viernes, 16 de enero de 2015

Fanatismo íntimo.



Los dioses, con minúscula o con mayúscula, han sido históricamente elementos de discordia enfrentada. A poco que echemos la mirada atrás nos encontraremos sangre derramada en nombre de los cielos, los limbos o los infiernos.

Cuando los conceptos “bueno” y “malo” se distorsionan hasta hacerlos coincidir con normativas profético-divinas existe el peligro de que los unos atosiguen a los otros para convertirlos, retorcer sus conciencias  o, sencillamente, anularlos. Cuánta intolerancia hemos vivido a lo largo de los siglos, esgrimida en aras de la verdad única e indiscutible. Cuánto fanatismo de moral distraída que solo observa la viga ajena pero no la paja en el ojo propio.

La historia hubiera cambiado si los fanatismos tuvieran solo una dimensión íntima, un esfuerzo denodado por ser y vivir mejor cada uno según su idea de la divinidad o de su inexistencia.  Esa lucha debería discurrir solo en el terreno personal.

Sin embargo abundan las guerras “de religión”, las campañas de catequización, los planes de conversión siempre bajo la bandera de dioses supuestamente bondadosos.  Las creencias nunca debieron sobrepasar el ámbito íntimo y, si lo hacen, han de conjugar las libertades de los demás. ¿Cómo puede llamar a la rectitud una religión que proclama violencia? ¿Cómo puede construirse el futuro común sobre la sangre derramada de los que opinan y creen diferente?

Aun no se han apagado los disparos de París ni se ha secado la sangre de los inocentes vertida en nombre de la venganza. ¿Pueden ser sinónimos revancha, represalia, venganza, creencia o religión?

Obviamente no. El fanatismo integrista deshace cualquier mensaje de paz y concordia para transformarlo en odio intolerante proclámenlo judíos, cristianos, musulmanes o cualquier otra confesión. Seamos fanáticos, si así lo creemos oportuno, pero de puertas para adentro. Encaminemos nuestra fuerza a vivir como nuestra conciencia, nuestro dios, nuestra idea, nos indique pero dejemos que los demás disfruten su camino. Y si es divergente con el nuestro, mejor que mejor. En lo heterogéneo siempre está la semilla de lo distinto y ahí puede comenzar, sin duda, un futuro de común entendimiento en lo diverso.

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