APUNTE
POÉTICO DE LA SEMANA SANTA JABALQUINTEÑA.
Pedro A.
López Yera
La Semana Santa en Jabalquinto tiene ese sabor cercano, esa
explosión de júbilo y dolor entremezclados con pinceladas de encuentro
familiar. Nuestros pueblos viven de forma personal el paso de cofradías y
penitentes por sus calles. Estos versos no son sino una ínfima expresión de lo
que se vive, se siente, se disfruta en estos días. Jabalquinto, mecido siempre
en su altozano, nos divisa y nos invita a no perdernos sus tradiciones y el
cálido encuentro con sus gentes.
Empezamos el recorrido con una glosa a Nuestro Padre Jesús
Nazareno, Patrón de los jabalquinteños.
A
Nuestro. Padre Jesús.
Cuan triste te presentas
a quienes esperan ansiosos tu salida.
Dolor transido en la mirada,
rictus adormecido entre la barba.
Hablan tus ojos de paz y de perdón
mientras pétalos de sangre llenan tus mejillas.
Cansado gesto arrastras en tu trono
Cruz en ristre, ajena pesadilla.
Sé que me miras cuando pasas
y en mi memoria lees cuanto ella guarda.
Y por tanto sabes de mi confianza
en tu cobijo fiel, firme esperanza.
Tiene tu frente espinas coronadas
símbolo ruin de burlas ensañadas.
Cada gota que tu sangre riega
abono es de comprensión calmada,
de mutua confianza, de fe ciega.
De pronto el júbilo se torna en dolor. La Pasión empieza y
nos deja transidos de ese sentimiento que llega tras cada esquina, por cada
plaza.
El
“Amarrado”
Amarrar no podemos esclavas almas
Que solo aspiran a salvar esencias.
Amarrar no podemos tu gesto dadivoso
Ni tampoco el ímpetu que ampara,
Que redime, que soporta en frágil equilibrio
Feroces maldades de universos sucios.
Mas te amarran con saña y sin sonrojo
Aquellos por quien morir anhelas.
Soga ensangrentada al aire del perdón.
Hay un momento sublime en que Madre e Hijo se encuentran,
se miran, se transmiten todo lo que quizá las palabras no pueden ni necesitan
expresar. Y se produce ese abrazo que produce ternura y, a la vez, desolación
al saber que es una despedida.
El abrazo.
(En encuentro de Ntro. Padre Jesús Nazareno
y María Santísima de los Dolores de Jabalquinto)
Es tu madre, señor, quien te saluda
con profundo dolor, atormentada.
María de los Dolores, que te abraza,
enjugando sus lágrimas; cansada.
En tu camino de sangre hacia la muerte
ella aparece de dolor transida.
Cruza sus ojos contigo y desespera;
mas ella es madre y la esperanza abriga.
Semblante roto y húmeda mirada
de mujer ante un hijo; iluminada
por mil cirios de cera transmutada.
Cruel preludio de salvación humana.
Jesús, Nuestro Padre, ¿Qué sendero
tomar debiste al encontrarla?
Ahorrarle ese dolor te propusiste,
mas pudo más tu afán por abrazarla.
Madre, sufrir no debes por mi paso
hacia el fin que tengo establecido.
Las palabras del Padre solo sigo.
Pues de cruz forma adquiere mi destino.
Hijo, ¿Cómo has de morir ensangrentado
para cumplir divinas profecías?
Salva al humano género, mas dando
valor inmenso a tus terrenos días.
¿Cómo has de irte de mi lado,
mi hijo, Jesús, mi bien amado?
! Qué sola has de dejarme,
aunque ya todo el mundo esté salvado ¡
Abrazo de viernes santo, sazonado
de gargantas de vítores repletas.
Brazos de madre e hijo que se funden
mecidos al hilo sutil de las saetas.
Y al terminar, el corazón henchido
por las lágrimas acaso contenidas,
recibe sereno y placentero
la bendición del Dios allí reunido.
Semana Santa de pueblo a ti entregado;
Jabalquinto, a tu fervor rendido.
Sentimiento de amor por ti engendrado
en tus siervos ahora bendecidos.
Sigue Jesús el amargo sendero establecido
por la Divina Arquitectura del destino.
Mira María -pupilas doloridas-
a quien a nuestra vida da sentido.
Y en todos quienes han vivido
este abrazo de amor tierno y divino,
brota un ardor de fe, enardecido,
que ilumina por siempre su camino.
La sublime entrega por todos, el supremo sacrificio se ha
consumado. Hay un silencio que llena almas y calles…
Santo
entierro.
No rompe el silencio el latido del tambor
Y tampoco el sollozo quedo que tu garganta inunda.
El silencio digiere mil dolores que auscultan lágrimas
Mientras el lánguido paso añora una saeta.
Transida la mirada, enhiesto el soplo de corneta.
Madre que padece la presente ausencia
Con la exangüe visión de la muerte anunciada.
El prudente suspiro inhala inciensos
El camino asciende por el altozano
Derramando perdones, despertando almas.
Tambor y corneta, corazón y espíritu.
Madre e Hijo. Tierra y cielo.
Silencio dormido.
Despertar generoso.
Y ese despertar de la resurrección apaga silencios y
destapa el futuro. Un domingo glorioso con el que insuflar aire al camino que
aguarda…
El
resucitado
Vibra tu mirada lanzada al infinito
Tras apartar sangre, dolor y losa
Del soplo terrenal apenas estrenado.
La eterna sonrisa suple, enhiesta y jubilosa
El tránsito salvador que, al fin, ofrece
Refugio y esperanza sin más duelo
Que la espera paciente del reencuentro.
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