domingo, 4 de mayo de 2025

San Pedro en el cine.

Artículo publicado en Diario JAÉN. Mi particular recorrido por los muchos "San Pedro" que han poblado las pantallas. Os lo dejo.




San Pedro en el cine
La Semana Santa nos dice adiós un año más. Y con ella se marchan también a las profundidades de los programadores esas películas que nos inflaman, enervan, elevan y “llenan” de sentimientos a veces encontrados, en ocasiones profundos y, quizá, en todos los casos nos permiten sacar a pasear a aquel niño o niña que se enfrentó en sus primeras ocasiones con pasos, procesiones, soldados romanos, la tita y la abuela con mantilla y el primo vestido de nazareno haciendo de las suyas.
En mitad de aquel recuerdo está el cine que luego sería la televisión. Y al lado de imponentes Cristos y amantísimas Marías aparecía un personaje que me fascinaba: Pedro, San Pedro, Simón Pedro, el pescador que luego fue piedra sobre la que edificar el legado de aquel hijo del humilde carpintero.
Ese personaje casi siempre en segundo plano, al que podemos dar, así en genérico “The Academy Award for Best Supporting Actor”, vamos, el Oscar de toda la vida al mejor “secundario”, ha sido interpretado por multitud de actores a lo largo del tiempo, pero, para mi tierno recuerdo, quizá por haberlo “conocido” siendo niño, el verdadero, auténtico y siempre genuino San Pedro fue Finlay Currie aunque, naturalmente, tuvieron que pasar muchos años para saber su nombre más allá de la pantalla. Este actor, de impresionante presencia, fue Simón “llamado Pedro” como él mismo dice en una secuencia antes de ser arrestado y crucificado después, en “Quo Vadis”. Y ahí empieza, para mí, la leyenda del personaje. Curiosamente este actor ya había participado en otra película, digamos, infantil de la época, “La isla del tesoro”, dando piel y carne -nunca mejor dicho- a Billy Bones, el pirata borrachín que tiene escondido el mapa del tesoro, pero no es por ese papel por el que me tiene abducido.
Cuando en mitad del circo romano eleva sus brazos y trata de animar a los cristianos que están a punto de ser devorados por los leones, aquel niño que lo veía en la pantalla tenía que agarrarse a la butaca para no levantarse y gritar sin saber qué, pero emocionado. Antes, en otra escena memorable en que su cayado queda plantado en el suelo para luego, en el último fotograma, florecer, el niño quiso ser aquel otro chaval, Nazario, que acompaña a Pedro por los caminos y que tan importante es para que ambos vuelvan a Roma tras un mensaje directo desde las alturas.
Años después Finlay Currie apareció también en “Ben-Hur” como el rey Mago Baltasar que regresa para ver a aquel niño Dios al que adoraron tres décadas atrás. Claro que, por aquel entonces, y ahora mismo también, nunca entendí que Baltasar era blanco y no negro. Cosas del cine.
Poco después, en las sesiones matutinas parroquiales del Igarrondo, en la Tolosa norteña de principios de los sesenta, otro San Pedro llegó a mi imaginario personal: Michael Rennie en La Túnica sagrada y en Demetrio y los gladiadores. Puro peplum “con mensaje” y con ese toque indescriptible que le aportaba siempre a cualquier película Víctor Mature. Rennie era un Pedro distinto, alto y delgado, en contraposición al orondo Finlay. Lo recuerdo, -lo siento-, más por su papel en “Ultimatum a la tierra” con aquel impresionante robot metálico gigantesco.
La época de las grandes superproducciones siguió con “La historia más grande jamás contada” dirigida por tres monstruos del cine como George Stevens, David Lean y Jean Negulesco dando el papel principal, Jesús, a Max von Sydow y con Gary Raymond como Simón Pedro acompañados por un enorme listado que incluía a Ángela Lansbury, Rody Mcdowall, José Ferrer, Shelley Winters, Dorothy McGuire como María, John Wayne como el centurión y Charlton Heston como Juan el Bautista.
No podemos dejar de mencionar la película bíblica que Samuel Bronston produjo en España: “Rey de Reyes”. Aquí el cine patrio contó con Carmen Sevilla como María Magdalena mientras que Jesús era Jeffrey Hunter dirigidos por Nicholas Ray. Pedro fue, en este film, Royal Dano.
Pasaron los años y los “San Pedro” se fueron multiplicando. Pasolini, en un profundo, cercano y desinhibido blanco y negro, recoge “El Evangelio según San Mateo” (sin el “San” en el título original) a partir de interpretaciones de actores no profesionales. Pedro es, en esta ocasión, Settimio Di Porto y Jesús un estudiante español que llegó para entrevistarle y quedó como protagonista del film, Enrique Irazoqui.
Si esta película es una curiosidad por el tratamiento de la imagen y del texto (el guion es la traslación exacta de lo escrito por el evangelista) hay en el cine español otra extravagancia peculiar de la mano de José Luis Cuerda: “Así en el cielo como en la tierra”. Aquí tenemos un San Pedro delirante, como todo el film: Paco Rabal uniformado como Guardia Civil acompañado por un Dios encarnado por Fernando Fernán Gómez y todo ello en escenarios naturales como la segoviana Pedraza, que luego también servirían a Alex de la Iglesia para sus “30 monedas”.
Más serios y adecuados a la imaginación general son otros Pedro que nos han acompañado desde las pantallas. Musicalmente, en “Jesucristo Superstar”, Pedro era Philip Toubus, luego relacionado con el ¡cine porno!; Víctor Argo en “La última tentación de Cristo” de Martin Scorsese; Francesco DeVito en “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson; James Farentino en “Jesús de Nazareth” de Zeffirelli; Omar Sharif en el telefilm de la RAI “San Pedro” dirigido por Giulio Base… y así algunos ejemplos más.
La encarnación de Pedro más cercana que conozco es la de Shahar Isaac que lo interpreta en la serie de televisión “The Chosen” (Los elegidos). También este caso lo podemos tildar de peculiar por cuanto la serie lleva bastantes temporadas y se financia por un sistema de micromecenazgo. Se trata de ahondar en el concepto y la visión que de Jesús de Nazareth tuvieron las personas que se cruzaron con él, le conocieron, trataron y, en su caso, siguieron. El protagonista principal es Jonathan Roumie.
No obstante, todos estos “intentos” de representar a Pedro, a San Pedro, nadie en mi recuerdo infantil, ni el de ahora, ha sido capaz de desbancar a “mi” Finlay Currie en “Quo Vadis”. Lo siento, chicos, contra la imagen que puebla la memoria de un niño no se puede luchar. Eso sí, podéis seguir intentándolo.

