domingo, 20 de febrero de 2022

Y el SONETO se hace DESPEDIDA. En recuerdo y homenaje a don JOSÉ LUIS QUERO, Cronista de MANCHA REAL.


 

Cuando alguno de estos sonetos mancharrealeños brotaban del recuerdo y se instalaban junto a la egregia imagen del templo que nos ha visto crecer, la noticia de la marcha hacia palcos celestes de don José Luis Quero me hace recomponer espíritu y lágrima para dejarme llevar no ya por la tristeza de la pérdida sino, además, por el perfume de la historia, por el aroma de las aulas que infundieron, bajo su paso, ese “aprender a vivir” con que los Maestros crecen, crecemos, junto a niños y niñas que se miran en nuestros ojos y nosotros en los suyos.

 

Cuando el recuerdo se hace soneto, las palabras se riman acaso por encanto y el dejarnos llevar por el dulce dolor de la nostalgia de lo vivido se agrupa milagrosa y metódicamente haciéndose verso, dándose a la luz del adiós.

 

 

Marchas ya, ligero de terrenales pesos,

Hacia la gran crónica que bien

con esa bonhomía y saber que nos regalas

Rememorando de la historia mil sucesos.

 

Fue tu pueblo motivo de embelesos

Del cariño acogido que apuntalas

Con tu sapiencia ungida por las alas

Del trabajo bien hecho sin excesos.

 

 En el recuerdo, José Luis, guardamos

Tus palabras, tu trato ¡gran fortuna!

Pues tu saber muy dentro atesoramos.

 

De esta tierra tu paso rescatamos

Y con dulce perfume de aceituna

Un beso en el adiós hoy te enviamos.

 

 

Nos dejaste mil y un estudios, muchas crónicas e infinidad de artículos escritos, hablados, comentados y entonados con tu incansable trabajo. Y en ellos descubrimos esa Mancha Real que se asoma a la historia y nos marca el camino. Dejémonos acariciar por estos clásicos versos de secular factura, que nos llevan a sobrevolar pequeñas pinceladas de nuestro devenir. Tres imágenes, los ancestros, el nacimiento y el porvenir, que solo son una foto fija, un retazo inanimado de los avatares por los que nuestra tierra, nuestro pueblo, Mancha Real, pasó y que nos hicieron como somos.

 

 

 

 

En paleolíticas hornadas fue habitada

Allende festones de la historia

En el albor de posterior victoria

La tierra de Soguero antepasada.

 

En broncíneos milenios abarcada

Surgen sin traba alguna disuasoria

Firmes, ansiosas de alcanzar la gloria,

Huestes Romanas rozando la alborada.

 

Musulmana tendencia hay en la huella

Que, en Peñaflor, mudada en alquería,

Tornasolada brilla cual si fuera estrella.

 

Béticos, quizá bajo celeste crucería

Amanecimos un día sin merma o mella

Siendo ya para siempre Andalucía.

 

…………………………………………………

 

No hubo de enajenar locura

Juana, la reina castellana,

Cuando a Carlos propuso firme y llana,

La Manchuela fundar, gran aventura.

 

Dando fin la Reconquista, tarea dura,

Bien siguió la Manchuela, cuan samaritana,

Defendiendo caminos, veterana,

En esas lides de ambición futura.

 

En premio a mil desvelos aguerridos

Es Felipe II quien ¡oh, gran querencia!

De villa le otorga nombre y recorrido.

 

Y con él se intentó la independencia,

Con el puñado de reales consabido,

De un Jaén que no aceptó sentencia.

 

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El soplo de la crónica, anhelante,

Nos acerca de un monarca la presencia

Que para siempre nos dejó en herencia

Un nuevo nombre de aquí en adelante.

 

Felipe IV, en gesto relevante

Renombró con acierto en una audiencia

A esta villa de singular cadencia

Siendo ya Mancha Real en lo restante.

 

Nos obliga nuestro regio apellido

A caminar por los siglos bien altivos

Pues con él la historia nos ha ungido.

