquinto se hacía más
grande físicamente al ir avanzando en el camino y también dentro de cada uno
dando igual si veníamos de una granja escuela a apenas cincuenta kilómetros o
de centro-Europa. Volver a casa siempre ha sido algo que nos llena de íntimas
satisfacciones. Y eso es lo que sucede en tiempos de feria.
Cada familia tiene los suyos, los que nos precedieron al
marchar, y a ellos dedican su recuerdo. Permitidme que, como si de un padre se
tratara, dedique unas palabras a esos alumnos y alumnas jabalquinteños que
abandonaron las aulas para siempre. Niños y niñas a los que hemos visto partir
en esa edad en la que lo más lógico es crecer y vivir. Parece que veo sentados
en sus mesas a Alonso, a Manuel Fernández, a Isabel Lérida, a Juan López, a
Pedro Martínez, a Martín Zambrana, a Antonio Rodríguez o a Manuel Jesús Nájera.
Espero que mencionarlos no atraiga la lágrima del recuerdo ni
el desconsuelo de la ausencia sino, por el contrario, la alegría de saberlos
asomados al balcón celeste de las buenos chavales, ese sitio desde el que
aplauden nuestro día a día y desde el que sabemos que siguen nuestros pasos
infundiéndonos esa paz que nos inunda cuando los pensamos. La vida tiene
altibajos y nos va tocando colocarnos en una u otra parte de la línea según
extraños designios que se nos antojan incomprensibles la mayor parte de las
veces. Pero la vida sigue, impertérrita, dispuesta a alcanzarnos, como el
tiempo, como el calendario que deshoja sus páginas mientras circulamos a su
alrededor.
Y, como posiblemente ellos desearían, hay que continuar. Dicen
que Shakespeare solía decir que “si todo
el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar”. No sé si
estaremos de acuerdo o no con esta afirmación. De lo que no me queda duda es de
las ganas con que nos enfrentamos todos los años a la fiesta, a la feria, al
ánimo de sacar del armario nuestras mejores galas y a lanzarnos a la caza de la
cerveza helada, la música de la caseta, el trasnoche al hilo del tiovivo…
Permitidme que recree unos versos del libro que dediqué a
Jabalquinto. Concretamente los que hablan de la feria:
Huele la feria a
algodón dulce.
A polvo removido.
A cariño y alegría.
Dan vueltas los
caballitos del tiovivo
Y nuestros corazones.
La noria nos sube y
nos deja caer.
La niña, llorando, no
quiere montar.
Vinillo y chorizo.
Cerveza y jamón.
Altas las canciones.
Hay un altavoz.
Rumbas, Sevillanas,
Casetas en flor.
Se apagan los ruidos.
Se escucha un tambor.
Va a pasar ahora
nuestra procesión.
Pasa el Nazareno.
¡Ay, cuánta emoción!
Mi abuelita llora. Le
“tié” devoción…
Mientras pétalos de
sangre llenan tus mejillas.
Cansado gesto
arrastras en tu trono
Cruz en ristre, ajena
pesadilla.
Sé que me miras cuando
pasas
Y en mi memoria lees
cuanto ella guarda.
Y por tanto sabes de
mi confianza
En tu cobijo fiel,
firma esperanza…
Jabalquinto, tu nombre
en la distancia.
Miro dentro, mi
pueblo, amigo mío,
Y te siento en mis
venas navegando.
Y ya termino. Gracias
a todos y a todas por vuestra amable atención. A los que han venido y a los que
no han podido estar. A mis antiguos alumnos y alumnas, a sus familias, a los
jabalquinteños y jabalquinteñas que me recuerdan y a los que no me conocían, a
mis compañeros docentes, a las autoridades y fuerzas “vivas” presentes…
Pedro A. López Yera.
Pregón Jabalquinto 25 de julio 2015.
lunes, 13 de abril de 2015
Günter, Galeano y Kafka.
Hoy nos han dejado dos escritores. Dos
personas a las que, probablemente, pocas personas digamos “de a pie” conocen.
Sus nombres, Günter Grass y Eduardo Galeano, suenan a élite literaria, a libros situados en
alguna estantería inaccesible no por altura sino por desconocimiento. Sin
embargo, tanto el uno como el otro son piezas de ese mundo real y a la vez irreal en el que hemos ido creciendo devorando
sus páginas. Hablando de devorar y de páginas, me viene a la memoria otra efeméride
que estamos a punto de celebrar. Gregorio Samsa, otro nombre que nada dirá a
muchos viandantes que se crucen mañana en nuestro camino es el personaje que,
de la noche a la mañana, descubre que podría saborear una ruda cartulina impresa
que, enmarcada, colgaba de un clavo en su habitación. Es un “hijo” de Kafka que
ahora cumple cien añitos de nada. Y el protagonista de “La Metamorfosis” aunque
ahora, con la moda de la revisión de todo lo pasado, puede que tengamos que
conocerla como “La Transformación”. Cosas de sesudos traductores del alemán.