La huella del papa Francisco.

 Os dejo mi columna del viernes en DIARIO JAÉN.

La huella de Francisco

El lobo, Papa Francisco, no te devoró. Titulaba una de mis columnas en estas mismas páginas allá por marzo de 2013 “El lobo te devorará” pero, a las pruebas me remito, no resultó demasiado herido en las acometidas que intentó frente al muro férreo vaticano. Quizá, como decía mi artículo, el otrora cardenal Bergoglio se decidió a intentar, como su homónimo Francisco de Asís traer paz y sosiego a una Iglesia tambaleante que parecía escorarse hacia un lado oscuro tan alejado de su mandato primigenio. El Santo de Asís se dice que escuchó una vez a un crucifijo que le decía: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo”. Acaso el Papa que ha llevado su nombre asumió ese mismo mandato y su esfuerzo, en ocasiones titánico, trató de renovar el mensaje para hacerlo más cercano al original, a los desfavorecidos, a una sociedad prendida con alfileres no siempre dispuestos a “sujetar” lo que realmente necesita “sujetarse”. Rescato un párrafo de aquella columna que me parece ahora, a tiempo pasado, premonitorio, aunque tampoco eran necesarias demasiadas dotes adivinatorias para darse cuenta del alcance del, digamos, problema: “Sobre su nívea efigie -la del nuevo Papa- sobrevuelan cuervos escondidos; sobre su solideo pende la espada de un Damocles impío que impregna aires corruptos, pederastas y sacrílegos; sobre su voz cercana y afable se cierne la mordaza de sospechas expandidas a su alrededor. Necesitará soplar fuerte para que el lodo se desprenda de los lóbregos pasillos vaticanos y sea barrido para siempre. ¡Cómo olvidar ese “Bendecidme vosotros” con que se dirigió a los fieles congregados bajo la lluvia de San Pedro! “Antes de bendeciros, bendecidme y pedid a Dios por mí” Un comienzo que le acercó al mundo, a la sociedad, y que nos hizo sospechar que su mano firme, llegada “del otro lado del mar”, iba a ser capaz de ordenar, limpiar, recolocar, sanear y dar lustre a lo que parecía ahogado en capas de ignominia. “Hay papeles guardados que necesitan airearse. Hay bombillas que cambiar para que su luz llegue más allá. Hay un futuro que diseñar” escribía aquel día con la imagen del Papa casi recién estrenada.
¿Consiguió realmente enfrentarse a los lobos? Como siempre dependerá del ángulo del observador. Para los progresistas fue uno de los suyos, aunque le faltara algún que otro empuje más “feroz” por seguir con el símil. Para los conservadores tal vez se convirtió en un peligro que ponía en jaque determinadas “verdades” afianzadas en el tiempo, la opacidad y con un velo de impunidad. Quizá sus planteamientos fueron, por decirlo de algún modo, deslumbrantes en un escenario como el de la Iglesia, de la Curia oficial vaticana, pero no se desarrollaron como tal vez hubiera deseado. Abrió puertas, aireó pasillos, dejó que vientos nuevos pasearan por la historia milenaria de la institución, pero no pudo alcanzar una meta real en que una iglesia contemporánea pudiera mirarse sin sonrojo. Todo ello, por supuesto, no le resta importancia a su labor, al contrario, deja un poso que puede, o no, generar expectativas de futuro. Todo dependerá de quién suba a la silla de Pedro para ostentar el papado. Se rumorea que, al haber nombrado a buena parte de los cardenales que habrán de ser “sondeados” por el Espíritu Santo en la Sixtina, quizá el resultado de la fumata blanca nos deje un continuador de ese progresismo iniciado. Por el contrario, existe la posibilidad de que las fuerzas tradicionales se impongan para mantener un status “clásico” con todo lo que ese adjetivo significa. Incluso se escucha que tal vez el próximo Papa sea asiático, filipino por mas señas, o tal vez, para darse de bruces con las profecías, un Papa de color. Pocos días quedan para saberlo. En el listado de aspirantes contamos con varios españoles, uno de ellos catalán y otro un jaenero “de pro”, el cardenal José Cobo Cano, de Sabiote. Fue nombrado por Francisco arzobispo de Madrid y se le considera comprometido con causas sociales y, por tanto, reformista. Un Papa español y de Jaén sería todo un lujo. Esperemos a ese cónclave que tantas imágenes hollywoodenses nos trae y… recemos.