 

Y al futuro miramos, raudos, vivos,

Con los ojos y cuerpos extendidos

Hacia ese porvenir bien merecido.

 

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No podemos dejar en el olvido a Vandelvira y su paso iniciático por nuestro pueblo. Ese diseño, esos sillares dormidos en la historia, frutos dieron después, siglos en ristre. Pero aquí guardamos su esencia primigenia, su camino inicial, su sabio empuje…

 

 

Esa fachada que recorre tu vista

De Vandelvira da sobrada cuenta

Pues su mano fiel se representa

En la iglesia de San Juan Evangelista.

 

Genial aporte del genial artista

Pues es su sobrio toque quien sustenta

La singular esencia que instrumenta

Su justo matiz renacentista.

 

Continuaron en tiempos posteriores

Ventura Rodríguez, Juan de Aranda,

López de Rojas, sus fieles seguidores.

 

Y el resultado, como la historia manda,

Grandioso se presenta, pues creadores

De tal calibre Mancha Real demanda.

 

Como el rumor de la Historia, así, mayusculado, como bien defendería don José Luis Quero, quizá nos deje el ánimo abrumado, dejemos que otro rumor, el del agua que corre entre la ropa mezclado con el cántico cómplice de las mujeres que nos dieron la vida y el futuro, nos llene también de melosa ternura. Próxima parada, Las Pilas.

 

Rumor de mil aguas jabonadas

En el redil de lavadero presas

remondan ajuares, mil remesas,

pero añoran escapar albañaladas.

 

Ajuares de olivar, telas ajadas,

Entre sudor de manos inconfesas

Al agua regurgitan sus empresas

Entre manos ateridas y llagadas.

 

Las Pilas, recuerdo de mil cantos,

De confesiones, sueños y rumores.

Quizá también de reprimidos llantos.

 

Lavar atuendos, adecentar olores,

Disimular cansancios sacrosantos.

Trasiego de miradas sin rubores.

 

 

Y los elementos rugen luchando por emerger, todos a una. La Tierra hecha historia fue el primer soplo del verso dedicado. Llegó el Agua en el remanso de la ropa fruncida en el sudor aceitunero. Y pugna el Fuego por acercarse a iluminar conciencias. Una llama prende ya la Falla Mancharrealeña. Las pavesas del tiempo nos sobrevuelan. O quizá hacen que el reloj se detenga y nos espere.

Un apunte personal: No he olvidado las sabias palabras y el justo consejo de don José Luis cuando me correspondió el honor de pregonar las fiestas de la Hoguera, la Falla, de Mancha Real hace unos años. Siempre agradecido a su amable cercanía.

 

La furia contenida de la llama ardiente

En Falla primigenia se transmuta

Pues es nuestra tierra quien disfruta

De esa única hoguera bien presente.

 

Ese fuego que acaso nunca miente

Desdibuja en cenizas impolutas

Actualidades bufas en corchos y virutas

Cuan pavesas tornadas en simiente.

 

 

Las manos del artista bien definen

Mascaradas de agravio redimido

Cual efigies que al fiero calor gimen.

 

Y en su postrer y cálido bramido

Chanza y reflexión unidas lamen

Esa herida común que las ha unido.

…………………………………………….

 

Aun nos falta asomar mirada y huella a los alrededores de Mancha Real, a esos parajes, paisajes, senderos, miradores y altozanos desde los que divisar la naturaleza y encontrarnos, quizá con ese que somos y que no siempre sabemos hallar en el cotidiano devenir.

 

La huella del paisaje se hace ojo

Ante el paso indemne del camino.

Sendero adelante, con buen tino

La Peña del Águila te guiña de reojo.

 

El cielo, el universo, azul y rojo,

desde Almadén cuan buen felino

alcanzar pudieras pino a pino

si el esfuerzo te impones con arrojo.

 

Sierra, cumbre, nieve coronada

Y del crepúsculo adicta sierva.

He ahí la tierra a ti postrada.

 

Al fondo una altiva ola ensoñada

Que a la oliva dormida ya le enerva

pues de aceituna se sabe ya preñada.

 

……………………………………………………….