A Günter Grass confieso que lo conocí primero
en el cine. Y recuerdo perfectamente el cartel anunciador de la película de su
libro más publicitado, El tambor de Hojalata. Fue una tarde “de pase” en
aquella mili prehistórica madrileña. Los multicines coronaban la estación de
Chamartín y, quizá, mi indumentaria soldadesca hubiera hecho las delicias de
algunos que otros oficiales de las SS de una célula similar a la que dejó morir
en un campo de concentración a las hermanas de Kafka poco después que él mismo
falleciera, tuberculoso, en Austria sin saber qué estaba a punto de sobrevenir
en los anales de la historia.
Confieso también que me costó entender
sobremanera aquel texto ni siquiera explicitado en imágenes. Y no sé si aun,
milenios después, lo he conseguido. Quizá la fascinación de aquellas extrañas
imágenes, al hilo de los cinéfilos consejos de mi buen Fermín Alonso, compañero
de caquis horizontes, me embotaron el intelecto de tal modo que adentrarme en
las letras que les dieron soporte me inquietó por complicado y abstruso. Cuando paseé por Gdansk (Polonia) hace algunos
veranos, nadie me avisó de que allí, en aquellas calles había nacido Günter
Grass. Todo el hincapié se puso en las aventuras de Solidaridad y de Lech
Walesa. Lástima. Una vez más la política por encima de la literatura.
Con Galeano todo fue más sencillo quizá porque
la unión de política y literatura ya iba incluida en el mismo lote. Aquellas “Memorias
del Fuego” o las muy conocidas “Venas abiertas de América Latina” son como
fuentes en las que beber para digerir con sus medicinales aguas los
indescifrables vaivenes del sur del continente americano.
Günter, Galeano y Kafka se asoman a nuestras
conciencias para recordarnos que hay algo más allá de las hojas encuadernadas
que pueblan nuestros muebles, que hay gentes para las que la vida, como decía
Kafka, solo es una sucesión de intentos de “escribir” para que los demás
tengamos la gentileza de intentar “leer”.
Oscar Matzerath y Gregorio Samsa, en
diferentes momentos, se han quedado
huérfanos. Nosotros también. Ahora sonarán redobles de tambores de hojalata o
de piel de tensado animal en recuerdo y homenaje a los autores desaparecidos y
poco después todo quedará escondido en el polvo letal de las estanterías hasta
que alguien, quien sabe, sufra una transformación como el insecto de Kafka y de
devorador de malolientes sobremesas televisivas
pase a ser degustador de volúmenes escritos. Para ello no hacen falta muchas
extremidades. No ojos tabulados. Venimos de fábrica con los instrumentos
precisos para hacerlo. Lástima que hay gentes que lo desconocen.
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domingo, 12 de abril de 2015
Aroma de elecciones.
Los pueblos y ciudades de nuestra
geografía se levantan estos días con un aroma especial, penetrante y que puede
ofuscar incluso los sentidos. Y no proviene de los stands de alta perfumería de
los grandes almacenes ni siquiera del natural esparcimiento de los naranjos,
los cerezos o los almendros en flor. No. Es un perfume que desprenden unos
aditamentos, ora transparentes, ora verdiazules, ora anaranjados que se
denominan simple y llanamente urnas.
De ellas, y en curiosa cascada,
nos invaden los efluvios de los arreglos exprés, del cocimiento de pactos no
siempre “naturales”, de declaraciones hechas con el labio torcido y el ojo
avizor centrado en el contrario, de inauguraciones apresuradas y primeras
piedras dejadas caer al aire de un futuro incierto pero que el aplauso
intencionado hace asentarse al menos en la imaginación, de sonrisas forzadas y
manos estrechadas a la busca y captura del voto pendular…Ese olor que debería ser agradable a nuestras pituitarias consigue, sin embargo, a base de emponzoñar verdades, manipular sentimientos, distraer realidades y disimular los verdaderos objetivos buscados, llevarnos a un estado de inquieta vigilancia. Nunca sabremos si el voto a que esa fragancia nos empuja acabará convertido en ingrediente de una componenda que, de haberla vislumbrado, otra hubiera sido nuestra alternativa. ¿Quién le dice a un votante del PP que su voto no irá al cestillo de Ciudadanos o viceversa? ¿Arreglarán los votos a Podemos las cañerías del PSOE? Afirmaciones como “la ciudadanía, con su voto, quiere que pactemos” o “bienvenidos los nuevos partidos que harán que la frescura nos inunde” tienen aristas afiladas que quizá el perfume electoral nos impide apreciar en su verdadero discurso. Las esencias, lociones y desodorantes pueden enmascarar los verdaderos olores y embotar nuestra sensible capacidad de discernimiento a base de cantos de sirena que parecen oler a mar pero que esconden, quizá, rancias vaharadas de pescado putrefacto.
Alrededor ya huele a urnas. Ajustemos el olfato para que guíe nuestros pasos electorales con la pituitaria bien entrenada. El futuro de todos depende de ello.
viernes, 3 de abril de 2015
Homenaje a los Camineros y en especial a mi padre, José López Hervás.
Camineros al mando de mi padre, José López Hervás, Capataz de Cuadrilla, en 1966 cerca de Tolosa (Guipúzcoa)
Cuando ya la majestuosa Falla de Mancha Real de este año se
ha convertido en ceniza de recuerdo, retomo uno de los aspectos que traté en el
pregón de esa celebración y que tan amablemente me encargó la Asociación San
José.
