Los dioses, con minúscula o con
mayúscula, han sido históricamente elementos de discordia enfrentada. A poco
que echemos la mirada atrás nos encontraremos sangre derramada en nombre de los
cielos, los limbos o los infiernos.
Cuando los conceptos “bueno” y
“malo” se distorsionan hasta hacerlos coincidir con normativas
profético-divinas existe el peligro de que los unos atosiguen a los otros para
convertirlos, retorcer sus conciencias
o, sencillamente, anularlos. Cuánta intolerancia hemos vivido a lo largo
de los siglos, esgrimida en aras de la verdad única e indiscutible. Cuánto
fanatismo de moral distraída que solo observa la viga ajena pero no la paja en
el ojo propio.
La historia hubiera cambiado si
los fanatismos tuvieran solo una dimensión íntima, un esfuerzo denodado por ser
y vivir mejor cada uno según su idea de la divinidad o de su inexistencia. Esa lucha debería discurrir solo en el
terreno personal.
Sin embargo abundan las guerras
“de religión”, las campañas de catequización, los planes de conversión siempre
bajo la bandera de dioses supuestamente bondadosos. Las creencias nunca debieron sobrepasar el
ámbito íntimo y, si lo hacen, han de conjugar las libertades de los demás.
¿Cómo puede llamar a la rectitud una religión que proclama violencia? ¿Cómo
puede construirse el futuro común sobre la sangre derramada de los que opinan y
creen diferente?
Aun no se han apagado los
disparos de París ni se ha secado la sangre de los inocentes vertida en nombre
de la venganza. ¿Pueden ser sinónimos revancha, represalia, venganza, creencia
o religión?
Obviamente no. El fanatismo
integrista deshace cualquier mensaje de paz y concordia para transformarlo en
odio intolerante proclámenlo judíos, cristianos, musulmanes o cualquier otra
confesión. Seamos fanáticos, si así lo creemos oportuno, pero de puertas para
adentro. Encaminemos nuestra fuerza a vivir como nuestra conciencia, nuestro
dios, nuestra idea, nos indique pero dejemos que los demás disfruten su camino.
Y si es divergente con el nuestro, mejor que mejor. En lo heterogéneo siempre
está la semilla de lo distinto y ahí puede comenzar, sin duda, un futuro de
común entendimiento en lo diverso.
Fantástico artículo, amigo, plenamente de acuerdo contigo.
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