Me acabo de dar cuenta. Quiero estar ahí arriba. Ese es mi sitio. O lo será. Quiero mirar frente a frente a las butacas, oír respirar a quienes las ocupan, saber que están observándome, atentos a un texto que les traslada emoción. Quiero pisar las tablas y escuchar el leve crujido que las hace gritar en silencio tras tantos años sirviendo de balcón hacia dentro y hacia fuera. El escenario es algo más que un cubículo de solo tres paredes. Tiene una cuarta que, dicen, es de cristal transparente pero que, a veces, se vuelve translúcido y otras opaco. Es el ojo del espectador quien lo transforma a su libre albedrío, a golpe de sus propias vivencias, de su forma de ser y de entender lo que le rodea. Un texto, una dramaturgia, un poema escénico lo es en tanto en cuanto despierta el alma apagada de quien se acerca a sentirlo, disfrutarlo, sufrirlo, digerirlo. Y yo quiero ser quien provoque todo eso en la mirada, el latido, la respiración de quién llega ante mi y toma asiento dispuesto a vivir a mi través durante los minutos que van desde que el telón se levanta hasta que vuelve a caer. Ese tiempo no me pertenece a mi ni a ellos. Es el tiempo del teatro, de esa realidad alternativa, distinta, imaginada, que solo ahí funciona, solo ahí existe. Yo quiero ser teatro. Y os invito a verme, a haceros uno conmigo, a dejar que vuestro propio telón se levante y os deje ser otro. ¿No quieres ser tú también teatro?
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