Se trata de una profesión, la de mi padre y muchos de mis tíos,
a la que traté de homenajear en mis palabras como recuerdo a todos aquellos
mancharrealeños que tuvieron que salir de su tierra en los difíciles cincuenta
y sesenta del siglo pasado en busca de mejores horizontes. Eran Camineros. Sí.
Un oficio ya extinto y, en palabras de algunos de los asistentes al acto,
desconocido.
Los Camineros, -ya solo el nombre es evocador y nos lleva a
mundos casi imaginados- eran obreros, peones, del Estado cuya función era, precisamente,
cuidar de los caminos, de las carreteras. En principio, cuando en 1759 reinando Fernando VI fueron creados, tenían a
su cargo una legua en la que debían estar al tanto de los desperfectos que en
el camino ocasionaran los carruajes, cuidar cunetas e incluso el arbolado que los
flanqueaba. Incluso tenían cierta autoridad sobre las “personas de mal vivir”
estando entre sus atribuciones el denunciarles en caso necesario.
Mi padre tras "limpiar" parte de su "legua" es recibido en casa por mi madre, Dulce Yera y por mi. 1959. Casa de Camineros de Deskarga.
Poco a poco los tiempos, y los caminos, fueron cambiando
pero la responsabilidad del Caminero seguían siendo sus cinco kilómetros asignados en mitad de los cuales, y aquí
aparece otro de los puntales de la “leyenda caminera”, estaba la famosa Casilla
en la que vivían junto con su familia.
Casillas de Caminero existieron muchas a lo largo y ancho de
nuestra geografía. Actualmente la mayoría fueron demolidas, están abandonadas o
han sido fagocitadas por las administraciones para hacer centros sociales,
puestos sanitarios o se han vendido a particulares.
Mis padres conmigo en la puerta de la Casilla de Caminero del Alto de Deskarga (Guipúzcoa) 1958
Prácticamente toda mi vida “de soltero” ha transcurrido
primero en una Casilla de Caminero, y luego en distintas viviendas del
Ministerio de Obras Públicas adscritas a su personal. Mi padre, José López
Hervás, empezó su trayectoria laboral en un empleo público en el puesto de
Caminero del Puerto de Deskarga, cerca de Zumárraga en Guipúzcoa allá por 1958
cuando yo apenas tenía algunos meses. Una casilla en la que permanecimos casi
tres años y a la que pertenecen mis primeros recuerdos. Un entorno idílico en
plena montaña, rodeados de una especie de bar de carretera y de distintos caseríos
en uno de los cuales, Nicasia –una anciana vecina- me guardaba la leche recién
ordeñada y siempre de la misma vaca. Eran tiempos difíciles y complicados en la
que la economía familiar, que apenas daba para el sustento, se complementaba
con los productos de un pequeño huerto trasero.
Yo mismo en otra vista de la Casilla de Deskarga (1959)
Mi tío, Juan Antonio Yera, Caminero en Villabona, con mi primo Pablo Yera, en una visita a Deskarga.
La carretera para llegar al Puerto era de tal extrema
complicación que los autobuses de línea debían hacer varias maniobras en las
vertiginosas curvas que la formaban. Ese es uno de los primeros recuerdos que
guardo de aquel tiempo.
El Alto de Deskarga en la actualidad según Google Maps.
En un intento de mejorar la situación familiar, mi padre
solicitó el traslado a Tolosa, ciudad industrial con varias empresas papeleras y una que para mi infantil concepción
era muy exótica: la factoría de boinas Elósegui.
Nuestra nueva vivienda, un bloque de arquitectura típica de
la zona, estaba sobre los talleres de Obras Públicas, lugar que fue escenario
de mis aventuras infantiles subiendo y bajando a los viejos camiones ya en desuso
o a las apisonadoras antiguas que tenían una cabina con ventanas de celosía
desde la que podía conquistar nuevos mundos. Los vecinos, Ambrosia y José
Miguel Lesaka en el piso de enfrente y Josefa y Benito Inza en el de abajo
fueron nuestros embajadores en aquel Euskadi incipiente del que tardamos casi
diez años en abandonar para regresar a Andalucía.
Vista de la casa de Obras Públicas de Santa Lucía (Tolosa) con los Talleres en el Bajo. En el balcón arriba a la izquierda, mi madre conmigo y con mi hermana. (1966)
Estando ya asentados en este pueblo a orillas del Oria, con
su ponzoña maloliente de las papeleras, mi padre se apuntó a un curso en
Madrid, en la Escuela de Capacitación Social. Un episodio que tendría mucha
importancia en su desarrollo digamos “cultural”. Visitas a la Capital, al Valle
de los Caídos, a los Museos, al Escorial, a Toledo, abrieron sus horizontes y
las charlas recibidas dejaron huella en aquel hombre que no pudo en su juventud
cultivarse todo lo que hubiera querido (Recuerdo como contaba su afán por saber
apuntándose a escuelas nocturnas cuando volvía de los cortijos).