Aquella tarde de 1963. Mi primer programa de TV. Entierro de Juan XXIII

Os prometía en un anterior post recuperar mis recuerdos del funeral de Juan XXIII atesorados como el primer programa televisivo del que tengo conciencia de haber visto.
Pues allá vamos. El dibujo es de mi buen amigo Juan Eduardo Latorre que tuvo a bien ilustrar mi evocación. (Tremendo detalle, que la mayoría reconoceréis, de un toro de adorno sobre el televisor) El texto es un poco largo pero os invito a "recorrerlo".



Empezamos...
Apenas unas horas nos separan de los funerales por el papa Francisco. Ese incienso que asociamos a las excelsas naves vaticanas, ese eco reverberado entre capiteles, baldaquino, grutas y altares desprende ante nuestros sentidos una peculiar religiosidad, aunque no tengamos entre nuestros hábitos cotidianos los ritos eclesiales y Francisco haya despojado al ceremonial de muchos de sus fastos. La despedida nos sumerge, inconscientemente, en retazos de memoria, en flases de miradas ya ausentes, en recuerdos que afloran a toque de campana…
Particularmente, el adiós a un Papa tiene, en mi memoria, un significado especial. Hace justamente sesenta y dos años, en el lejano 1963, otro Papa, el siempre recordado Juan XIII, nos decía adiós también. Y, jerigonzas de la historia, esa despedida fue el primer programa de televisión del que tengo nítidas referencias desde la tierna mirada del niño que fui en aquella época.
De Juan a Francisco ha transcurrido mucho más de media vida y, sin embargo, casi sin cerrar los ojos, puedo trasladarme a aquel momento en blanco y negro…
La tarde se me antoja, en el recuerdo, luminosa y azul. El balcón entreabierto dejaba pasar un golpe de brisa norteña que me reconforta, aun hoy, a pesar del tiempo transcurrido. Un junio cálido, pero no abrasador, que luego he añorado desde el tórrido sur en muchas ocasiones. Ambrosi (Ambrosia en realidad), nuestra vecina, había preparado unas sillas, alguna butaca y un banquillo de tablas de madera barnizada.
Todo ello frente a una mesa sobre la que reinaba un primitivo televisor. Un olor a cobre recalentado inundaba la estancia.
Ambrosi era una señora inmensa, una matrona renacentista con moño cano muy tirante hacia atrás. Vestida con el desparpajo sutilmente descuidado de una dama romana venida a menos. Su cuerpo desprendía un aroma maternal, un halo tierno, un vaho dulzón e irresistible.
Ambrosi tenía un nieto de mi misma edad, José Miguel. Y un marido compañero de mi padre de apellido Lesaca. Eran una pareja agradable que nos acogió con gusto y alegría. No olvidemos que veníamos del folclórico sur, de la emigración trabajadora y ellos eran vascos de antiguo. Serios pero amables. Duros pero abiertos.
Aquella tarde, -volvemos al hilo del recuerdo- el saloncito de Ambrosi, abierto al balcón de la nacional I, bullía de intensa actividad. Se diría que había nervios por todas partes.
Mi banquillo estaba colocado en primera fila. Unas sillas de comedor configuraban la segunda fila. Un sofá y eso que entonces se llamaba un “butacón” se arremolinaban detrás.
Mi curiosidad infantil me hacía ir y venir de la cocina al salón, de mi casa a la suya, del piso de abajo al nuestro.
En el piso de abajo vivía otro afable matrimonio vascongado. Josefa, más seria y “señorial” que Ambrosi, tenía unidos los dos pisos del rellano. Benito era funcionario del mismo ramo que mi padre, pero con un puesto en la Diputación. También tenían una hija preadolescente, Izaskun, compañera de penas y de infancia, con la que posteriormente contacté en varias ocasiones hasta que, desgraciadamente, una “larga y penosa enfermedad” nos la arrebató. Mis tardes se iban entre las aventuras de Ambrosi, las de Izaskun en casa de Josefa y Benito y, posteriormente, con mi amigo Luis, un chavalillo hijo de un Brigada de la Guardia Civil que se trasladó a la vivienda que teníamos enfrente, situada sobre un almacén de inmensos rollos de papel marrón que nunca supe para qué servían.
Pero aquella tarde era especial. Ambrosi había conectado el aparato. La nieve blanquecina que iluminaba primero la pantalla tenía el encanto de lo desconocido. ¿En qué se transformarían aquellos puntitos blancos, negros y grises cuando las lámparas se calentaran?
Antes de descubrirlo, unos golpecitos tímidos y femeninos sonaron en el portón del piso. Corrí hacia la puerta. Eran unas monjitas de la clínica de la Encarnación.
Su figura me era familiar. La clínica era un edificio de dos plantas, vano totalmente, al estilo de un chalé de nuevo rico con jardines alrededor.
