viernes, 29 de noviembre de 2024

FRANCISCA DE PEDRAZA, UNA PIONERA DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN EL SIGLO XVII

 Mi artículo en DIARIO JAÉN ayer jueves.


Francisca de Pedraza.
Una pionera contra la violencia de género en el XVII.
Francisca, un nombre de mujer. Sencillo, de los que han ido superando la barrera de los siglos permaneciendo ahí, fijo, en los registros de las niñas nacidas. El apellido ha ido cambiando y definiendo épocas, familias, avatares históricos, dinastías y cualesquiera otras metas volantes de la historia.
Hoy vamos a detenernos en el siglo XVII y en una Francisca que vivió en tierras castellanas, en Alcalá de Henares concretamente. Su apellido, “de Pedraza” quizá no nos dice nada si no incidimos en todo lo que vivió, sufrió y significó en aquel tiempo en que la ley, las costumbres y la concepción de ser hombre y ser mujer tanto se diferencian de las actuales. O, quizá, no tanto, si atendemos a ciertos comportamientos que florecen a nuestro alrededor. Nos paramos frente a su estampa y nos dejamos mecer por su recuerdo en una fecha significativa: 25 de noviembre. Es decir, el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer.
Un telón, el de Salala Paca, nos ha dejado mirar por las rendijas de la historia para darnos de bruces con la vida de Francisca. El montaje, de Producciones 099, se nos ha presentado en ese híbrido que podríamos llamar “teatro leído” y que permite al espectador vestir y dejar moverse a los actores al ritmo y manera que su percepción les ofrece. La ropa de calle se deja caer a los pocos instantes del comienzo para mostrarnos, de la manera que cada espectador decide, los ropajes, tocados, mantos y complementos con que el siglo XVII nos abduce. Y los textos fluyen en mitad de una casa, de un convento, bajo el rumor de un árbol, escuchando en un “a lo lejos” soñado el sonido del mar o en los áridos estrados de una corte de justicia.
Francisca se nos muestra, en el inicio, como esa joven inquieta que vive y sueña con el mundo que existe más allá del convento en que vive, huérfana y al amparo de la comunidad. Pero pronto, cuando la edad supuestamente se lo permite, será entregada, en toda la extensión de la palabra, a un hombre, a un marido, a un tal Jerónimo de Jaras, con el que ella imaginó desarrollarse como mujer, como persona, más allá de los muros conventuales. Sabemos que no fue así. Por el contrario, aquel marido le hizo ver la cruel que podía ser, en realidad, la vida para una mujer. Golpes, insultos, violaciones y todo tipo de malos tratos fueron el cotidiano devenir de su matrimonio. Y todo ello con la más total impunidad para el agresor ungido por el sacramento matrimonial. Cuando ya no pudo soportarlo más tomó una decisión. Y no fue huir ni dejarse morir. No. Acudió a la justicia. Algo muy poco usual en la época. Recorrió todos los estamentos judiciales, de la ordinaria a la eclesiástica e incluso, finalmente, a la universitaria. Y allí en aquellas instancias mostró su rostro y su cuerpo repleto de golpes, hematomas y huellas, en fin, del maltrato recibido. Sabía que la justicia, el mundo entero, estaba diseñado por y para los hombres, pero no se dejó vencer.
Una y otra vez las sentencias terminaban con unas recomendaciones al marido agresor que solían recoger términos como honestidad, amor, consideración… y que condenaban en realidad a Francisca a volver al infierno del hogar, a seguir sufriendo junto a Jerónimo, su marido. De nada servía que apelara a su condición de madre o la constatación de que algún embarazo se malogró, precisamente, por los golpes recibidos.
Cuentan que, en un último intento de recuperar su libertad y su dignidad como mujer y persona, solicitó una cédula del nuncio del Papa en España para cambiar sus peticiones a otra jurisdicción, la universitaria.
Y allí, tras el fracaso de la justicia ordinaria y la eclesiástica, en la Universidad de Alcalá, se desarrolló un nuevo juicio pidiendo el divorcio. Al frente del tribunal se encontraba Álvaro de Ayala, famoso rector de reconocida solvencia. Y, casi milagrosamente, en 1624, tras un triste, doloroso y cruel recorrido, Francisca de Pedraza obtiene la sentencia que esperaba: divorcio y devolución de la dote junto con una orden de alejamiento que indicaba que “prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras que no inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza, por sí ni por sus parientes ni por otra interpósita persona”.
Sentada en aquel estrado, la mente de Francisca volvió a 1614 cuando quiso huir del convento, pero él la llevó de vuelta al hogar mientras la justicia le decía que solo debía pegar a su mujer lo necesario para que fuese obediente.
Cuatro años más tarde, siguió visionando en su recuerdo, presentó el caso ante el Corregidor de Alcalá, pero nada consigue salvo que el confesor le recomiende resignación cristiana. En 1620 va al Palacio Arzobispal, pero se le deniega la petición de divorcio. Las lágrimas recorren su rostro al recordar que dos años después, embarazada de nuevo, es golpeada a patadas con tal fuerza que el feto nace violentamente y cae a la acera. Nada consigue al plantear esta situación a pesar de los testigos que aporta a la causa.
Francisca miró, en mitad de esos recuerdos, y en la sala del juicio, a Jerónimo que le devolvió la mirada con tintes de odio. De hecho, no conforme con la sentencia y sabiendo que el rector dejaría el cargo en un año, recurrió la sentencia pasado ese tiempo aunque el nuevo rector, Dionisio Pérez Manrique de Lara, confirmó la sentencia.
Este caso fue el primero. Francisca fue la primera mujer en conseguir una sentencia favorable de divorcio por lo que hoy llamamos Violencia de género. Su historia se ha recordado en multitud de publicaciones, obras de arte e incluso en una suite orquestal amén de llevar su nombre el “Premio Francisca de Pedraza contra la violencia de género”.
El estreno de FRANCISCA en un día tan señalado ha sido, sin duda, una propuesta valiente y que nos hace ahondar en nuestra postura como sociedad ante este tipo de situaciones ante las que no siempre hemos sabido reaccionar como deberíamos. Tras el telón, tras el teatro, siempre hay una pincelada que nos hace pensar. Y, en esta ocasión, especialmente. Gracias a Carmen Gámez por programar la obra y continuar con el programa EN FEMENINO con propuestas de gran calado.

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