Volvió de aquel cursillo con una suscripción a la entonces llamada
“Biblioteca circulante” en la que los pedidos llegaban por correo. La casa se llenó
desde entonces de libros de arte, de grandes clásicos y de obras diversas de
las que daba pena tener que desprenderse para devolverlas. Quizá de ahí mi
espíritu de viejo ratón de Biblioteca y mi ánimo por atesorar libros de toda
clase y condición.
Imagen de los alumnos del Curso de Capacitación Social en Madrid, 1.965 aprox. Mi padre, José López Hervás, está en la tercera fila empezando por abajo, el sexto por la derecha, en el centro de la foto.
Pero eso no es todo.
Mi padre volvió con un puñado de libros en la maleta. Algunos eran guías
turísticas de lo que había disfrutado en Madrid y alrededores pero había uno
que me marcó para siempre. Nunca he olvidado su título y el nombre de su autor:
Reloj de Arena, de Pragmacio Salgado.
Vista de una de las visitas turísticas del grupo de Camineros del Curso de Capacitación Social, en este caso al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Mi padre es el primero por la derecha.
Durante muchos años he llevado dentro la curiosidad de saber
la causa de su elección. Lógicamente mi padre no tenía cultura poética pero
allí estaba: un libro de poesía en su “mochila”. Luego, investigando, descubrí
que el tal Salgado era el director de la Escuela de Capacitación Social y que,
posiblemente, ofreció a los alumnos del curso algunas de sus obras, pero eso no
sustrae mérito alguno al “regalo” que mi padre me hizo con aquel libro. Durante
años fue el único libro de poesía de nuestra biblioteca y hasta tuvo el honor
de ser el sujeto del primer comentario de texto que hice allá por sexto de
Bachiller, para pasmo del profesor, que era Julio Artillo, luego cargo
socialista de la Junta, que no conocía al autor.
Pragmacio Salgado, director de la Escuela y autor del libro de RELOJ DE ARENA que luego influiría en mi "carrera" por llamarlo de algún modo.
Más recuerdos se me amontonan, la escuela de Santa Lucía con
la señorita Purificación Iturrioz y mis primeros pasos en el conocimiento, mis
amigos los hermanos Zabala, hijos del encargado del Matadero cercano, Juan de
Dios, el hijo de la Matrona que vivía frente a nuestra casa cruzando la
Nacional I, José Miguel, el nieto de Ambrosi, las monjitas de la Clínica donde
me vacunaban, a dos pasos de casa y donde nacería mi hermana a escasos meses de
nuestro regreso, los domingos en los Corazonistas con pastelito a la salida,
los fastuosos carnavales de Tolosa, el añorado Cine Leidor donde vi mis
primeras grandes producciones, el cine Igarrondo con sus pelis de sábado tarde
repletas de romanos, el galinero del Gorriti, teatro venido a menos, el
vinatero que nos servía el vino a granel, la catequesis con el padre José
Antonio, el quiosco de la plaza que me surtía cada domingo del nuevo ejemplar
de Pulgarcito y de unos sobres sorpresa que solían tener versiones reducidas de
los cuentos de Calleja…
Mis amigos de la infancia "tolosarra", de izquierda a derecha, Juan de Dios Cordero, Nicolás y Juan José Zabala.
Los niños y las niñas de la Escuela de Santa Lucía de Tolosa en 1.961. Estoy en la parte derecha, el tercero de la primera fila sentados.
Y otros relacionados con los Camineros… el Celador Zaldúa
con su casa oficial junto al Oria frente al puente, las tardes haciendo “control”
mientras mi padre descansaba, (el control consistía en apuntar en unos
estadillos todos los vehículos que pasaban por aquel punto de la Nacional I,
turismos, camiones, autobuses, motos), los días de paga, en que ayudaba a mi
padre a rellenar los sobres de los componentes de su cuadrilla con sus exiguas
nóminas, los juegos con Lesaka cuando le tocaba ser el cocinero en algunas
ocasiones en que los trabajos de la cuadrilla eran cerca, las idas y venidas
con mi primo Pablo, las visitas de las
Casillas de amigos y compañeros como la de “Pepe, el del Vivero”…
Una visita festiva a la Casa de Camineros del Vivero de la Carretera de Granada, para nosotros la de "Pepe el del Vivero". Mi padre sostiene a mi hermana y al hijo de Pepe, que se ve asomar la cabeza. Mi madre está en la puerta. Pueden observarse los carteles anunciando el kilometraje en la fachada, algo típico en las Casillas de Camineros.
Mientras, mis tíos habían emprendido caminos similares. Uno
de ellos, Juan Antonio Yera, se aposentó en Villabona, Manuel Sánchez en Azcoitia,
Rafael Gómez en Vidrera (Girona), Juan María Yera en Bailén… Otros, como mi
primo Luis Hervás, en Beasain, todos con su escarapela de Caminero y su “legua”
para conservar. Con el tiempo regresaron a Jaén, pero la impronta de su paso
por aquellos lejanos caminos se ha conservado hasta ahora.
Grupo de Camineros en Vidrera (Girona) a mitad de los años sesenta. Mi tío Rafael Gómez es el primero de pie por la izquierda, vestido de oscuro. A sus pies, mi primo Bartolomé Gómez.
Otra imagen familiar. Mis tíos, Rafael y Ana, con mi primo Bartolomé en la puerta de las viviendas de Camineros de Vidrera (Gerona) Mediados de los sesenta.