Todos, la clínica, mi casa, el almacén, mi escuela, el matadero municipal, estábamos en un barrio periférico de Tolosa, un pueblo industrial cuyo principal efectivo eran las empresas papeleras. Por la parte delantera veíamos la nacional I que llegaba hasta Irún. Por la parte trasera dábamos al río Oria. Sus aguas no eran todo lo limpias y cristalinas que podría esperarse, muy al contrario. Una espesa capa de espuma marrón solía acompañar su curso mortecino y un olor asfixiante nos llenaba la cocina cuando las papeleras limpiaban sus depósitos, pero así era la vida entonces.
Las monjitas eran las encargadas de ponerme las inyecciones que todo lo curaban en aquellos primeros años sesenta. Los resfriados, las gripes…. Daba igual. Todo se arreglaba con dolorosas inyecciones.
El olor del alcohol, la sádica llama que quemaba las agujas que pronto horadarían mis pobres glúteos de niño miedoso… las manos de mi madre sujetándome mientras la “Madre” con su toca inmaculada se acercaba para hacerme sentir el dolor del líquido abriéndome los músculos… No. Decididamente las monjas no me traían buenos recuerdos, pero aquel día era distinto.
La niebla del televisor se había disipado y una vista espléndida del Vaticano llenaba la pantalla. Los grises del glorioso blanco y negro –que diría el inefable Garci- resaltaban el cielo potente y luminoso en contra de los interiores brillantes pero apagados del templo.
Las monjas corrieron a sentarse detrás. Una de ellas traía el uniforme de enfermera. Quizá era una novicia. Ambrosi, mi madre, Josefa e Izaskun ocuparon las sillas, pero yo ya había ocupado mi banquillo embriagado no solo por la emoción de la retransmisión sino por el envolvente olor de las lámparas calientes del televisor, el perfume dulzón de Ambrosi, la afable sonrisa de Josefa y el tufillo a hospital de las monjitas.
Menos mal que el balcón entreabierto era mi salvación. De vez en cuando, cuando la retransmisión aburría mis infantiles años, miraba a través de las persianas mallorquinas que, entre varilla y varilla, me dejaban ver el verde paisaje que subía a la ermita de la virgen de Izaskun, -sí, como mi vecinita- en cuya ladera estaba mi escuela.
El entorno era sencillamente idílico. Campos verdes, caseríos, caminos cerca de un pequeño barranco sin agua en el que podíamos ser los más intrépidos aventureros y, sobre todo, césped, mucho césped en estado salvaje en el que revolcarse oliendo el penetrante aroma de la hierba aplastada.
La retransmisión continuaba. Sobre una especie de camilla o catafalco, la figura de un hombre gordo, envuelto en vestiduras brillantes y con extraño sombrero picudo, era paseado por el interior de aquel enorme templo que me recordaba a la Iglesia de los Corazonistas donde mi madre –velo en ristre- solía oír misa todos los domingos y a quien me gustaba acompañar con la única excusa de que, al salir, siempre caía un pastel de la más fina y delicada confitería tolosana, ubicada a la salida de la iglesia, cerca de la enorme escalinata que ascendía al apeadero de la Renfe.
Por lo visto, según comentaban las Hermanas enfermeras, aquel hombre era el Papa. Nada menos que Juan XXIII. El Papa bueno, decían entre sollozos. Las oigo en la opaca distancia de tantas vueltas de calendario, pero con el mismo timbre de voz de entonces.
El engolado locutor seguía contando detalles de la ceremonia, del próximo conclave, de cómo había sido el pontificado de Juan XXIII, pero yo no entendía casi nada. Miraba hacia atrás desde mi banquillo de primera fila y veía la emoción en los ojos de mi madre, de Ambrosi, de Josefa. De vez en cuando Izaskun me lanzaba una mirada cómplice en la que yo quería observar las ganas de escapar de allí y retozar por el césped fresco de la ladera cercana, pero una fuerza insoslayable me hacía seguir mirando al inestable televisor que seguía, ahora en latín, con una ceremonia grandiosa que para nada me recordaba a la muerte. ¿Qué es la muerte cuando se tienen cinco o seis años?
En un momento dado, Ambrosi se levantó y volvió de la cocina con unos platos de pastas para los asistentes a tan particular espectáculo. Las monjas rehusaron en un primer momento, pero se lanzaron en breve a la caza y captura de la galleta mientras que creí intuir en las miradas de mi madre y sus vecinas una cierta complicidad.
Ahora paseaban al Papa en una silla como en las procesiones. Debía ser un documental sobre su vida, pienso ahora. Desgraciadamente no tuve tiempo de pensar más. Sonó de nuevo la puerta y era mi amigo Luis que venía a buscarme.
El barranco y el césped nos estaban esperando y quizá los extraños vericuetos del matadero. Iríamos a por otros compañeros, Juanjo y Nicolás. El papa, ¡qué le íbamos a hacer! ya se había muerto y nosotros nada podíamos arreglar.
Mi madre y Ambrosi nos dejaron ir e Izaskun se quedó contrariada mirando a Josefa. Le hubiera gustado escaparse con nosotros.
Al bajar corriendo por la escalera todavía escuchamos unas solemnes canciones de la ceremonia fúnebre. Parecían monjas cantando.
Pero, por ese día, ya habíamos tenido monjas de sobra.