 

Y, para terminar, un versito que podría haber salido de uno de los muchos niños y niñas que pasaron por el aula de don José Luis Quero. Palabras de cariño infantil, de admiración y de respeto hacia el Maestro que marcó caminos y guio pasos en la apasionante carrera por saber, aprender, crecer…

 

 

Se nos va nuestro Maestro,

Nos deja huella aquel “profe”

Que nos empezó a enseñar

Lo difícil que es la vida

Si no aprendes a soñar,

A alcanzar lo que pretendes,

A criticar, indagar,

Apurar condicionantes,

Elucubrar soluciones,

Investigar y ser fuertes

A la hora de asentar

Lo que íbamos a ser luego

Tras sus clases, su cariño

Y su empeño por forjar

A unos nuevos ciudadanos

Que pudieranse enfrentar

A los envites del mundo

 Sabiendo siempre parar

Los malos augurios vanos

Que nos suelen esperar

A la esquina de los años

Cuando miramos atrás.

Don José Luis, gracias mil

Por ser siempre aquel Maestro

Que nos enseñó a vivir.

 

Nos vamos dejando al Maestro, al Cronista, al Hombre, bajo la sombra de esa torre vandelviriana de San Juan Evangelista que rige los minuteros de nuestra historia mancharrealeña. Que el universo te acoja, te mime y te asigne un aula celeste con una ventana desde la que puedas seguir viéndonos. Cuídate. Cuídanos.

 

 Texto: Pedro A. López Yera

Imagen: Dibujo de Juan E. Latorre. 

Febrero 2022. (Publicado en DIARIO JAÉN el 20 de febrero de 2022)

 

 

 

 

domingo, 30 de enero de 2022

Del morado al amarillo. Cinco facetas de un arcoíris janero.

 



La publicación por parte de DIARIO JAÉN de cinco libros que ahondan en distintos aspectos de nuestra ciudad y provincia me he impulsado a dedicar esta crónica a sus autores, a quienes han creído en la idea y a nuestro periódico provincial por fomentar la cultura.

Vamos allá: 

Cuando me he acercado, más de una vez, a mi quiosco habitual -un saludo a Inma e Israel- en busca de esos cinco libros editados por nuestro Diario JAÉN, mi pregunta siempre era:  - ¿Tenéis ya los libros de colores?

Se han hecho esperar. Han tardado, pero llegaron, vaya si llegaron. Todo un arcoíris jaenero en el que caminar a la búsqueda de ese tesoro que, como bien dice la leyenda, está esperándonos en el etéreo, ignoto y quimérico lugar donde la luz nace o se pone, donde los colores se funden con esa gota de lluvia huidiza que les dio la vida amancebada con el sol renacido sobre los olivares.

Me apropio de aquel título del recordado Manolo Summers, años sesenta en ristre, que fue “Del rosa al amarillo”; aquella historia de dos niños y de dos “maduritos” que trastabillan con el amor naciente a descubrir (el rosa) o el renacido allende el tiempo (el amarillo) y me deslumbro con ese refranero de José Sánchez del Moral (el morado) y el hilo de vida de Capi Aceytuno (el amarillo) pasando por el infierno de Antonio Morales (el azul), los linces en Rajudna de Magdalena Rodríguez (el verde) o el olivo desnudo de Manuel P. Perálvarez (el naranja).

Sí. Ya estamos en camino “del morado al amarillo”. No hay rosa en las portadas, pero eso no nos interrumpe sendero ni lectura. La senda es apetitosa y derrama color, calor, amor y entrega así que “allá vamos”. Nos esperan emociones y traslados entre universos paralelos, perpendiculares, tangenciales y deliciosamente poéticos. Del infierno al ascensor ansiado, del ojo del lince a los alrededores del Escarchalejo, del lejano latido de una guerra al sonido cercano de los dichos que nos suenan a hogar, del lápiz hecho verso a la tecla vestida de columna diaria, del cuento al texto novelado y todo con ese JAÉN musculoso, “mayusculado” por recrear el slogan publicitario, que nos sobrevuela dejándonos el dulce sabor de sabernos suyos y el amargo regusto de sentir el abandono secular que nos atrapa en el giro inmisericorde de la historia pasada, cercana y actual.