Ya de regreso a Jaén nuestra casa fueron de nuevo las
Viviendas de Obras Públicas de la Avenida de Madrid, frente a los Talleres del
Ministerio, luego de la Junta de Andalucía. Veintitantos años de mi vida han
transcurrido en Casillas o Pisos de Caminero así que mi homenaje es sentido y
emocionado. Mi aplauso a todos aquellos esforzados obreros que, a pie al
principio y en camiones después, recorrieron los caminos que llevan y traen a
los viajeros que, normalmente, no reparan en quienes velaron por su buen
estado. Y en especial a mi padre y a mi madre, Dulcenombre Yera, su compañera
incansable en tiempos duros y otros más apacibles. Ellos encarnan para mí el
verdadero espíritu de aquel Caminero solitario en su trozo de camino, bajo el
cielo de las noches en las que una lágrima recordaba la lejanía de su tierra y
de sus seres queridos. Gracias, papá, Gracias, mamá.
Vista del antiguo vivero de Obras Públicas en Jaén, junto a la Avenida de Madrid, donde se construyeron viviendas para Camineros y para Funcionarios del MOPU.
Bloque de viviendas para Camineros de la Avenida de Madrid, en Jaén. Hoy desafectados.
Mi primo Pablo Gómez a mediados de los setenta en las viviendas para Camineros de la Avd. de Madrid. Jaén.
Hoy, el cuerpo de Camineros ha desaparecido y aquella labor que realizaban, también. Son ahora equipos de Conservación los que recorren las carreteras a la busca y captura del bache perdido o de la señal desmejorada. Obviamente la calidad de vida ha mejorado y probablemente el estado de las carreteras también, pero no podemos olvidar a aquellos camineros y a sus familias, que se dejaron la vida legua a legua haciendo el verso de Machado realidad. Ellos sí que hacían camino al andar...
En homenaje a José López Hervás y Dulce Yera Romero. Mis padres.
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domingo, 8 de marzo de 2015
Pregón de la XXXIII HOGUERA/FALLA de Mancha Real (Jaén) Edición 2.015
A petición de muchos de los asistentes a la lectura del PREGÓN de la XXXIII Hoguera/Falla de San José de Mancha Real, única que se quema fuera de la Comunidad Valenciana y en agradecimiento a quienes me arroparon con su presencia durante el acto, adjunto el texto de dicho pregón. Vaya con él mi homenaje a los organizadores, la Asociación Cultural San José, con más de tres décadas de esforzada dedicación a la "Falla" de Mancha Real, con Juan Francisco Molino a la cabeza, a la Corporación Municipal y a todos quienes colaboran para llevar a buen termino este empeño declarado de interés turístico.
PREGÓN XXXIII HOGUERA
DE SAN JOSÉ. MANCHA REAL. 6 marzo de 2015
Pedro A. López Yera
Buenas noches y muchas gracias. Quizá éste más parece un
saludo de despedida que un comienzo emocionado, pero lo es, créanme, creedme.
Gracias a las autoridades presentes, Sra. Alcaldesa, miembros de la corporación
municipal, socios y directivos de la Asociación San José, en especial, a quienes
pensaron, quizá en un desvarío al que espero dar cuerpo y responder a la
confianza, que podría desarrollar el pregón de esta fiesta de San José que ya se
adivina en el horizonte de un pueblo como Mancha Real, el mío, esa tierra donde
abrí los ojos por primera vez y a la que siempre he llevado en la mochila, como
diría alguno de los ilustres viajeros que por el mundo han sido.
Gracias también a quienes han compartido conmigo los muchos
años ya vividos, familia, amigos, muchos de los cuales nos acompañan hoy, algunos físicamente y otros, prendidos de la
generosa nube del recuerdo.
Gracias a esta tierra, repito, de la que siempre me sentí
partícipe a pesar de que los avatares de la historia me han hecho estar alejado
casi siempre de sus calles, de sus olivos, de su sol.
Esta tierra que, no me cabe duda, fue una de las primeras
creaciones de los dioses, esas en las que se pone mucha más ilusión y toda la carne en el
asador. Nuestros campos, nuestras gentes, nuestro carácter tienen mucho que ver
con la alegre amanecida del alba preñada de esa luz que solo nosotros tenemos y
sabemos disfrutar.
Y esta no es una frase literaria. En mi tierna infancia,
allende los siglos pasados, dije adiós a Mancha Real hundido en el regazo de mi
madre con apenas meses. La emigración de los años sesenta nos llevó lejos en
busca de algún nuevo horizonte. Recorrí caminos sin saberlo pero el tiempo me
hizo saber, grabándomelo a sangre, frío y distancia que aquel Euskadi donde
recalamos, entonces con el apellido “Vascongadas”, no era mi tierra.
No puedo por menos que recordar las palabras, a veces
aliñadas con lágrimas de morriña, de mi madre señalando las colinas que nos
rodeaban y afirmando que tras ellas estaba su tierra, sus olivos, las personas
que la querían y a quienes ella echaba de menos… Ella siempre supo que
volveríamos, siempre me insufló ese espíritu de andaluz en permanente espera de
regreso, de niño con ansias de crecer en otros escenarios, menos verdes, menos
fríos, con otras miradas, con otra alegría.
