No hace demasiado tiempo, en una de las reuniones de
afectados de Miastenia Gravis, entre confesiones, intercambios de experiencias,
apoyos mutuos y fraternales consejos nos sobresaltó un timbre. Alguien que nos
había conocido por las notas de prensa se acercaba a interesarse por la
enfermedad.
Nada más entrar reconocí a Nelly Portela. Compañera de
estudios y docente como yo, amén de profesora de mi hija Alba en su paso por el
“Virgen del Carmen”. Tras un sentido abrazo y algún que otro recuerdo cogido a
vuelapluma de aquellos viejos tiempos compartidos nos contó su peregrinaje por
pruebas, consultas y estudios médicos a la busca de un diagnóstico exacto de lo
que le sucedía. Ciertamente alguno de
sus síntomas podrían identificarse como miasténicos pero no parecía que
encajara del todo con “nuestro perfil”, por decirlo de algún modo.
Aun así, Nelly desprendía esa alegría de la que siempre hizo
gala, esa sonrisa amplia y amable con la que te ganaba en todas las distancias.
Nos despedimos con el compromiso de estar al tanto de su
diagnóstico y de acogerla en nuestra pequeña comunidad si se confirmaba lo que
solo era una posibilidad.
Pasó algún mes y un día fatídico nos confirmó que su
afección no tenía dos letras, MG, sino tres, ELA. Apenas si nos lo pudo
confirmar hablando sino que escribió esa sigla en una libretita que sacó del
bolso. Aun recuerdo que un nudo feroz embarcó mi garganta en aquel instante
mientras, a la vez, rebuscaba en mi dolorido vocabulario la expresión justa de
ánimo que no estoy seguro de haber conseguido encontrar ni expresar como Nelly
merecía.
Desde ese momento los próximos encuentros fueron fugaces
pero siempre marcados por su sonrisa, su ánimo y su empuje. Alguna vez
coincidimos incluso en una consulta médica para problemillas menores y ella,
Nelly, seguía adelante con su simpatía de siempre, con su mirada amplia y su
elegancia innata. Nadie diría, en aquel momento, que atravesaba aguas
turbulentas. Al contrario, ella era quien impartía ánimo ante mis achaques
miasténicos, casi insignificantes comparados con los suyos.
Hace apenas horas me llegó la noticia de que Nelly ya no
sonreirá más cuando nos encontremos. Ahora se ha trasladado a otra dimensión.
Ya es aire, soplo feliz entre horizontes lejanos en los que la sigo imaginando
con su sonrisa abierta. Confieso que una lágrima furtiva ha escapado estos días
por mi mejilla pero rápidamente he recordado su ánimo, su alegría, su mirada y
algo interno me ha llevado a sentirla cerca, a escuchar su voz como siempre fue,
a saber que su paso junto a nosotros nos dejó impregnados de ganas de vivir y,
por eso, la lágrima ha dejado paso a un dolor contenido pero convencido de que
Nelly siempre estará rondando nuestro recuerdo y sonriendo desde ese lugar
quizá soñado, quizá perdido, quizá inexistente, en el que nos reconforta
imaginar a quienes significaron algo a nuestro alrededor.
Mi más sentido abrazo de condolencia a Antonio, compañero
también de viejas aventuras maristas, a sus hijas y familia. Ellos, nosotros,
todos, sabemos que Nelly permanecerá en ese escondite tierno, suave y lleno de
cariño que atesoramos en el corazón. No dejes de sonreírnos, Nelly, por favor.
Estés donde estés.
Tu amigo y compañero,
Pedro A. López Yera
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