Como dice el verso en los “Sótanos del infierno”, “cuando quise vivir, intenté nacer” y ahí nos encontramos, naciendo a un Jaén distinto en el que “no sé ya quién eres ni quien soy por no saber siquiera dónde estoy”; un Jaén con “diecinueve nombres” pero poco apellido tal y como leemos en “Hablemos como Jaén”. Se afirma también tras esa portada morada, que “en el mercadillo de la vida se vende hasta el alma” y en ello estamos. Vendiendo esfuerzo, escalando posiciones para intentar resurgir y dejándonos, sí, el alma, para que Jaén tenga lo que merece, lo que siempre ha debido tener, lo que nunca debimos dejar en el arcén de la historia a merced de alimañas que solo en su propio beneficio miraron, miran y mirarán si no se les pone freno y se reconducen pasos, huellas y futuros. Las estocadas no siempre vienen del lado oscuro, contrario y enfrentado. En un “quinto sin ascensor” tenemos la glosa de esas “puñaladas fraternales”, los “agujeros negros”, “las ratas” o el “coche oficial para ir a hacer pis”, todo un horizonte que sería distópico si no estuviera prendido a la rabiosa actualidad, esa por la que no pasa el tiempo y permanece estática cambiando de protagonistas, pero inmóvil y sin soluciones.

Quizá como en el “Bosque de los linces” necesitamos que nos salven. Y debemos empezar cada uno de nosotros a conseguirlo. Nadie descenderá de los palcos celestes para “sacar las castañas del fuego” -volvemos al refranero de Sánchez del Moral- sino que hay que poner manos a la obra sin dilación. Hay que poner las mayúsculas a Jaén, hay que auparlo al espacio en el que moverse en igualdad de condiciones que los de la vecindad. Un personaje de “Olivo, torso desnudo” frente a un mapa colgado en la estación “buscó Jaén para orientarse” y esa misma situación parece que se repite en algún que otro ámbito. No estamos seguros de que en ciertas instancias se sepa dónde está Jaén ni tampoco a qué aspiran sus gentes, ni sus tierras, ni el océano de olivos que se les antojan transparentes… “y los mares de olivares perdieron el verde…” “no me dejes sin luz” …

Otra ronda en los círculos de los “Sótanos del infierno” nos marca a fuego que “el libertador no existe. Es el hechicero que descubre nuestros miedos” Abramos, pues, los ojos, las manos, el paso y descubrámonos como adalides de un tiempo a conquistar, de un mañana en el que los que nos han de seguir, los que nacieron de nuestra propia sangre, vivan con mayúscula en un Jaén mayúsculo. Los hechiceros hemos de ser nosotros y no con magias abracadabrantes sino con pulsiones justas, íntegras y compuestas con un fin común. Emprendamos un viaje que ya, lejos de ser iniciático, se asemeje más a una avanzadilla de conquista de libertades, esencias, horizontes y prosperidad.

Subamos, como el protagonista de “Olivo, torso desnudo” en ese tren que nos acerque a la realidad que debería envolvernos y busquemos obviar “las voces tristes que el corazón me manda” para “llegar, llegar y llegar, más y más”. ¡Ay, Jaén! ¿quién te enseñó el olvido?

Libros. Colores. Versos. Cuentos. Vivencias. Del morado -color jaenero por excelencia- al amarillo del sol andaluz. Al fin y al cabo, hablamos del amor a la tierra. En ascensor, en tren, en palabras, en letras, de rama en rama, asomados a la infernal sima, vestidos de refrán oliendo a poema, buscando libertades, soñando futuros. Cinco libros que destilan Jaén, que lo refundan, lo ensalzan, lo rumian y nos lo enfrentan con ese amor, insisto, con el que comenzamos al estilo de Summers. Un espejo a veces deformante, a veces cruel, a veces certero que nos devuelve nuestra tierra, nos la descorcha, nos la presenta y nos permite ahondar en cada uno de esos recovecos en los que encontrarnos, encontrarla y hacernos uno en la lucha por conseguir esas “mayúsculas” que merecemos. Una apuesta por esa cultura cercana, de “andar por casa”, que nos hace descubrirnos de otro modo, con otros ojos, a toda marcha hacia un Jaén que no puede esperar más. Como se afirma en una de estas páginas que comentamos, “la cultura, engrandece; la incultura, empequeñece” y Jaén, nuestro Jaén, tiene vocación de grande. Hagámoslo crecer. Juntos. Unidos.