Era como si en su fuero interno resonaran las palabras de
Joan Margarit afirmando que la nostalgia no solo se puede tener de la historia
vivida, soñada o añorada sino también de la geografía. Los lugares son
pinceladas importantes en el óleo que da forma a nuestra vida. El sitio puede marcarnos más que
un hecho. O quizá el hecho sucede por estar en un lugar y no en cualquier otro.
El caso es que Mancha Real era un punto caliente que calmaba
el desasosiego, una marca en un mapa imaginario que, sin embargo, existía más
allá del universo que aquel niño conocía. Pronto descubrí, además, que no solo nosotros tuvimos que huir,
permítaseme la palabra, al socaire de la necesidad. Muchos otros miembros de la
familia tomaron el mismo rumbo al norte y con los mismos objetivos.
Además, paradojas de la historia, muchos tomaron una
profesión que a todos nos puede hace evocar ese mundo casi literario de quienes
abandonan su tierra: Caminero. ¿Se han parado a pensar?, ¿Os habéis parado a
pensar en el significado de esa palabra? Si la repetimos, caminero, posiblemente nos
sonará distinta, como si con cada letra avanzáramos un paso por la senda que
nos ha tocado a cada cual. Caminero. Pocos oficios despiertan ese tono
conmovedor que, sin cerrar los ojos, nos transporta.
No vamos a recordar los conocidos versos de Machado, pero
hacer camino, prepararlo para los demás,
cuidarlo como si en ello les fuera la vida, resultó ser el modus vivendi
de mis padres, de mis tíos y de bastantes de sus amigos y conocidos. Caminero.
Hacedor, cuidador e impulsor de caminos.
Esos mismos caminos por los que salieron de su tierra y por
los que volverían tiempo después aunque dejando en ocasiones mucha vida prendida
en el recorrido.
Cantaba Rafael Amor:
En el camino aprendí,
que en cuestión de
conocer,
de razonar y saber,
es importante,
entendí,
mucho más que lo que
vi
lo que me queda por
ver...
Mucho me quedaba por
recorrer, ciertamente, pero el camino, siempre de ida y vuelta, nos dejó de
nuevo a orillas del olivar. Y hoy mis padres descansan en este pueblo, en esta
tierra a la que tanto quisieron, soñaron y añoraron. Su postrera morada es la
misma Mancha Real rodeada por los olivos que los vieron nacer, irse y volver.
Esos olivos de los que Gala escribió:
Mi patria sois; me
extinguiré en vosotros
para que empiece todo
una vez más.
Cesar Vallejo decía
que la tierra de los cementerios huele a sangre amada. Hago mías sus palabras y
me permito dedicárselas a todos aquellos que regresaron a sus raíces
recorriendo de vuelta los caminos para permanecer en ellas para siempre. Todo
termina y todo comienza y entre idas y vueltas, entre caminos hollados por pies
cansados, nuestro pueblo siguió palpitando en mi vida diaria aun en la
distancia.
Crecí escuchando
nombres como Peñaflor, Soguero, Las Pilas, La Peña del Águila… lugares que se
me antojaban escenarios de libros de aventuras en los que imaginaba mil y una
historias alimentadas por el recuerdo familiar y por las vacaciones veraniegas
en las que volvíamos a casa, pero a Casa con mayúscula. El ruido de la nacional
1 junto a la que vivíamos se trasmutaba en campanadas de iglesia, en canto de
pájaros y gallos mañaneros, en alocadas idas y venidas con los primos, en la
mirada acuosa del mulo de uno de mis abuelos o de la borrica del otro. Solo aquí tenían sentido para mí los versos de
un Machado escolar que decía a lomos de una enciclopedia manoseada:
¡Pardos borriquillos
de ramón cargados,
entre los olivos
Aun hoy, desaparecidas ya las casas de mis abuelos, sus
cuadras, sus “cámaras” aquel mundo casi secreto repleto de incitantes detalles
aventureros, el rumor de su presencia se me hace presente con solo pisar una de
estas calles mancharrealeñas. O al ver los olivos a ambos lados del camino.
Pero dejemos que el recuerdo navegue por el río de la memoria,
“flanqueado de voces, sombras y misterios” y dejemos, siguiendo con más palabras
de Pedro Molino, otro mancharrealeño juntador de palabras, “que la aurora del alma nos despierte”.
Antes hablamos de los dioses y de cómo exprimieron su
espíritu creador para dar a luz a lugares como este pellizco andaluz en el que
nacimos. Mezclar dioses, caminos y olivos no es algo baladí.
Nuestra falla de este año está presidida por Zeus, el padre
del Olimpo. Y todos sabemos que nuestros olivos tienen mucho que ver con él y,
más concretamente con su divina familia. Recordemos que Zeus tenía una hija, Atenea,
una diosa guerrera pero con jurisdicción en justicia y sabiduría, y como tal protectora
de las artes y la literatura.