Hoy, con aquel recuerdo prendido, Francisco ya ha marchado a reunirse con sus antecesores. Y aquel niño mira, otra vez, la imagen, ya en color, de un ataúd de madera forrado en rojo en el televisor como si el tiempo se hubiera detenido. Una multicolor muchedumbre acaba de despedir a un Papa. La imagen se mezcla en el recuerdo con aquella otra sesenta y dos años atrás… 

Gallinas, un camello...y la primavera. Encuentro con Jesús Campos, dramaturgo jiennense.


 Hace unos días el dramaturgo giennense Jesús Campos mantuvo un encuentro en la SALALApaca al hilo de los 50 años transcurridos del estreno de una de las obras que más repercusión obtuvo en el momento. Tuve el placer de asistir y ayer mismo Diario JAÉN publicó mi crónica. Os la dejo

Gallinas, un camello y… la primavera
Encuentro con el autor teatral giennense Jesús Campos
Dice el eslogan que “el teatro también se lee” y así es, bien cierto. Pero además es un instrumento que nos sitúa, no rodea y nos impregna con el aire, el sentido y el espíritu de una época con todo lo que eso conlleva.
La Salala Paca nos ha dejado esta vez navegar “marcha atrás” con Jesús Campos, dramaturgo jaenero, a lomos de un camello y acompañados por la banda sonora de 7.000 gallinas. Aquella obra con la que alcanzó el Premio Lope de Vega en 1974 celebra estos días sus 50 años y el recuerdo de todo aquello que caracterizó su estreno nos ha llevado de nuevo a tiempos de duda, inquietud, esperanza y deseo de cambio. Entre el primer y el segundo montaje de la obra, “7.000 gallinas y un camello”, Franco murió y se abrieron las compuertas del futuro, aunque con la sordina del miedo, cierta represión y el manto opresor de quienes, de la noche a la mañana, abrazaron posturas “democráticas” sin abandonar del todo el halo dictatorial de muchos años de ostentar y detentar el poder.
Jesús Campos, en su amena disertación titulada “Dimes y diretes sobre 7.000 gallinas y un camello” nos avanza los muchos problemas que tuvo con la censura y con sus planteamientos como autor y director de la obra, algo poco común en aquel momento. De hecho, aunque podría parecer que al abrir el telón nos enfrentaríamos a un drama rural clásico con la problemática “inocente” de unos granjeros que crían gallinas junto a un arroyo, la realidad era muy distinta. Hechos, lenguaje, puesta en escena y otros detalles escondían -o no tanto- la necesidad de un cambio político, social y en todos los aspectos de aquella España que luchaba por salir del letargo obligado, de la represión y de un día a día oscuro y con las alas cortadas.
Pero ¿llegaría a algo ese deseo? O, por el contrario, ¿quedaría todo en un sueño incumplido, en una de esas utopías de corto recorrido que se vuelven contra quienes las añoran? El texto de la obra giraba en torno a esa sensación de que algo iba a suceder en aquella granja avícola pero no llega a pasar. Detalles como la música y la peculiar interpretación de Enrique Morente como director de una orquesta repleta de guiños al espectador dan, ya al inicio, pistas de un desarrollo poco convencional y ese anhelo de aprehender lo que ha de suceder da contenido a la obra. Desde la cola de burro que el director de orquesta muestra mientras dirige y que posteriormente la hará, literalmente, desaparecer por los aires, hasta la caracterización de los músicos como ángeles, monstruos, travestis o, incluso, sirenas, indican un sendero complicado que, sin embargo, llega finalmente a una electrizante interpretación de “La primavera” de Vivaldi también por Enrique Morente, que ya nos cruza la cara y los sentidos con un “luchar por la primavera” que no es sino el grito de búsqueda de libertad.
Las peripecias que el estreno causó van desde un incendio, que pareció accidental, en el Teatro Español y el posterior cambio al María Guerrero, hasta la lucha para mantener la idea original de gallinas vivas en el escenario y el mecanismo que permitiera un curso de agua en el que interactuaban los actores. Por otro lado, la idea primera de “alimentar” a las gallinas con las notas del “Concierto de Aranjuez” por su sentido suntuario debió sustituirse por Vivaldi al no autorizar el Maestro Rodrigo el uso de su partitura para tan prosaica acción. Curiosamente la censura y los problemas, en ocasiones, pueden generar una mejora en la producción. Además de este cambio musical que ya hemos comentado, en palabras de Jesús Campos, lo que se censuró en boca de un sacerdote pasó sin problemas si lo decía un sacristán incluso con ideas más fuertes y controvertidas que las anteriores.
A lo largo de más de noventa minutos el autor desgranó todos los secretos del montaje, de la complicada escenografía y de su enfrentamiento con las autoridades “del ramo” que no veían con buenos ojos llenar un teatro nacional con jaulas de gallinas y, mucho menos, dejar pasar un camello como parte de la obra.
El camello, que solo es una licencia del autor para abrir una puerta a otra realidad de los personajes, sirvió como publicidad para el estreno y su razón de ser fue la filmación en la época de la película Lawrence de Arabia en Almería y los más de 300 camellos que se usaron en las misma y que luego hubieron de venderse -a 3.000 pesetas, como dice un personaje-, usarse como carne o acabar en el zoológico.
No solo el acto ha consistido en las palabras del autor, sino que se han representado -leídas- dos escenas de la obra interpretadas por Lola Vico, Luisa Medina, Guerrero Santisteban y Daniel Afán que han dejado claro el tema y el tono de esas 7.000 gallinas y del camello desaparecido siempre con ese cacareo que fue la impronta del estreno y de las muchas representaciones que se hicieron. La lectura ha servido también para recordar a los actores y actrices que estrenaron la obra, Carlos Mendy, Alberto Bové, Isa Escartín, Kety de la Cámara y el ya mencionado Enrique Morente entre otros.
Estábamos ante una obra hiperrealista y, quizá por ello, extrañamente vanguardista que no todos entendieron. De ahí las críticas entusiastas y, por el contrario, las que denostaban el texto con expresiones rayanas en el odio. Era, como afirmó Berta Muñoz, la opinión de “las dos Españas”. Esa construcción parabólica y cargada de simbolismo nos presenta una “foto” de aquel tardofranquismo que empezaba a ser “tardo” pero con dificultad.
Solo queda agradecer a Jesús Campos su amena disertación y a Carmen Gámez de Salala Paca, el habernos permitido revivir aquel tiempo en que todo estaba por estrenar, descubrir y “soñar”.

