Hoy, 28 de febrero, se celebra el DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON ENFERMEDADES RARAS y ahí me tenéis brindando con el cóctel de pastillejas al que mi "amiga" MIASTENIA GRAVIS me ha hecho aficionarme.
Bienvenido a mi buhardilla. Una ventana abierta siempre a eso que piensas, que sueñas, que deseas. Ideas, reflexiones, artículos de prensa (especialmente de DIARIO JAÉN)...
viernes, 28 de febrero de 2025
DESENMASCARA LAS "RARAS" (EN EL DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON ENFERMEDADES RARAS)
miércoles, 12 de febrero de 2025
Andrés de Vandelvira y sus sueños...
Heme aquí de nuevo. Ya me conocéis. El paso de los siglos no ha hecho sino acrecentar mi recuerdo. Si. soy Andrés de Vandelvira y mis "sueños" circulan entre vosotros con la misma potencia que cuando me despertaba ansioso por seguir trazando iglesias, catedrales, ermitas, palacios o puentes. Mis sueños, plasmados en pergaminos -no sé cómo llamáis a esos materiales en los que escribís- parecen salidos de mi boca, plasmados por mis manos y dictados por mi mente ya despierta por siempre.
lunes, 10 de febrero de 2025
"A Caperucita no le gusta el final" En el centenario de CARMEN MARTÍN GAITE.
Mi artículo dominical en DIARIO JAÉN.
“A Caperucita no le gusta el final”
En el centenario de Carmen
Martín Gaite.
Pedro A. López Yera
Una frase de Carmen Martín Gaite
en “Caperucita en Manhattan” deja caer que “a fuerza de no contar las
cosas, la memoria se oxida”. Y lo afirma en relación con la historia de Gloria
Star, en realidad, Rebeca Little, la abuela de la protagonista, Sara Allen.
Quizá como fruto de esa afirmación me vuelvo a ver en Manhattan, hace unos
años, paseando por Brooklyn y fijando mi mirada, quizá por deformación
profesional, en los niños con los que nos cruzábamos. En un momento, un flash
perdido en la memoria, una chavalilla pecosa me recordó a esa Sara que había
descubierto en el libro. No había vuelto a recrear aquella escena hasta este
tiempo en que los medios me recuerdan que 2025 es el “año de Carmen Martín
Gaite” ya que es el centenario de su nacimiento y el cuarto de siglo desde que
nos dejó allende el cambio de milenio.
Decía Machado, por boca de Juan
de Mairena, que “pensar es deambular de calle en calle, de calleja en
callejón, hasta dar con un callejón sin salida” y Carmen eligió esa cita como
introducción a su “Ritmo lento”. Y con esa cadencia vuelvo una y otra vez, en
un íntimo ejercicio de memoria, a recorrer aquel Brooklyn en que me miré en los
ojillos esquivos -que no se percataron de mi paso- de aquella supuesta Sara,
aquella caperucita que, con mirada de sueño interrumpido, correteaba frente a
mi quizá haciendo real otra de las afirmaciones de la autora: “cuando la
estatua de la Libertad cierra los ojos, les pasa a los niños sin sueño de
Brooklyn la antorcha de su vigilia”. Quizá Sara no había dormido bien
aquella noche o, probablemente, era mi imagen literaria la que proyecté en
ella, pero allí estaba en mitad de ese Nueva York atrayente,
cinematográficamente dispuesto a engullirnos y dispuesto a dejar una huella
indeleble entrelazada en la neurona viajera que todo lo atesora.
Carmen Martín Gaite atesoraba
algo más que recuerdos, amaba la libertad con todas y cada una de sus facetas,
inmiscuyendo las unas con las otras en un maremágnum nacido de la influencia de
sus padres con libros, independencia e igualdad. ¿Qué podría florecer de ese
germen? Lógicamente un espíritu libre,
una “chica rara” por usar una añeja denominación que circulaba por aquella
España oscura que, sin embargo, disponía de luces intermitentes que iluminaban
la bohemia, las tertulias literarias y los avances de un futuro que quizá, solo
quizá, se sospechaba como más o menos inminente.
