martes, 24 de agosto de 2021

Consultas catódicas para pandemias mundiales. (En homenaje a nuestros médicos/as, enfermeros/as y personal sanitario)

En los tiempos de esta pandemia que no parece tener la más mínima intención de abandonarnos “a nuestra suerte”, hemos tomado conciencia, si es que no la llevábamos inscrita en lo más profundo de lo cotidiano, de esos personajes que, tras una mesa, una camilla, o un quirófano nos abren las puertas de la vida, nos extirpan el germen del desastre y nos “tatúan” la buena salud incluso por encima de la suya propia. Son los genéricamente denominados “sanitarios”, desde médicos a enfermeros pasando por auxiliares y demás personal de intendencia en clínicas, centros de salud, hospitales y consultas.

La bata blanca, azul o verde, es algo más que un uniforme. Es como una clave, un guiño, una llave hacia la confianza y a la seguridad. Es algo a lo que aferrarse, una luz que nos guía cuando todo parece fallar y la enfermedad, en cualquiera de sus posibles acepciones, llega a nuestro cuerpo y, en este caso, al de nuestros amigos, vecinos y demás habitantes del planeta.

En nuestro imaginario íntimo existen imágenes que nos vuelven a tiempos en que “ir al médico” nos producía un infantil desasosiego unido indefectiblemente al brillo maligno de una aguja horadando el tapón de goma de un vial o al sabor indescriptible del “palo de polo” con que despejaban el camino hacia la amígdala inflamada allende la lengua.

Luego, en la tranquila convalecencia, las tardes de tele blanquinegra nos acercaban a otras consultas catódicas y en ellas, para regocijo de nuestras abuelas, madres y hermanas mayores, aparecían fornidos y guapetones médicos que lidiaban con enfermos de todo tipo y condición en aquellas series inolvidables. Una de ellas, estrenada aquí a principios de los setenta,” Centro Médico”, traía a nuestras casas al doctor Gannon (Chad Everett) y sus ayudantes. Otro personaje muy recordado es “Marcus Welby M. D.” (Robert Young) que tenía su consulta en California, también a principios de los setenta, junto con el Dr. Killey (James Brolin). Welby era el médico cercano y casi bonachón con el que todos quisimos “enfermar”. Contemplaba el entorno y circunstancias del enfermo y no solo los síntomas con que acudían a su consultorio. Todo un hito en las series “de médicos” del momento junto con “Dr. Kildare” (Richard Chamberlain) a quien luego conoceríamos por “El pájaro espino”, aunque aquí se ocupaba más de los cuerpos que de las almas.

Echando atrás el reloj y asomándonos a la dura vida de los habitantes del viejo oeste americano nos encontramos con la consulta del Dr. Baker (Kevin Hagen) en “La Casa de la pradera” también a mediados de los setenta lidiando con los Ingalls y con todo Walnut Grove. Otra figura clave en el sentimiento que un médico podía inspirarnos en aquellos episodios cargados de dulzona complacencia. Baker siempre estaba dispuesto a ayudar en un parto, auscultar a un caballo o enderezar el brazo roto de un mozalbete rebelde. Por aquellas tierras también pasaba consulta la “Doctora Quinn” (Jane Seymour), una facultativa de Colorado Springs y que nos llegó en los noventa. Un moderno toque de feminismo en el salvaje oeste que presentaba a una mujer bastante adelantada a su tiempo y que empatizaba con todas las causas humanitarias a las que los guionistas la enfrentaban semana tras semana.

Sobrevolándonos, en un espacio indeterminado y profundo, la nave U. S. S.  Enterprise, de “Star Trek”, al mando del Capitán Kirk también contaba con su departamento médico. Ahí estaba el doctor McCoy (DeForest Kelley), director médico de la Flota estelar, con su cargamento de sentimientos “humanos” contrapuestos casi siempre a la disciplina lógica del Sr Spock. McCoy, siempre atento a la salud física y psíquica de su tripulación era, por cierto, bastante reacio a las tecnologías a pesar de viajar en semejante nave. Aquello de “teletranspórtame, Scotty” no le hacía demasiada gracia y los artilugios con que contaba parece que tampoco. “Star Trek” nació en los sesenta, aunque sus tentáculos aún permanecen vivos en las pantallas y, más aún, en los recuerdos de varias generaciones que no olvidan que en sus inicios en nuestro país la conocimos como “La conquista del espacio”.