jueves, 27 de marzo de 2025

Día del Teatro

 



Hoy es el Día del Teatro y ¿sabéis? me encanta sentarme en una butaca y disfrutar de lo que el escenario nos ofrece. A veces me río, otras me emociono y siempre el teatro me llena de una especie de energía que me hace pensar, discurrir, imaginar, ser yo mismo y ser otros. Me recuerda a la lectura curiosamente. El teatro me abre puertas y ventanas, ojos y neuronas, alegrías y hasta alguna lágrima. El teatro es como la vida como me decía uno de mis profes a quien le debo muchas de esas emociones que me embargan cuando se levanta el telón.

Un día, no hace mucho, me senté frente a unas hojas y empecé a escribir. Los personajes que imagino parece que me hablan y que ellos mismos se van colocando en las situaciones que pienso. El teatro, no me cabe duda, tiene magia y nos hace partícipes de ella a quienes lo disfrutamos, a quienes lo interpretan, a quienes lo escriben y dirigen y, en especial, a los que nos sentamos en esas butacas que son vehículos hacia la imaginación, hacia la vida...
¡¡Viva siempre el teatro!!

domingo, 2 de marzo de 2025

Godspell & Superstar. Musicales en el recuerdo.

 Godspell & Superstar. Seguro que os suenan ambos musicales tanto en los escenarios como en las pantallas. Curiosamente ambos me traen muy buenos recuerdos envueltos en el trajín de un viaje de fin de COU en tiempos ya muy pretéritos. Dedico, con todo el cariño de tanto compartido, está remembranza a mis compañeros y compañeras de la XVII promoción marista de Jaén que, por cierto, estamos a punto de celebrar los 50 años, Bodas de Oro, de nuestro paso por el Colegio.

Os dejo el texto que apareció ayer en las páginas de DIARIO JAÉN.