jueves, 27 de enero de 2022

La señorita Purificación Iturrioz

 


- ¡Mamá!, ¡mamá!... Me recuerdo gritando desconsoladamente al verme solo, por primera vez, frente a aquella mujer, aquella señorita, alta y delgada, de rostro afilado, cabellos color rubio oscuro y vestida con una bata blanca.

Mi madre salía por la puerta tras haberme dejado en la Escuela unitaria de Santa Lucía, en la Tolosa de principios de los sesenta. Miré alrededor. Era una sala enorme, rectangular, con ventanales grandes con marcos de metal pintado de verde.

Mi primera lección no vino de la mano de la maestra. Cuando me calmé, ella me acerco, de la mano, hasta un grupo de niños sentados en corro en unas sillas junto a las ventanas. Y me dejó allí, para mi sorpresa, quizá como oyente de la clase que los alumnos mayores daban a los pequeños. Aquel primer día aprendí que el mundo está dividido en dos partes: el verso y la prosa. Por algún extraño sortilegio del destino, mi primer recuerdo escolar tiene que ver con la literatura.

Un compañero me miró y me dijo: - Pedro, ¿los periódicos están escritos en verso o en prosa?

Tragué saliva y miré al suelo tratando de descubrir en el entarimado de madera una grieta por la que escapar, pero en aquel instante, una luz se hizo dentro de mi inocente cabecilla: ¿No eran versos esas oraciones que mi madre me enseñaba? Sí. Pues entonces, a pesar de que nunca había oído la palabra “prosa” supe que, en efecto, los periódicos debían estar escritos así.

Tras ese inicio llegó la cartilla de la “a” de araña, la “i” de iglesia, como no podía ser de otro modo en aquel tiempo, el “mi mamá me mima” y, poco después, el “Parvulito” de Álvarez.

Mientras tanto, el tiempo pasaba ensimismado entre la recogida de sellos usados para el Domund, las colectas con las huchas de cabeza de negritos, indios y otras razas supuestamente pobres y necesitadas, las diapositivas de los misioneros que nos visitaban y las mañanas de sábado yendo en fila hasta un lateral de la Parroquia para la catequesis.  

El edificio de la escuela, un clásico ejemplo de la época, solo consistía en dos aulas grandes separadas por un vestíbulo con un despacho en el centro, dos pequeños vestuarios, un servicio y una habitación tipo almacén. Todo estaba repetido ya que el ala derecha era para los niños y la izquierda para las niñas.

A ambos lados del edificio las paredes se estiraban hasta formar dos frontones, equivalente vasco, en aquel entonces, a los campillos de futbol habituales por aquí en las escuelas.

La señorita, la maestra, se llamaba Purificación Iturrioz y, siempre lo he dicho, supo abrir en mi todas y cada una de las capacidades que probablemente traía de fábrica y hasta las que solo ella hizo germinar. Siempre tuvo la palabra justa, el mimo a punto, la sonrisa adecuada –no melosa-, el trato cariñoso y la firmeza exacta. Muchas veces la recuerdo lidiando con aquella manada de niños de todas las edades y me descubro añorando, mil años después, su capacidad de trabajo. Es en ella, desde luego, en la que siempre he basado mi actividad posterior docente. Y, a buen seguro, es a aquella Purificación Iturrioz a quien debo mi vocación.