Para refrescar la memoria mitológica diremos que un hermano
de Zeus, Poseidón, ese que todos imaginamos con olas alrededor y un tridente
feroz en las manos, tenia celos de los territorios que dominaba Zeus y, ni
corto ni perezoso, en un rifirrafe
familiar, clavó su tridente en el suelo para hacer brotar un pozo de agua
salada significando sus dominios aunque otros dicen que lo que apareció fue un
deslumbrante caballo blanco que les daría la victoria. Buenas opciones ambas.
Pero Atenea, más inteligente y menos impulsiva hizo que
frente a todos naciera un olivo. Y como no podía ser de otro modo la ciudad
quedó para siempre consagrada a ella ya que se determinó por los reconocidos
sabios del lugar que aquel árbol era capaz de dar llamas para iluminar, ungüento
para calmar heridas y, especialmente, ser un alimento energético y útil.
Hoy no podemos imaginar nuestra tierra sin olivos. Gracias a
los fenicios y a los romanos ese regalo de Atenea inundó nuestra tierra
convirtiéndola en ese metafórico “mar de olivos” tan querido a escritores y
poetas. Cruel ironía para el pobre Poseidón. Su envite no ganó pero su esencia,
la de océano verde y fértil, ha permanecido unida indisolublemente a la
historia de su enemiga Atenea.
Bajo tus ramas, viejo
olivo, quiero
un día recordar del
sol de Homero.
Son palabras de
Machado que nos permiten ahondar más en el recuerdo, en ese pasado a veces
duro, a veces doloroso que precisamente lo es por el sentimiento que nos genera.
Decía Mark Twain que llamamos pasado a lo que ya no nos duele. Y por esa regla
de tres poco podemos despreciar de ese bagaje que nos acompaña desde niños.
¿Qué es un olivo? Decía Alberti. Y contestaba: es un viejo, viejo, viejo y es
un niño con una rama en la frente y colgado en la cintura un saquito todo lleno
de aceitunas.
Recordar… Homero… palabras que nos acercan casi
peligrosamente al título de la falla que nos ha congregado. El poder. Cuenta la
Odisea que Zeus dijo a los dioses: Hay que ver cómo se empeñan los hombres en
achacarnos todos los males que les acaecen y no se dan cuenta de que son ellos mismos, con sus propias
locuras, quienes los traen.
¡Cuánta verdad! ¡Cuántos desmanes hemos cometido a lo largo
de la historia en nombre de los dioses, a veces con mayúscula y a veces con
minúscula. El poder nos ha embriagado en casi todas las épocas haciendo que lo
que debería ser un servicio a los demás se convierta en un espejismo que todo
lo deforma, como los espejos de feria, cruelmente a veces, dolorosamente
siempre.
El poder. El rayo de Zeus. Gobernantes por la gracia de dios.
Dioses travestidos de faraones o de sádicos emperadores… desgraciado catálogo
de episodios que quizá nunca debieron suceder y que generaron guerras y sangre
en nombre de divinidades con pies de barro.
Ahí entra nuestra amiga Pandora. Qué mala fama ha arrastrado
la pobrecilla a lo largo de los siglos. Su nombre, en realidad, significa “un
regalo para todos” o también “la que lo da todo”. Sin embargo, nos ha quedado
una versión del mito en la que ella abre su famosa caja y deja escapar todos
los males que, desde entonces nos aquejan.
Y me parece injusto. Quien todo lo da es obvio que ofrece todo lo malo,
pero también todo lo bueno. El uso que
hicimos de ese regalito ya nos corresponde por completo a los humanos.
Hay una versión poco conocida en la que al abrir la caja,
repleta de todo lo bueno y todo lo malo, por algún extraño sortilegio las cosas
buenas volaron de nuevo hacia los dioses y, “desgraciaitos” que somos, a
nosotros nos quedaron las malas. El caso es justificar lo mucho que hemos
desbarrado allende los siglos.
Sin embargo hay un detalle que nos debe hacer confiar en
nosotros mismos. Pandora cerró la caja en un momento dado. A lo mejor se
compadeció de nosotros o quizá fue un accidente. Versiones hay tantas como
colores. Pero quedó algo en la caja. Algo que sabemos que podemos encontrar: la
esperanza.
Los males nos sobrevuelan pero la esperanza está a buen
recaudo. Quizá es lo que desempolvamos cuando vemos a otra diosa, democrática
ella, con la que nos citamos periódicamente: la diosa Urna. Ante ella hacemos el ejercicio contrario:
dejamos fuera todo aquello que nos ha estorbado en el bello ejercicio de ser
mejores, metemos en un sobre la esperanza y aguardamos con el alma en vilo para
ver cuántas esperanzas ha recopilado la diosa
Urna. Diríase que cuando ella abre al fin su cuerpo translúcido brota en
nosotros el ansia de haber alcanzado el nirvana, de haber conseguido encauzar
el poder y la gloria y, en ocasiones tanto confiamos en su poder que nos
retiramos, alegres y felices o compungidos y con cara de pocos amigos hasta la
cita siguiente.
Olvidamos, claro está, que el poder está en nuestras manos
siempre y que debemos amasarlo hasta obtener la masa del más preciado pastel
junto con ingredientes como la libertad,
el trabajo, la cooperación, la tolerancia…
El poder, como bien simboliza nuestra falla que espera la
llama purificadora, es un apéndice de nosotros mismos que solemos regalar a
aquellos en quienes confiamos. Es, de nuevo, la esperanza quien nos mueve. Es
Pandora, perspicaz y astuta, que nos sigue embaucando con su bien ideado truco.