GOSPELL & SUPERSTAR.
Corre ahora, en gira, el musical Godspell de la mano de Antonio Banderas y Emilio Aragón. No parece que sea Jaén una de las plazas en las que esté prevista su actuación, pero, echando mano de la memoria “escolar” resulta que en un festival de fin de curso en nuestro Colegio Marista sí que pudimos disfrutarlo los intrépidos alumnos -y, por primera vez, alumnas- del momento en que la década de los setenta llegaba a su “intermedio”. En mitad de la bruma del recuerdo veo de nuevo a Juan del Arco entonando las canciones de esa especie de manifiesto hippie en aras de un Dios al que tratar de tú a tú como compañero de aventuras. Ese “Id preparando el camino al Señor”, entonces “Prepare ye the way of the Lord” vuelve una y otra vez a mis oídos y retomo las mil y una ocasiones en que la casete con la Banda sonora original del estreno en el Off-Broadway o en Londres -ya no estoy seguro- pasó por aquel reproductor “en bandolera” que me permitía asomarme a escenarios solo soñados. Esa cinta, adquirida en un recordado viaje de fin de curso, allende COU, me ha acompañado hasta que los soportes magnéticos dejaron de existir. De vez en cuando, y más ahora que vuelve a estar vigente, busco en YouTube las canciones y las imágenes de Godspell mientras me doy cuenta de que recuerdo las letras incluso en aquel inglés chapurreado que apenas mejoró con los años… “Day by day, Oh Dear Lord, three things I pray to see thee more clearly” Y sí, día tras día, ese “lord” era, incluso sin especial sentimiento religioso al uso, “the light of the world” y había que cantarle/pedirle con especial énfasis que nos salvase aun sin saber bien de qué o de quiénes. “When wilt thou save the people? Not kings and lords, but nations, not thrones and crowns, but men…” Cosas de una edad casi olvidada en el curso nebuloso del universo.
Al poco tiempo, ya en el tranquilo respiro frente al televisor, Godspell se hizo pantalla y ese espíritu de libertad mojada por los parques se transmutó en algarabía, más si cabe. Una película en la que, con sorpresa, descubres que todo tiene que ver con el Evangelio de Mateo, pero revestido de una pátina neoyorkina y un vestuario de clown circense. Seguían corriendo los años 70 y que el actor que interpretaba a Juan el Bautista también se enfundara del papel de Judas no era especialmente llamativo por aquel entonces. Ahora las imágenes se hacen “carne” mientras suena de nuevo la B.S.O. y renacen las liras en los sauces “On the willows, there We hung up our lyres” mientras soñamos -y sabemos- que somos capaces de todo lo que nos proponemos: “We're not afraid of voicing All the things We're dreaming of hh, high and low, and everywhere we go we can build a beautiful city. Yes we can”.
Pero aquel viaje nos guardaba todavía otra sorpresa, y esta con todos los lujos posibles, pantalla super TODD-AO, sonido “superestereofónico” y esa inquietud de asistir a la proyección de una película en cierto modo -y para aquel momento- maldita y merecedora de billete para el infierno. Pero ante la sugerencia de nuestro insigne “Hermano Ignacio” allí que nos fuimos algunos en comandilla con tan mala suerte que solo quedaban entradas en la primera fila. Era el Palafox, creo recordar, y semejante pantalla curva gigantesca, que parecía envolverte, vista con el cuello en 90 grados y apoyado en la parte superior de la butaca ya fue en sí misma un espectáculo inolvidable. Y, en efecto, la proyección transcurrió con nuestra atención yendo de izquierda a derecha y viceversa mientras las arenas del desierto parecían salpicarnos y las lanzas de la soldadesca se dirían a punto de atravesarnos. Una experiencia que nunca se ha vuelto a repetir.
La banda sonora, al igual que la de Godspell acabó en la mochila para su posterior y calmado disfrute. Esta vez en un coqueto estuche con dos casetes y un libretillo que, de tanto ojearse -y hojearse- quedó reducido pronto a ese polvo eterno que nos aguarda.
Como eran tiempo de no demasiada disponibilidad en todos los aspectos, nunca pude asistir al musical con Camilo Sesto pero sí, milenios después, en el Infanta Leonor, a la representación de Jesucristo Superstar con Miquel Fernández e Ignasi Vidal como Jesús y Judas. Creo recordar que era en 2007. En una de las canciones, volvemos a esas letras que nunca se olvidan, se decía… “Cuéntanos, dinos lo que va a pasar. ¿Por qué queréis saber? Olvidaros del futuro, no penséis en más allá. Ved en mí sólo el presente. El mañana ya vendrá”. Y también… “Basta ya de angustias, deja los problemas, olvida las penas. Yo sé que nada va a pasar. Todo estará en paz”. Ideas que reconfortan cuando se escuchan en esa edad que antes mencionaba, que dejan pasar las inquietudes por el futuro que se ve acercarse y para el que se necesitan pautas y llaves para accionarlo y hacerse con él. En cierto modo aquellos compases de Godpsell y de Superstar fueron parte de ese aprendizaje que nos hizo crecer. “Todos tenemos algo por lo que estar vivos” se canta en Godpsell y así es. Se cerró el telón del Salón de Actos de Maristas en los setenta, se apagó la luz de la pantalla del Palafox y fuimos saliendo del Infanta Leonor, pero la música, el espíritu, la idea, el sentido, el acorde, esa ligera presión cerca del corazón o incrustada en la retina nos acompañaron, nos acompañan y vuelven una y otra vez como en una gira perenne para la que siempre tenemos las mejores localidades frente al escenario. Gracias, Antonio Banderas, Emilio Aragón, Ted Neeley, Norman Jewison, Juan del Arco, Miquel Fernández, Jaime Azpilicueta, Andrew Lloyd Webber, Camilo Sesto, John-Michael Tebelak, Stephen Schwartz… y tantos otros. Sin olvidar al Hermano marista Ignacio Polón que nos impulsó al cine y a aquella muchachada del primer COU mixto de la historia del colegio. Ahora todos podríamos cantar aquello de… “¿Where are you going? ¿Can you take me with you? For my hand is cold and needs warmth” (¿A dónde vas? ¿Puedes llevarme contigo? Porque mi mano está fría y necesita calor.) “Let me skip the road with you. I can dare myself” (Déjame hacer el camino contigo. Puedo atreverme…)
Y el camino frente al que nacíamos de nuevo, se abrió. Y por él circulamos. ¿No escuchas la música de fondo?

