martes, 13 de enero de 2015

De ladridos y hombres.


 
Quizá, lector, te venga a la memoria la novela de Steinbeck  (De ratones y hombres)  o cualquiera de sus adaptaciones teatrales al leer el título que antecede. ¿Ladridos? Sí. De un tiempo a esta parte han florecido los amantes de los perros y es raro el momento del día en que no te topas con un ejército de canes  -y con sus dueños- de todas las raleas imaginables. Perrillos insignificantes, elefantiásicos, mimosos, terroríficos, de mirada tierna o de ojos inquietantes se dan cita en calles, plazuelas y comunidades de vecinos sin que haya norma alguna que encauce sus acciones o, si la hay, su cumplimiento deje mucho que desear.

Conozco en propia carne a un grupo de esas mascotas que, no habiendo recibido de sus propietarios el más mínimo atisbo de educación canina, ladran y ladran y vuelven a ladrar, como en un villancico sin fin, a cualquier hora del día y de la noche inundando patios, escaleras y viviendas vecinas con ese bello cántico que, si bien a sus amos no parece incomodar, a los pobres mortales que vivimos cerca nos impiden una mínima concentración cuando no conciliar el sueño.

Alguien debería fundar la Asociación en defensa del sufridor del ladrido impenitente, cuando no la del pisador de cacas abandonadas o del atufado “recorredor de esquinas” enfangadas por pises perrunos. ¿Está reñido el amor por ese noble animal con las mínimas reglas de vivir en sociedad?

Me consta que hay vecinos que dejan solos a sus idolatrados canes durante horas y horas en pisos y terrazas con el consiguiente concierto de lamentos y aullidos. Otros les permiten evacuar sus naturales necesidades sin preocuparse ni del lugar elegido ni, por supuesto, de su recogida. Algunos más, pasmémonos, te afean tus palabras si osas hacerles alguna indicación sobre sus perros. Parece que son ellos los buenos ciudadanos. ¿No existe el derecho al descanso, a la tranquilidad, a la convivencia sin ladridos y cacas perdidas?

Seamos cívicos y responsables. Los perros han de ser educados para vivir en comunidad, obviamente. Pero, viendo lo que vemos, también sus propietarios necesitan clases urgentes de urbanidad e, incluso, de sentido común.  Steinbeck hubiera podido escribir al respecto…

 

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