Y era escribiendo como Carmen,
Carmiña, se dejaba fluir. No me resisto a reproducir una de sus ideas al
respecto: “si pudiéramos hablar bien con toda la gente que queremos, tal
como queremos, con tiempo para disfrutar de ello en un plazo narrativo, en una
pausa segura para ser escuchados y escuchar, quizá no escribiríamos”. Es
decir, la escritura era para ella ese escalón en el que ascender o descansar,
abrirse o dejar entrar en lo íntimo, en lo ofrecido a los demás… “Escribir
es como coser, las puntadas son las palabras” y esas palabras florecieron “Entre
visillos”, “Lo raro es vivir”, “Las ataduras”, “El cuarto de atrás”, “El cuento
de nunca acabar”, “Nubosidad variable”, “Irse de casa” o “Usos amorosos de la
postguerra española”. De este último libro, un exhaustivo compendio de las
costumbres del momento, recojo esta anécdota que la autora incluye en el libro:
“En mi juventud oí contar, dándolo, por cierto, el caso de una señorita —no
sé si de Palencia o de Valladolid—, que le había aguantado al novio tal
cantidad de desaires y de humillaciones que nadie se explicaba cómo no lo
mandaba a paseo. Impertérrita ante las críticas de los familiares y los
consejos de las amigas, apuró sin embargo basta las heces el cáliz de aquel
noviazgo y logró finalmente, a base de pertinacia y disimulo acerca de sus
verdaderos planes, vestirse de tules blancos y recorrer solemnemente el camino
hasta el altar a los sones de la marcha nupcial de Mendelssohn. Una vez
concluida la ceremonia y conseguido ante testigos el «sí» que pronunciaron los labios
de su prometido, cuando le tocó a ella el turno de contestar si lo quería por
esposo, se hizo un silencio expectante. «¡No, señor!», se la oyó pronunciar al
fin con voz segura y bien timbrada, dirigiéndose al cura. Y, volviéndose acto
seguido a todos los circunstantes que llenaban la iglesia, añadió con énfasis,
haciendo un gesto teatral que los abarcaba con la mano: «¡Y si he llegado hasta
aquí, es para que sepan todos ustedes que si me quedo soltera es porque me da
la gana!» Dicho lo cual, se agarró la cola del vestido de novia con la mano
derecha y desanduvo con taconeo resuelto el camino que la había llevado hasta
el tribunal de Dios para dirimir su juicio ante los hombres”.
Carmen había contraído matrimonio
con Rafael Sánchez Ferlosio y fueron la “pareja literaria” española más
conocida de la segunda mitad del siglo XX, aunque sus peripecias personales
tuvieron episodios muy dolorosos. Con apenas siete meses falleció su hijo,
Miguel, y años después su hija Marta.
La relación con ella quizá
impregnó la dedicatoria de los “Usos amorosos…” que antes mencionaba: “Para
todas las mujeres españolas, entre cincuenta y sesenta años, que no entienden a
sus hijos. Y para sus hijos, que no las entienden a ellas”.
Hablando de hijos y de lo que
podemos ir avanzándoles, vuelvo por un instante a la chica “Caperucita” de
Manhattan y su amor por los libros, por las historias… “Sara, antes de saber
leer bien, a aquellos cuentos les añadía cosas y les inventaba finales
diferentes. La viñeta que más le gustaba era la que representaba el encuentro
de Caperucita Roja con el lobo en un claro del bosque; cogía toda una página y
no podía dejarla de mirar. En aquel dibujo, el lobo tenía una cara tan buena,
tan de estar pidiendo cariño, que Caperucita, claro, le contestaba fiándose de
él, con una sonrisa encantadora. Sara también se fiaba de él, no le daba ningún
miedo, era imposible que un animal tan simpático se pudiera comer a nadie. El
final estaba equivocado. También el de Alicia, cuando dice que todo ha sido un
sueño, para qué lo tiene que decir. Ni tampoco Robinson debe volver al mundo
civilizado, si estaba tan contento en la isla. Lo que menos le gustaba a Sara
eran los finales.”
Quizá a Carmen tampoco. La vida,
la libertad, el amor… “Nunca está uno libre; el que no está atado a algo, no
vive... Las verdaderas ataduras son las que uno escoge, las que se busca y se
pone uno solo, pudiendo no tenerlas”.
Y, en el silencio del adiós, una
dedicatoria que no deja lugar a dudas: “A mi madre, que nunca me forzó a
ninguna cosa, que parecía que no me estaba enseñando nada…” ¿No es eso, acaso, la libertad?