En una de las paredes del aula había varios armarios de madera con puerta transparente. Y, en su interior, con ese olor característico del papel, se atesoraban los libros, la biblioteca de consulta que diríamos ahora. Había otra en la habitación almacén y eran esos volúmenes los que podíamos llevarnos a casa. En la estantería, por el contrario, habitaban las enciclopedias, los libros de imágenes, esos que, con un cierto halo de prohibido, por cuanto solo la maestra podía abrir con llave la puerta de cristal, me atraían sobremanera. Aun hoy, rememorando aquellos instantes, vuelvo a oler el perfume que te inundaba cuando la señorita giraba la llave y abría las puertas acristaladas.

Tampoco puedo olvidar el aroma, entre agrio y dulzón, que emanaba de la leche en polvo americana que, día tras día, teníamos que beber.

La propia maestra, subida a una silla, removía una enorme cazuela que colocaba previamente sobre la estufa de leña que presidía el centro del aula.

Y nosotros, en fila, íbamos alzando nuestro vaso para que ella, con un cacillo, nos lo llenara. ¡Cuántas nauseas me provocaba aquel líquido blanquecino!

Doña Purificación es, para mí, la maestra con mayúscula. Nadie posteriormente ha podido llenar su hueco, a pesar de que con los muchos traslados familiares visité varias escuelas después.

Lástima que nunca puede agradecer a mi MAESTRA lo que hizo por mí, lo que despertó en mi interior. El último recuerdo que tengo de ella, aparte de un beso en la mejilla, fue un recorrido hasta la estantería de los libros. Mi madre ya le había avisado de que nos trasladábamos a Andalucía y ese era el último día.

Veo la llave y escucho el ruido de la cerradura al abrirse. La señorita me mira, me sonríe y me dice: Quiero regalarte dos libros, Pedro, para que te los lleves contigo como recuerdo de todos nosotros. ¿Cuáles quieres?

Y yo, emocionado, casi como ahora mientras lo recuerdo, paseé mis ojos humedecidos y mis dedos temblorosos por los aromáticos lomos de aquellos volúmenes que me habían acompañado tantas veces. Elegí una enciclopedia de Dalmau Carles (distinta de la cotidiana de Álvarez) y un fascinante ejemplar de “El mundo de los animales”.

Durante mucho tiempo me acompañaron hasta que una mudanza –otra- los perdió para siempre.

Si Doña Purificación Iturrioz me está viendo, que seguro que sí, desde el cielo de los buenos Maestros, quiero que sepa que muy probablemente toda mi vida hubiera sido diferente sin su ayuda y que quizá no me hubiera dedicado a enseñar tratando de imitarla, aunque sin conseguirlo del todo.

Gracias, MAESTRA.

Pedro A. López Yera


domingo, 16 de enero de 2022

El Señorío de Jabalquinto. Versos al hilo de la historia.

 


El Señorío de Jabalquinto: Versos al hilo de la historia.

 

Cuatro torres de castillo,

de sillar recio y hollado,

divisan tu andar, tu historia,

tus siglos de lucha y miedo,

de conquista, de recelo…

 Dos aguas mojan y arropan

De Iznadiel el esplendor.

Ya sube el Guadalimar,

ya baja el Guadalquivir,

mientras prendidas transportan,

en su antiguo devenir,

las voces de mil batallas,

ruido de espadas en alto,

sangres moras y cristianas,

gotas de historia en el agua,

Dios y Alá, luchas paganas.

Fernando, -el Santo llamado-,

Sigue tierras conquistando.

Arrasa las de Estiviel

y hasta de Espeluy los campos.

 

Amanece el siglo trece,

-Mil doscientos veintiséis-

Y en Jabalquinto aparecen

Las huestes de aqueste rey.

 

 Una torre musulmana

coronaba nuestro cerro

cuando Fernando llegó.

Y, con de la espada, el hierro

A la cruz la convirtió.

Ya dos siglos han pasado

por las piedras del castillo;

batallas y escaramuzas

a su sombra han sucedido.

 

Llega a Jabalquinto un día

el señor de Villafaña:

-Abrid, que soy don Fernando,

de todos Corregidor.

-Abrid, que soy buen amigo

del Condestable de Iranzo.

