domingo, 12 de abril de 2015

Aroma de elecciones.




Los pueblos y ciudades de nuestra geografía se levantan estos días con un aroma especial, penetrante y que puede ofuscar incluso los sentidos. Y no proviene de los stands de alta perfumería de los grandes almacenes ni siquiera del natural esparcimiento de los naranjos, los cerezos o los almendros en flor. No. Es un perfume que desprenden unos aditamentos, ora transparentes, ora verdiazules, ora anaranjados que se denominan simple y llanamente urnas.
De ellas, y en curiosa cascada, nos invaden los efluvios de los arreglos exprés, del cocimiento de pactos no siempre “naturales”, de declaraciones hechas con el labio torcido y el ojo avizor centrado en el contrario, de inauguraciones apresuradas y primeras piedras dejadas caer al aire de un futuro incierto pero que el aplauso intencionado hace asentarse al menos en la imaginación, de sonrisas forzadas y manos estrechadas a la busca y captura del voto pendular…

Ese olor que debería ser agradable a nuestras pituitarias consigue, sin embargo, a base de emponzoñar verdades, manipular sentimientos, distraer realidades y disimular los verdaderos objetivos buscados, llevarnos a un estado de inquieta vigilancia. Nunca sabremos si el voto a que esa fragancia nos empuja acabará convertido en ingrediente de una componenda que, de haberla vislumbrado, otra hubiera sido nuestra alternativa. ¿Quién le dice a un votante del PP que su voto no irá al cestillo de Ciudadanos o viceversa? ¿Arreglarán los votos a Podemos las cañerías del PSOE? Afirmaciones como “la ciudadanía, con su voto, quiere que pactemos” o “bienvenidos los nuevos partidos que harán que la frescura nos inunde” tienen aristas afiladas que quizá el perfume electoral nos impide apreciar en su verdadero discurso. Las esencias, lociones y desodorantes pueden enmascarar los verdaderos olores y embotar nuestra sensible capacidad de discernimiento a base de cantos de sirena que parecen oler a mar pero que esconden, quizá,  rancias vaharadas de pescado putrefacto.

Alrededor ya huele a urnas. Ajustemos el olfato para que guíe nuestros pasos electorales con la pituitaria bien entrenada. El futuro de todos depende de ello.

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