jueves, 15 de enero de 2015

Nelly Portela, IN MEMORIAM


 
No hace demasiado tiempo, en una de las reuniones de afectados de Miastenia Gravis, entre confesiones, intercambios de experiencias, apoyos mutuos y fraternales consejos nos sobresaltó un timbre. Alguien que nos había conocido por las notas de prensa se acercaba a interesarse por la enfermedad.

Nada más entrar reconocí a Nelly Portela. Compañera de estudios y docente como yo, amén de profesora de mi hija Alba en su paso por el “Virgen del Carmen”. Tras un sentido abrazo y algún que otro recuerdo cogido a vuelapluma de aquellos viejos tiempos compartidos nos contó su peregrinaje por pruebas, consultas y estudios médicos a la busca de un diagnóstico exacto de lo que le sucedía.  Ciertamente alguno de sus síntomas podrían identificarse como miasténicos pero no parecía que encajara del todo con “nuestro perfil”, por decirlo de algún modo.

Aun así, Nelly desprendía esa alegría de la que siempre hizo gala, esa sonrisa amplia y amable con la que te ganaba en todas las distancias.

Nos despedimos con el compromiso de estar al tanto de su diagnóstico y de acogerla en nuestra pequeña comunidad si se confirmaba lo que solo era una posibilidad.

Pasó algún mes y un día fatídico nos confirmó que su afección no tenía dos letras, MG, sino tres, ELA. Apenas si nos lo pudo confirmar hablando sino que escribió esa sigla en una libretita que sacó del bolso. Aun recuerdo que un nudo feroz embarcó mi garganta en aquel instante mientras, a la vez, rebuscaba en mi dolorido vocabulario la expresión justa de ánimo que no estoy seguro de haber conseguido encontrar ni expresar como Nelly merecía.

Desde ese momento los próximos encuentros fueron fugaces pero siempre marcados por su sonrisa, su ánimo y su empuje. Alguna vez coincidimos incluso en una consulta médica para problemillas menores y ella, Nelly, seguía adelante con su simpatía de siempre, con su mirada amplia y su elegancia innata. Nadie diría, en aquel momento, que atravesaba aguas turbulentas. Al contrario, ella era quien impartía ánimo ante mis achaques miasténicos, casi insignificantes comparados con los suyos.

Hace apenas horas me llegó la noticia de que Nelly ya no sonreirá más cuando nos encontremos. Ahora se ha trasladado a otra dimensión. Ya es aire, soplo feliz entre horizontes lejanos en los que la sigo imaginando con su sonrisa abierta. Confieso que una lágrima furtiva ha escapado estos días por mi mejilla pero rápidamente he recordado su ánimo, su alegría, su mirada y algo interno me ha llevado a sentirla cerca, a escuchar su voz como siempre fue, a saber que su paso junto a nosotros nos dejó impregnados de ganas de vivir y, por eso, la lágrima ha dejado paso a un dolor contenido pero convencido de que Nelly siempre estará rondando nuestro recuerdo y sonriendo desde ese lugar quizá soñado, quizá perdido, quizá inexistente, en el que nos reconforta imaginar a quienes significaron algo a nuestro alrededor.

Mi más sentido abrazo de condolencia a Antonio, compañero también de viejas aventuras maristas, a sus hijas y familia. Ellos, nosotros, todos, sabemos que Nelly permanecerá en ese escondite tierno, suave y lleno de cariño que atesoramos en el corazón. No dejes de sonreírnos, Nelly, por favor. Estés donde estés.

Tu amigo y compañero,
Pedro A. López Yera

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