Toca recomenzar y diseñar un
nuevo futuro. Quizá tomando el ferry en Battery Park como Sara, como
Caperucita, como Carmen.
domingo, 9 de febrero de 2025
Veinticinco céntimos
Mi columna de Opinión ayer sábado en DIARIO JAÉN me llevaba a interesarme por esos libros que nos han acompañado toda la vida. ¿Qué será de ellos?
Veinticinco céntimos.
Pedro López Yera
¿Sabes que esa tienda que acaban de abrir compra libros usados? Me lo comenta ese amigo que es consciente de que tu casa ya no dispone de resquicio alguno para albergar ni un solo volumen más a pesar de que la sigues alimentando con todo aquel libro que te regalan o compras compulsivamente con el ánimo de hacerlo tuyo, disfrutarlo aun sin tiempo para leerlo y atesorarlo como lo que en realidad es: parte de ti.
El concepto “libro usado” me parece especialmente despectivo. Un libro no se usa, se lee, se aspira, se desea… es un compañero que nunca defrauda. Normalmente la compra de libros digamos, leídos, viajados, se disfraza con añagazas como… libera espacio, deshazte de lo que ya has leído, despréndete de los que no te ilusionaron lo suficiente y frases similares. Pero para quien de verdad los siente como algo que forma parte de su propio yo, no son válidas. No se abandona un libro en una caja de incierto destino. Si ya te lo has inyectado en vena nada ni nadie puede separarlo de ti. Y si está esperando que lo hagas, tampoco.
Reconozco que, en un ataque de irresponsable traición, he paseado hasta ese recinto en que los libros abandonados esperan, como las mascotas añorantes de un arrumaco tierno, que alguien los quiera y los lleve a un nuevo hogar. Y allí, frente a ellos, he imaginado las vidas y circunstancias de quienes decidieron que ya no tenían alma ni corazón para ellos. Novelas, poemarios, libros de viaje, ensayos, Best Sellers de efímera presencia, cuentos infantiles… todos parecen guiñarte un poco el lomo ajado -algunos parecen impolutamente abandonados sin abrir y eso duele todavía más- como pidiendo una segunda oportunidad. Abres uno, al azar, y el alma se te revuelve en un chispazo de melancolía inmisericorde: “Nunca olvides que compré este libro para ti. No hay mejor poema que despertar en tus ojos” Y debajo, una firma que, aunque ilegible, te parece descifrar como “Aurelio”. Estás a punto de acercarte a la caja y llevarte aquella colección de versos, pero no lo haces. No puedes traicionar a ese Aurelio y, mucho menos, a la destinataria que, quién sabe la causa, decidió que ya no le interesaba ser “poema”. Muchos otros libros tienen una firma, una fecha, un pico doblado en varias páginas. Son libros “vividos” que rezuman emociones más allá de sus textos. Algunos tienen, incluso, alguna pequeña mancha ya seca por el avatar del calendario y no puedes dejar de imaginar que, tal vez, fue una lágrima, una salpicadura de comedor o dormitorio, una gota de ilusión apasionada y encuadernada.
Decididamente no puedo abandonar mis libros y exponerlos en pública subasta. Me acompañarán siempre hasta que el último suspiro nos haga separarnos y ya no seamos parte indisoluble el uno de los otros y viceversa. Lo que haya que acontecer después ya corresponde a la línea sucesoria, esa a la que has imbuido siempre que has podido el amor por los libros.
En un último escarceo antes de abandonar el escenario “del crimen” preguntas por el precio que abonan por los libros abandonados. Veinticinco céntimos por volumen, te dicen. Todos iguales, sin distinción. Y en ese momento huyes despavorido. ¿Ese es el precio que resume todo lo que un libro ha significado y sigue significando? Una lágrima, esta vez, tuya, cae a la acera mientras te marchas sin mirar atrás.
lunes, 3 de febrero de 2025
"La piedra... el testamento de mi alma" Los SUEÑOS DE VANDELVIRA llegan a Linares.
Los SUEÑOS DE VANDELVIRA, ahora en LINARES, nos dejan otra visión de la vida y obra de nuestro genial arquitecto y maestro cantero. Mi artículo de ayer domingo en DIARIO JAÉN.
sábado, 1 de febrero de 2025
Los "argumentaristas"
Mi columna de Opinión ayer viernes en DIARIO JAÉN va por ese territorio falsario y manipulador de los argumentarios con que los políticos, los partidos y toda su cohorte, tratan de hacernos comulgar con ruedas de molino.