viernes, 15 de noviembre de 2024

"MIQUIÑO MÍO DEL ALMA" (GALDÓS ENAMORADO)

 Se asomaba este pasado jueves a DIARIO JAÉN mi artículo sobre Galdós y Emilia Pardo Bazán al hilo del estreno de GALDÓS ENAMORADO. Os dejo el texto.




“Miquiño mío del alma”
(Doña Emilia y don Benito, amores con sobre y sello)
El escenario del Infanta Leonor nos ha permitido adentrarnos en el universo enamorado “por correspondencia” entre doña Emilia Pardo Bazán y don Benito Pérez Galdós. Sus cartas, sus emociones escritas, soñadas y viajeras de buzón en buzón, han dado forma, de la mano de Alfonso Zurro -aun recordada su visita a la Salala Paca con motivo del estreno de una de sus versiones de Shakespeare, “La violación de Lucrecia”- a un entramado totalmente teatral en el que los actores son los actores y no los personajes. Dicho así suena a trabalenguas, pero he ahí la magia de esta propuesta, de este artificio si queremos definirlo así, que juega con el “teatro dentro del teatro” al más clásico de los estilos.
Las cartas, el tercer personaje si pensamos en que los protagonistas son dos, Emilia y Benito, Benito y Emilia, van y vienen en una lectura incandescente que huye de la posible indiferencia y aúna lo escrito con lo real, lo pensado con lo trasladado, la letra con el espíritu que la conforma. Aunque prácticamente solo conservamos las cartas de ella, su lectura nos da idea de las respuestas y de esa relación íntima en el sentido literario y en el personal que mantuvieron.
Se publicaron recopiladas en un libro y, en muchas ocasiones, los medios se han encargado de dejarnos “con la miel en la boca” ofreciendo pequeñas pinceladas como esta que no me resisto a compartir: “Miquiño, mi bien: me están volviendo tarumba tus cartitas. Creo que jamás escribiste con tanta sencillez, con una gracia más bonita y más tierna. No sé las veces que he leído esta última epístola, ni el bien que me hizo, ni cuánto se me humedecieron los ojos... Un beso del fondo del alma” (…//…) “Pánfilo de mi corazón: rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré. Después hablaremos dulcemente de literatura y de la Academia y de tonterías. ¡Pero antes morderé tu carrillito!”.
Cierto estremecimiento “jocoso” puede sacudirnos al imaginar la oronda figura de doña Emilia “aplastando” como bien dice, a don Benito. Unos juegos a los que la palabra nos ilumina y nos acerca dejándonos exhaustos. De ese ir y venir de sensaciones tratan las conversaciones de Emilio Gutiérrez Caba y María José Goyanes en el escenario. Zurro nos lo apunta: “Quizá esto sólo sea un sueño, un sueño en el que hemos colocado a Don Benito Pérez Galdós y a Doña Emilia Pardo Bazán para que dialoguen, charlen, y nos cuenten cosas sin los encorsetamientos de fingidos realismos decimonónicos. Un sueño para trasladar al espectador actual por el ayer, el hoy y el mañana de nuestros protagonistas. ¿Qué será de ellos dentro de cien o doscientos años? Imaginemos... Soñamos, y sabemos que Don Benito y Doña Emilia se amaron, nosotros también amamos su literatura, su historia, esa pasión oculta, imposible, en una España pueblerina, caduca, manipulada, preocupante…
Zurro nos invita, con su dramaturgia, a jugar, además, con el tiempo, con ese momento en que la narrativa puede saltar sobre él, desdoblarlo, ir y venir, incluso llevarlo al otro lado del imaginario y disfrutar con los personajes, con los actores, con nuestra propia percepción de lo sucedido, de lo imaginado, de lo real. De hecho, no nos enfrentamos a una propuesta literaria en el más cerrado de sus conceptos. Por el contrario, nos llega un lenguaje coloquial que huye de artificios como antes indicábamos. Las voces, los sentimientos, la realidad, se impone y los “enamorados” dan rienda suelta a lo que piensan, opinan y exclaman, todo en un ambiente de cordial encuentro en el que, quizá influenciados por su imagen y por ese prejuicio que arrastramos al conocer su biografía, su lenguaje y su empaque, es Emilia quien parece más potente y “arrebatadora” frente a un Benito más apagado o menos apasionado. Probablemente es solo una sensación ya que ambos personajes, y ambos actores, no lo olvidemos, impregnan de magistral forma el texto, lo que significa y lo que nos traslada.
Hay, también, ventanas a la historia que los rodeó. El Pazo de Meirás, por ejemplo, acabó en manos de Franco y su esposa, doña Carmen, y ese detalle no pasa inadvertido en los diálogos dejándonos un poso de hilarante descanso entre la seriedad que se supone a aquella relación que, no lo olvidemos, encajaba poco en la sociedad del momento, poco dada a esa libertad que transmiten las cartas de las que trata la obra. Por cierto, corre un rumor sin posibilidad de confirmación que afirma que las cartas que Benito escribió a Emilia no aparecen ya que… tachin, tachin… las quemó Carmen Polo escandalizada cuando llegó al Pazo. ¿Pudo ser? Tal vez.
Los actores tras los personajes no nos son desconocidos. Los empezamos a conocer, los que ya peinamos la edad suficiente, en aquellos Estudios 1 de la Tele en blanco y negro. Tanto ella como él venían, vienen, de familias de renombre en los escenarios y han compartido cartel en muchas ocasiones. Incluso en las pantallas. Me viene a la memoria su imagen de jovenzuelos en aquella película, “Los chicos del Preu” que, por obvias razones, muchos recordarán e incluso se verán reflejados en los estudiantes, que incluían incluso a nuestra Karina y a Camilo Sesto, enfrentándose al catedrático “hueso” de turno.
Pero volvamos al escenario. Ese “metateatro” o “neolectura teatral”, como denominan los críticos a este tipo de montaje, nos ha dejado ese ensayo previo a lo que sería el verdadero espectáculo con Marta Gutiérrez-Aba como introductora. Y, gracias a Alfonso Zurro, hemos podido imaginar dónde estarían hoy Emilia y Benito y cómo habría evolucionado esa relación que nos queda corta, por cuanto solo conocemos “las palabras enamoradas” de una de las partes del dúo. Quizá, haciéndonos uno con ellos, nos dejamos llevar por su “inocente esperanza” de que lo que tuvieron que soportar, machismo, maledicencia, hipocresía, se haya disipado con el paso del tiempo. ¿Ha sido así? Se admiten opiniones.

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