Hace unos días el dramaturgo giennense Jesús Campos mantuvo un encuentro en la SALALApaca al hilo de los 50 años transcurridos del estreno de una de las obras que más repercusión obtuvo en el momento. Tuve el placer de asistir y ayer mismo Diario JAÉN publicó mi crónica. Os la dejo
Encuentro con el autor teatral giennense Jesús Campos
Dice el eslogan que “el teatro también se lee” y así es, bien cierto. Pero además es un instrumento que nos sitúa, no rodea y nos impregna con el aire, el sentido y el espíritu de una época con todo lo que eso conlleva.
La Salala Paca nos ha dejado esta vez navegar “marcha atrás” con Jesús Campos, dramaturgo jaenero, a lomos de un camello y acompañados por la banda sonora de 7.000 gallinas. Aquella obra con la que alcanzó el Premio Lope de Vega en 1974 celebra estos días sus 50 años y el recuerdo de todo aquello que caracterizó su estreno nos ha llevado de nuevo a tiempos de duda, inquietud, esperanza y deseo de cambio. Entre el primer y el segundo montaje de la obra, “7.000 gallinas y un camello”, Franco murió y se abrieron las compuertas del futuro, aunque con la sordina del miedo, cierta represión y el manto opresor de quienes, de la noche a la mañana, abrazaron posturas “democráticas” sin abandonar del todo el halo dictatorial de muchos años de ostentar y detentar el poder.
Jesús Campos, en su amena disertación titulada “Dimes y diretes sobre 7.000 gallinas y un camello” nos avanza los muchos problemas que tuvo con la censura y con sus planteamientos como autor y director de la obra, algo poco común en aquel momento. De hecho, aunque podría parecer que al abrir el telón nos enfrentaríamos a un drama rural clásico con la problemática “inocente” de unos granjeros que crían gallinas junto a un arroyo, la realidad era muy distinta. Hechos, lenguaje, puesta en escena y otros detalles escondían -o no tanto- la necesidad de un cambio político, social y en todos los aspectos de aquella España que luchaba por salir del letargo obligado, de la represión y de un día a día oscuro y con las alas cortadas.
Pero ¿llegaría a algo ese deseo? O, por el contrario, ¿quedaría todo en un sueño incumplido, en una de esas utopías de corto recorrido que se vuelven contra quienes las añoran? El texto de la obra giraba en torno a esa sensación de que algo iba a suceder en aquella granja avícola pero no llega a pasar. Detalles como la música y la peculiar interpretación de Enrique Morente como director de una orquesta repleta de guiños al espectador dan, ya al inicio, pistas de un desarrollo poco convencional y ese anhelo de aprehender lo que ha de suceder da contenido a la obra. Desde la cola de burro que el director de orquesta muestra mientras dirige y que posteriormente la hará, literalmente, desaparecer por los aires, hasta la caracterización de los músicos como ángeles, monstruos, travestis o, incluso, sirenas, indican un sendero complicado que, sin embargo, llega finalmente a una electrizante interpretación de “La primavera” de Vivaldi también por Enrique Morente, que ya nos cruza la cara y los sentidos con un “luchar por la primavera” que no es sino el grito de búsqueda de libertad.
Las peripecias que el estreno causó van desde un incendio, que pareció accidental, en el Teatro Español y el posterior cambio al María Guerrero, hasta la lucha para mantener la idea original de gallinas vivas en el escenario y el mecanismo que permitiera un curso de agua en el que interactuaban los actores. Por otro lado, la idea primera de “alimentar” a las gallinas con las notas del “Concierto de Aranjuez” por su sentido suntuario debió sustituirse por Vivaldi al no autorizar el Maestro Rodrigo el uso de su partitura para tan prosaica acción. Curiosamente la censura y los problemas, en ocasiones, pueden generar una mejora en la producción. Además de este cambio musical que ya hemos comentado, en palabras de Jesús Campos, lo que se censuró en boca de un sacerdote pasó sin problemas si lo decía un sacristán incluso con ideas más fuertes y controvertidas que las anteriores.
A lo largo de más de noventa minutos el autor desgranó todos los secretos del montaje, de la complicada escenografía y de su enfrentamiento con las autoridades “del ramo” que no veían con buenos ojos llenar un teatro nacional con jaulas de gallinas y, mucho menos, dejar pasar un camello como parte de la obra.
El camello, que solo es una licencia del autor para abrir una puerta a otra realidad de los personajes, sirvió como publicidad para el estreno y su razón de ser fue la filmación en la época de la película Lawrence de Arabia en Almería y los más de 300 camellos que se usaron en las misma y que luego hubieron de venderse -a 3.000 pesetas, como dice un personaje-, usarse como carne o acabar en el zoológico.
No solo el acto ha consistido en las palabras del autor, sino que se han representado -leídas- dos escenas de la obra interpretadas por Lola Vico, Luisa Medina, Guerrero Santisteban y Daniel Afán que han dejado claro el tema y el tono de esas 7.000 gallinas y del camello desaparecido siempre con ese cacareo que fue la impronta del estreno y de las muchas representaciones que se hicieron. La lectura ha servido también para recordar a los actores y actrices que estrenaron la obra, Carlos Mendy, Alberto Bové, Isa Escartín, Kety de la Cámara y el ya mencionado Enrique Morente entre otros.
Estábamos ante una obra hiperrealista y, quizá por ello, extrañamente vanguardista que no todos entendieron. De ahí las críticas entusiastas y, por el contrario, las que denostaban el texto con expresiones rayanas en el odio. Era, como afirmó Berta Muñoz, la opinión de “las dos Españas”. Esa construcción parabólica y cargada de simbolismo nos presenta una “foto” de aquel tardofranquismo que empezaba a ser “tardo” pero con dificultad.
Solo queda agradecer a Jesús Campos su amena disertación y a Carmen Gámez de Salala Paca, el habernos permitido revivir aquel tiempo en que todo estaba por estrenar, descubrir y “soñar”.
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