En tierras patrias, aquellas “Crónicas de un pueblo” también contaron con su médico de cabecera. Concretamente don Francisco (Paco Marsó) y don Cipriano (Arturo López) que se encargaban, como el resto de personajes, de contarnos las bondades de la vida cotidiana de Puebla Nueva del rey Sancho a través de la mano de Antonio Mercero, el que luego navegaría por el “Verano Azul” que sigue en pantalla siglos después. Curiosamente el actor Emilio Rodríguez fue el maestro de “Crónicas de un pueblo” y el médico de “Verano Azul”, don José.

Llegarían después “Farmacia de Guardia”, también de Mercero, “Médico de familia”, con Emilio Aragón y “Hospital central”, otros puntales de las series españolas de temática “sanitaria” aunque con más incidencia en el lado humano de sus protagonistas.

Las cadenas americanas siempre han confiado en los temas médicos para sus series de impacto. Recordemos “Chicago Hope”, “Urgencias”, “Doctor en casa”, “House”, “Sin cita previa”, “Hospital”, “Spìn City”, “Anatomía de Grey” o “Doctor en Alaska” por mencionar solo algunas. Pero el toque de aquella “pandilla” del 4077 Hospital de campaña móvil en la Guerra de Corea, es imbatible. Estamos en territorio de “M.A.S.H.” donde el sentido del humor parecía la mejor medicina para enfrentarse al horror del conflicto bélico.

La gran pantalla tampoco dejó al margen a la profesión médica. Desde “Despertares” hasta “El médico” pasando por “Patch Adams”, “En estado crítico”, “Planta 4ª”, “Murmullos en la ciudad” o “¿Qué me pasa, doctor?” abren el camino para llegar a espejos de la realidad que nunca pensamos que tendríamos frente a frente: “Contagio”, “La amenaza de Andrómeda”, “Paciente cero”, “Estallido”, “Doce monos”, “Train to Busan” o “Soy leyenda”. Películas en las que nos vemos reflejados en este tiempo aciago de cuarentenas, toques de queda, pandemias, contagios y virus desmelenados por doquier. Y ahí, en mitad de ese universo de terror cercano, de miedo a relacionarnos incluso entre nosotros, están los médicos, los enfermeros, las gentes que luchan en primera línea contra el invasor. Ya no estamos ante una pantalla. Ese cúmulo de guiones han saltado a la vida real como en aquella película de Woody Allen, “La rosa púrpura de El Cairo”. Atraviesan la fantasía y se convierten en pesadilla cercana, en peligro real. Como quizá les sucedía a los esclavos de la caverna de Platón, los personajes de la película creen vivir en la realidad y sólo cuando salen de la pantalla se percatan de que la realidad es otra muy distinta. O es al revés y somos nosotros los que vivimos un guion que nadie nos consultó y sufrimos en propia carne, nunca mejor dicho, los avatares de un tiempo que solo nos imaginábamos dentro de una pantalla.

La mano extendida de nuestros sanitarios, su aplomo, dedicación, esfuerzo y apoyo nos permite seguir y tratar de ver un resplandor en mitad, o al final, de esta travesía en la que hemos desesperado una y otra vez descubriendo nuevas variantes cuando ya pensábamos tener la victoria vacuna en mano o, mejor, en brazo.

El aplauso que una vez les dedicamos no se lo llevaron los malos vientos pandémicos, sino que rebrota cada vez que los tenemos delante. Que su espejo nos sirva para, también nosotros, mantener viva la cautela y sabernos protagonistas de nuestro propio futuro sin esas alharacas vanas y estúpidas con que, en ocasiones, nos encontramos. Cuidémonos y así cuidaremos a los demás. Hagámonos uno con el otro sabiendo que nuestra salud depende de la de él y viceversa. Quedan muchos episodios de esta serie en la que somos personajes importantes. No los estropeemos. Nos va la vida en ello.