Con un sentido que casi podríamos
calificar ya de entrada como “berlanguiano” los gurús de las efemérides nos han
brindado este 2021 la celebración de dos centenarios que bien pudieran estar
unidos por íntimas connotaciones de esas que beben de lo más característico de
nuestra sociedad, de nuestra esencia.
Luis García Berlanga nacía el 12 de junio. Emilia Pardo Bazán moría el
12 de mayo. Todo ello en aquellos inicios de los “locos veinte”, en 1921
concretamente. Apenas un soplo del calendario impidió que coincidieran por
estos lares. Aun así, con todos los perdones que fuera menester hemos de
reconocer un cierto aire “berlanguiano” -volvemos al adjetivo- en doña Emilia.
Siempre se dijo que fue muy adelantada en todo. También, por supuesto, en poder
adherirse a la concepción que mucho más adelante impulsaría don Luis.
La Pardo Bazán se nos aparece
como ferviente devota católica, pero al mismo tiempo como feminista bastante
radical para los cánones de su tiempo. Y del nuestro. En su currículum
encontramos además pinceladas carlistas, toques de antiliberalismo a pesar de
sus orígenes y borbotones de libertad personal poco asimilados por sus contemporáneos.
Nunca quiso identificarse profundamente con carlistas o liberales ya que se
desengañó de lo que ambas posturas proclamaban. Eso de “pensar por decreto”
nunca fue con ella. En alguna de sus entrevistas comentó, al hilo de lo que
opinaba Virginia Woolf que “si no puedo ser una ciudadana activa, ni votar ni
ser votada, no me pidas que me afilie a ningún partido”. También es de sumo
interés recordar los consejos que recibió de su padre: "Mira, hija mía,
los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que
pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede
haber dos morales para dos sexos". Obviamente, doña Emilia siguió al pie
de la letra esas sabias palabras paternas. En su obra “La Tribuna”, por ejemplo,
narra el caso de una mujer en la fábrica de tabacos de La Coruña, líder de “las
cigarreras” que lucha contra las largas jornadas laborales y los sueldos,
siempre más bajos que sus compañeros masculinos.
Otro episodio bastante
berlanguiano, por cuanto marca un punto de rebelde extrañeza en el momento, es
aquel en que se vio inmersa en la compra de armas en Inglaterra para
introducirlas subrepticiamente por la frontera de Portugal en favor de la causa
carlista.
Su vida personal, separada, madre
de tres hijos y escritora en un mundo de hombres le acarreó distintas inquinas.
Ella afirmaba que "Me he propuesto vivir del trabajo literario no siendo dependiente
y este propósito, del todo varonil, reclama en mí fuerza y tranquilidad". La
sociedad no lo veía así y se recuerdan cancioncillas en extremo crueles como la
que le dedicó un crítico literario: "Trasto viejo de desván, envuelta en
polvo de rosas, mala madre, mala esposa, eso es la Pardo Bazán”.
Otra de sus obras, que pudimos
disfrutar en el Festival de Otoño de Jaén hace unos años y que marca de nuevo
su rumbo como defensora de igualdades entonces no puestas sobre la mesa, fue
“Insolación”. En ella, una viuda se abre de nuevo al amor y doña Emilia nos
coloca a hombre y mujer en el mismo plano para arremeter contra la doble moral
sexual. En su vida privada también tuvo que hacer frente a las habladurías que
conllevó su relación apasionada con Benito Pérez Galdós.
Doña Emilia no fue admitida en la
Real Academia y se llegó a afirmar, en una soflama machista inaceptable, que no
entró porque “su culo no cabía en el sillón”. Otra situación que si no fuera
dolorosa podría formar parte de un amargo guion de Berlanga.
Don Luis incluye siempre en sus
guiones, amén de la sempiterna cita austrohúngara a los eclesiásticos o los
militares y toques de índole sexual o familiar. Y todos esos aspectos, salvo el
jocoso histórico, nos podrían acercar a la vida de la Pardo Bazán. El director
reflexiona en su obra, en voz alta y sin cortapisas -salvo cuando llegó el corte
censor- sobre hombres y mujeres, sobre seres que, en el caso de ellas están
privadas de libertades y en de ellos se ven arrastrados por el ambiente social
al que parecen aplaudir pero que, en el fondo, también les crea inseguridades y
dudas.
Doña Emilia podría entrar, y sin
calzador, en esa definición de algo extraña, por su libertad y pensamiento,
exagerada, por su forma de ser y ofrecerse como autora, con un punto
esperpéntico quizá no buscado, inusual por su avance en el tiempo, pero posible
y real. Y esas palabras, según algunos críticos definen precisamente lo
berlanguiano en tanto en cuanto cala, crea sentido de cultura y es poroso
impregnando al lector, al espectador, a la sociedad. España, dicen, es
berlanguiana por naturaleza. Doña Emilia, no me cabe duda, también. Ese toque
insólito para su época, esas contradicciones, ese punto humorístico y
costumbrista son elementos esenciales para comprender un tiempo, para avanzar
sabiendo las bases de las que se parte, para reconocernos a nosotros mismos.
Emilia y Luis nunca coincidieron,
nunca pudieron mirarse, nunca intercambiaron ideas u opiniones. Pero el manto
berlanguiano los une en estos centenarios que ahora celebramos. Doña Emilia,
don Luis, que vuestras obras nos sigan guiando por el proceloso mar de la
cultura, por el océano berlanguiano en el que nos reflejamos.
Publicado en DIARIO JAÉN el 20 de junio de 2021