 

Tras la muy recia muralla,

protegido y bien a salvo,

 se lamenta don Fernando

mientras a las puertas llega

Pedro Girón a buscarlo.

 

 Cuando el asedio es más duro

van las fuerzas flaqueando

mas en el justo momento

en que Girón va ganando

a Jabalquinto se acerca

con sus huestes, cabalgando,

el amigo de Fernando,

don Miguel Lucas de Iranzo.

 

Mil cuatrocientos setenta

Llega ya en el calendario.

Es don Juan de Benavides

Del castillo el propietario.

 

Viene a visitarle presto

un poeta -su pariente-

que en las letras españolas

tiene lugar preeminente:

 

Jorge Manrique una tarde

a Jabalquinto se acerca.

Su padre, recién perdido,

algún verso le ha inspirado.

Palabras duras, con brío

que comparan a la vida

con toda el agua de un río

que muere al llegar al mar

mezclada con otras gotas,

sin notarlo, casi en paz.

 

 Pasea Manrique, el poeta,

por las calles recoletas

que Jabalquinto le ofrece

con cuestas y plazoletas,

jardines y miradores

y ese valle que lo abraza

como arrullo de galán

en el talle de su amada,

oliendo a olivos en flor

en una noche estrellada.

 

Mil seiscientos treinta y seis

marca trasiego de gente.

Jabalquinto, -el señorío-

pasa a los de Benavente.

 

 

Se acaba aquí el esplendor,

La piedra bruñida al sol.

Bajo el sueño de los siglos

queda el castillo sin voz.

 

Los devaneos de la historia

y su injusto devenir

han apagado la llama

de tu cálido sentir.

 

Han nacido tras tus piedras

generaciones enteras

Pero tú, viejo castillo,

sigues en ellas dormido

viendo crecer y morir

y nacer de nuevo al viento

a quienes pueden al fin

devolverte el sentimiento.

 

Por tus estancias vacías,

por tus recios almenares,

es la historia quien pasea

-gentes de ayer, principales-

llamando nuestra atención

tras ajados ventanales.

 

De medieval fortaleza

luego a palacio trocaste

mas por nombre no hay cuestión

ya que dentro de nosotros

tú sabes que bien quedaste

de nuestra historia bastión.

 

 Con palabras de Manrique

que holló feliz nuestros campos

nos hemos de interrogar:

¿Do acaban los señoríos?

¿Dónde sus pompas y fastos?

¿Sobreviven a la historia?

¿Nos miran ya sus blasones

tras sillares desgastados

arcos, pilastras, balcones?

 

La nostalgia del pasado

no ha de hacernos olvidar

que la vida continúa

con su lento caminar.

 

El antiguo Gebal Quantix

sigue erguido en la distancia

haciéndose ver, altivo,

con galanura y prestancia.

 

Y aquí estamos sobre él,

-raza viva y orgullosa-

sintiéndonos renacer

al alba clara y gozosa

que con cada amanecer

bien en verso, bien en prosa,

nos hace recuperar

del pasado tantas cosas.

 

 El presente que nos toca

traernos ha nuevos futuros.

Ya no de viejos blasones

sino de esfuerzos seguros.

 

Jabalquinto bien merece,

como en los siglos de antaño,

renacer de sus cenizas,

emerger, alzar sin daño

sus voces y sus pesquisas

para a todos recordar,

desde su cerro calmado,

la aspiración de sus gentes

de escalar nuevos peldaños.

 

Sandoval y Benavides,

Pedro Girón, Benavente,

flotan ya como jirones

muy dentro de nuestra gente

pero con el mismo ardor

que impulsó sus aventuras.

En Jabalquinto se mira

hacia una meta segura:

Recuperar el lugar

que por siempre hemos tenido;

salir juntos de una vez,

de esta larga noche oscura.

 

 Y hasta aquí este recorrido

por tierras y señorío

de un Jabalquinto que vibra

por encontrar el camino

que nos lleve hasta el final

de un porvenir merecido.

 

¡Por la historia! ¡Por la vida!

¡Por lo que hasta aquí nos trajo!

¡Por nuestra tierra querida!


Pedro A. López Yera