Ese “interregno” por el que deambulamos entre la Navidad y el Año Nuevo es tiempo de reflexión, de miradas estereoscópicas hacia atrás y hacia adelante. Momentos en que haces balance entre efluvios de alcoholes 0,0, mantecados, chocolates y otras perversiones gastronómicas y culinarias prohibidas el resto del año. Y en ese instante en que la luz de un futuro cercano y el resplandor de lo vivido te asaltan y te deslumbran te percatas que ahora tienes una nueva posibilidad de “tirar p´alante” -expresión de moda ahora en cenáculos políticos ajenos al espíritu navideño-.
Y esa posibilidad tiene un corazón pequeño que te late muy cerca cuando la abrazas; unos ojos con ansia de descubrir en los que te reflejas con arrobo; unas manos que se lanzan a por ti… y tantas otros “añadidos” que la literatura queda anonadada e incapaz de describirlos con un mínimo de claridad.
También tiene nombre: Siena, con reminiscencias históricas y viajeras, nacidas al aire de escapadas compartidas.
El futuro ha empezado ya y no hace falta llegar al 1 de enero. Tenemos la brújula encendida y los mapas -virtuales- sobre la mesa. Sea lo que sea lo que nos tenga preparado el calendario, la divina providencia o el azar del movimiento celeste, sabemos que estarás ahí, Siena, al acecho para regalarnos una de esas sonrisas tuyas que nos desbaratan las neuronas y cualquier otro órgano que se ponga a tiro. Sí. Hoy es un buen día para mirar juntos por la ventana y soñar…
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