Hace unos días, en Diario JAEN, se publicó mi texto "Un QUIJOTE “en negro”. Y aprovechando el paso por la Salala de ese Quijote, di un repasillo por los Teatros negros que pululan por esos mundos y con los tomé contacto en Praga precisamente, la cuna de esa expresión artística. También lo disfruté con mis chavales jabalquinteños en esos viajes que tanto nos gustaban y que completaban la labor curricular de forma divertida y amena.
UN QUIJOTE "EN NEGRO"
Los personajes, títeres, marionetas, que cobran vida frente al negro fondo de un escenario aportan ese toque de magia irredenta que, más allá de las manos o cuerpos que les insuflan latido y movimiento, nos dejan soñar, tal vez como niños que fuimos, con un mundo en el que todo es posible y en el que los mecanismos, más o menos ocultos o directamente visibles, forman parte de la ensoñación y lejos de arruinarla la reflotan para dejarnos navegar por ella.
Mi primer encuentro con el llamado “teatro negro” fue, precisamente, en una de sus cunas primigenias, en el Staré Mesto (la Ciudad Vieja) de una Praga recoleta en la que se nos apareció, calle Karlova, el DIVADLO THEATRE BLACK LIGHT TA FANTASTIKA. Y allí, la luz jugó sus cartas venciendo al negro o haciéndolo cómplice del esplendor de la historia imaginada. Difícil olvidar aquella representación a pesar de los años transcurridos.
Poco después, en una de esas locas aventuras en las que nos sumergimos los docentes para guiar a un grupo de adolescentes de hormona en ristre a través de las atracciones de Port Aventura tratando de olvidar, o complementar, las páginas curriculares, dimos con el Templo Mágico en la zona de China. De nuevo el negro. De nuevo la luz. Y en esta ocasión disfrazada de mar, de aire, de pájaros que te revolotean, gusanitos que huyen de los anteriores, peces que flotan al alcance de tu mano…
El teatro negro y sus propuestas de similar calado tienen, por añadidura, un lenguaje universal, la música, el ruido. Y así pueden disfrutarse allende fronteras y lenguajes. A pesar de que nace en la Europa central sus representaciones se han extendido mundialmente. Conocidas son, por ejemplo, la Kompanía Romanelli de Uruguay dirigida por Martín López Romanelli que no hace demasiado pasó por Madrid con “El truco de Olej”; Iru Teatro Negro con “El soldadito de plomo”; El Espejo negro, de Ángel Calvente, con 35 años de escenarios a sus espaldas y obras como “La vida de un piojo llamado Matías” o “El fantástico viaje de Jonás, el espermatozoide”; los aragoneses “Teatro de Medianoche” con “El pirata que quiso conquistar la Luna” o los “SeRes Uhmonos”; la compañía sevillana BlackonBlack, cuyos espectáculos están representados por personas sin empleo en peligro de exclusión social o las gentes de Cachiporra Teatro en una listado muy incompleto pero que da idea de la extensión de este tipo de propuestas.
Estos días, en la Salala Paca de nuestra capital, la compañía BAMBALINA TEATRE PRACTICABLE, nos ha regalado una propuesta que no es exactamente teatro negro pero que se le acerca ostentosa, agradable y exitosamente. En ese fondo de negrura teatral, solo “disimulado” por la luz de unas velas, nuestro personaje más universal, aquí despojado de título, apellido y otros tratamientos, pasa a ser sencillamente QUIJOTE.
No escuchamos sus palabras, o mejor, sí que nos llega su lenguaje, sus gritos, sus lamentos, pero con palabras cabalísticas, abstrusas, acaso tan oscuras como el paisaje por el que se mueve. Le vemos cabalgar, soñar, dormir, pelear, interaccionar con un Sancho que parece no comprender del todo lo que sucede a su alrededor mientras sus dos “valedores”, aquellos que hacen de “alma, corazón y vida” de los títeres, nos muestran sus caras con el gesto que la marioneta ofrecería si su rostro fuese maleable o se la cubren cuando la acción pasa a terrenos ensoñados o nos muestra una parte interior de los personajes. Y todo ello aderezado por la lucha de lo real con lo supuesto, de lo pensado con lo palpable, de lo irreal con lo cercanamente visible. Ese paso de molino de viento a paraguas agujereado, de Clavileño volador a jaula de galeotes, de Dulcinea hecha luz de Luna a lágrima suspirada en el lecho final, ese movimiento de pulsos de madera y sangre hace de la representación un continuo de inquieta zozobra aun conociendo de sobra el trasiego por el que los personajes avanzan en su inmortal legado.
Quizá ese recoleto espacio de la Salala Paca es el escenario ideal para, en la cercanía, inmiscuirnos de forma completa en el ir y venir del títere y, acaso, sentir que la varilla que lo impulsa nos mueve también dejándonos presos, como a él, en la locura de las caballerías, en el supremo vuelo del amor, en la aquiescencia de que lo imaginado es lo que brilla ante nosotros.
Leyendo en la documentación del espectáculo de Bambalina que la obra ha sido premiada “a todo lo largo y ancho de este mundo”, léase Rumanía, Cuba, Polonia, amén de circuitos más cercanos como el de Almagro y sus propuestas de teatro clásico, nos queda la certeza de que los clásicos siguen vivos aun con corazón “de madera” y que la literatura, en íntima cohabitación con el teatro, nos muestra el sendero por el que avanzar en el horizonte de la cultura. La compañía, que precisamente celebra en estas fechas su 40 aniversario volviendo a representar este QUIJOTE que hemos disfrutado en Jaén, lleva en su repertorio títulos como La Celestina, Hamlet, Edipo y otros clásicos con los que ha alcanzado premios en distintos certámenes incluyendo el Max, los Arts Escéniques Valencianes o el del Festival de Sagunt.
Como en otras ocasiones no queda sino felicitar a La Paca por sus iniciativas con este tipo de obras de formato pequeño que, quizá, no serían acogidas del mismo modo en otro tipo de espacios escénicos.
De hecho, este nuevo ciclo de Teatro Clásico nos ha ofrecido ya -y con gran éxito- una adaptación del MIO CID (Teatro del Finikito) o FRANCISCA, una aproximación a la historia de Francisca de Pedraza, la primera mujer que consiguió una sentencia favorable por violencia de género allá por el siglo XVII en un montaje de Producciones 099 llegada desde el Festival de Almagro y a la que dediqué una semblanza en otro de mis artículos en Diario JAÉN.
Siempre hay vida detrás de un telón. Quizá es la nuestra…
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