La esperanza es lo último que se pierde. Claro. Ella la tiene guardada.
Nosotros más que esperanza tenemos, repito,
confianza en aquellos a quienes damos el poder.
Unos, honrados, saben
que tendrán que devolverlo y dar cuentas de cómo lo han usado. Otros solo
embrollan para alcanzarlo y luego escabullirse por las rendijas del sistema en
ocasiones con los bolsillos llenos.
Ahí está de nuevo la
dualidad de Pandora. Los que dan el poder y los que lo reciben. Los honrados y
los delincuentes. La balanza es muy sensible y fluctúa hacia uno y otro lado en
cuanto sopla el viento de la corrupción, que últimamente parece un tornado más
que una brisa molesta. Clemenceau dijo que el poder es la más completa de las
servidumbres. Lástima que suela olvidarse. Y Tagore agradecía no ser una de las
ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas.
Profundo pensamiento que puede hacernos cavilar respecto a nuestras ambiciones
y deseos.
Los dioses, desconfiados,
siguiendo el verso de Alain Bosquet, decían…
No, no, si ha de haber un ojo, que sea de las montañas;
Si ha de haber una risa, ofrezcámosela al océano para que se anime.
Las palabras para los arroyos…
Y el pensamiento, que de él se adueñen las rocas para conocerse mejor.
Pero, no, no, decían los dioses, ahorrémonos el error humano.
Parece que todos los dioses han dudado en uno u otro momento
de sus propias creaciones y hasta han deseado hacernos desaparecer bajo
diluvios torrenciales o lluvias de fuego, pero ahí seguimos, seguramente sin
aprender de nuestros errores: Los unos desde un poder que no saben gestionar
salvo para producir beneficios, digamos subjetivos. Los otros por aceptar
sumisos las idas y venidas de gobernantes, regidores, gobernadores y
mandatarios diversos no siempre por la senda del bien común.
Pero, ¿quién duda que
quizá debiéramos despertar? Decían los
versos de Juan Antonio Mora:
Gente dormida en las
nauseas del vacío,
En las cloacas del
poder y sus desvaríos.
País dormido en un
saco roto de esperanza,
País dormido en la
injusticia
En la tos del enfermo,
En la deuda del
parado,
En la cólera del
preso,
En la fiesta de la
desigualdad.
A ti te canto, a ti te
hablo.
Ponte al día.
Levántate y anda…
Pero la fiesta es la fiesta y el poder, en ella, es solo un
concepto que arderá dejando las pavesas flotar sobre nuestras cabezas. Esas
figuras de gentes con poder o aspirantes a serlo van a quemarse frente a
nuestras narices. Oleremos el dulce perfume del fuego purificador y nos
parecerá que todo vuelve a la ceniza primigenia. Eso se llama esperanza, amiga
Pandora.
Suelo gris, Cielo rojo…
Quedó la luna enredada en el olivar. Versos de Emilio Prados que resumen el ciclo del fuego: gris
ceniza, cielo en llamas, luna merodeadora sobre los olivares aspirando
bocanadas ardientes en la noche de marzo.
Y luego, grande Blas de Otero, “Vamos a verdear el aire, que
todo sea ramos de olivos en el aire. Defenderemos la tierra roja que vigilamos.
Puestos en pie de paz, unidos, laboramos. A verdear el aire. Que todo sea ramos
de olivos en el aire”
Iremos unidos, festejando alrededor de ese fuego que nos
espera en apenas unos días. Llamas que acabarán con ese Zeus de madera y sus
pequeños “secuaces” amigos del poder, pero que quizá nos hagan pensar cosas
como, por ejemplo, aquella frase de Leonard Cohen “Con el poder mantenemos una
relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a
otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran el poder ni los gobiernos,
las personas se abrazarían”
Abrazarse, bailar, gozar de esa gota de fuego que curará la
oscuridad, abrirá nostalgias y avivará espíritus con su llama vestida de espada
justiciera, de ruego germinado, de deseo gritado en el silencio del crepitar
chispa a chispa… ese es el objetivo del encuentro, del festejo, de las fiestas
que se acercan.
No hay sino luz entre
ávidas llamas.
No hay sino alegría
entre lágrimas rojas.
No hay vacío entre el
fuego que asciende.
No hay ceniza domada
tras el aquelarre.
Solo el resplandor
chisporrotea
Bajo la luna que mira
con envidia
A quienes danzan al
hilo de la hoguera
Sabiéndose con poder
sobre la vida.
El pregón termina. Ya
casi huele a humo y a fiesta mientras se desgranan pentagramas de fuego. Gracias
por compartir estos minutos. San José está a la vuelta de la esquina. Que él,
Zeus, Pandora, la divina providencia y vuestros dioses personales os sean
propicios.
Ahora sí. El comienzo
vuelve a tener sentido: Buenas noches y muchas gracias.
Pedro A. López Yera
PREGÓN DE LA XXXIII HOGUERA DE
SAN JOSÉ
MANCHA REAL. 6 de marzo de 2015.
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