viernes, 28 de febrero de 2025

DESENMASCARA LAS "RARAS" (EN EL DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON ENFERMEDADES RARAS)

 Hoy, 28 de febrero, se celebra el DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON ENFERMEDADES RARAS y ahí me tenéis brindando con el cóctel de pastillejas al que mi "amiga" MIASTENIA GRAVIS me ha hecho aficionarme.




Este año el lema es DESENMASCARA A LAS "RARAS". Os dejo unas reflexiones al respecto.
Desenmascara “las Raras”
Dicen que al encontrarnos con el adjetivo “raro” nuestra mente emite ciertas señales que nos hacen detenernos, como en aquella nave Nostromo del film Alien (1979). Luego, dependiendo de cada uno, la reflexión llevará a algunos a comprometerse, a luchar, o bien, seguramente por falta de información al respecto, a dejar pasar el momento y mover la cabeza con aire de pasiva compasión.
En el terreno de la salud, lo raro afecta a más de veinticinco millones de personas en Europa (alrededor de tres millones en España), por lo que quizá deberíamos replantearnos el término. Afectan a menos de 5 de cada 10.000 personas y son casi siete mil esas “raras” que, para colmo, aumentan en una peligrosa progresión de más de cinco al día. ¿De verdad hablamos de algo “raro”?
Hay personas que caminan junto a nosotros por la calle e ignoran que son portadores de una de esas enfermedades. Hay personal sanitario que ignora en muchas ocasiones las características de las mismas y ello conlleva errores de diagnóstico en un elevado porcentaje que, afortunadamente, va disminuyendo, pero no a la velocidad deseada. Hay grandes farmacéuticas que ignoran ciertas investigaciones para nuestras enfermedades ya que no les son rentables económicamente.
Si miramos las estadísticas parece que TODOS somos RAROS en una u otra medida. Sí, ya sabemos que la rara es la enfermedad, pero… ¿qué cambia eso en nuestra percepción del mundo? Ser raro conlleva otra característica esencial: Ser ÚNICO. Ser DIFERENTE. Y por ello necesitamos que se nos apoye, se destinen recursos para desarrollar nuevos fármacos, se investiguen los procesos neurológicos que, generalmente, las producen y se nos oferten ayudas públicas que eviten los efectos de ese más del sesenta y cinco por ciento de casos en que lo raro deviene en invalidante. ¿No tenemos el mismo derecho que los demás a llevar una vida plena, integrada, sencilla y normalizada? Queremos disfrutar de una calidad de vida adecuada. Queremos que se nos respete, se nos informe, se nos tenga en cuenta como seres únicos y diferentes que somos.
A la luz de ciertos eventos, esperemos que no puntuales, una estrella mediática, un político, una personalidad relevante alzan su voz. Se crean años dedicados a las enfermedades raras, maratones de espectáculo televisivo, call center dispuestos a recaudar ayudas de personas de a pie, se publican especiales de prensa…Todo parece florecer y las ilusiones se impulsan, se enervan y nacen sonrisas de esperanza. Sin embargo, cuando los focos se apartan, el famoso cobra su caché y los medios tienen ya otras noticias a las que atender, se corre el peligro de que la esperanza se torne espejismo, que lo que iba a ser un impulso sea solo un empujón sin mayor trascendencia. La lucha no puede detenerse cuando el telón del fasto cae y se apaga el aplauso. Tenemos que seguir. Por nosotros. Por los demás. Por los que sufren sin saber qué les sucede. Por los que sufren al saber su diagnóstico. Por aquel que ignora lo que le sucede y que puedes ser tú, amigo lector.
Empezábamos hablando de Alien. Quizá nuestra lucha se parezca en cierto modo a la de la tripulación de aquella nave vagando por el espacio. “Nadie puede oír tus gritos”, decía la publicidad. Esperemos que nosotros, con nuestro empeño, consigamos no estar solos y hacer que nuestra voz se oiga por el mundo. Un mundo que también es único y que tiene que contar con nosotros.
Hoy, 28 de febrero, celebramos el DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON ENFERMEDADES RARAS. Lee la prensa, ve la televisión… Todos te lo dirán de forma machacona. Pero no lo olvides, lo importante, como siempre, empieza mañana. Apóyanos. Tú también eres raro. Y único. Así que… “desenmascara “las raras” como dice la campaña de este año de FEDER.