Hay
ocasiones en que nuestro Jaén se parece bastante a un escenario
fílmico-literario. Como en aquella película antañona en la que los personajes
daban con sus huesos en un pueblo que solo aparecía cada cierto tiempo en un
neblinoso altozano, nuestra ciudad emerge sugerente entre ese océano verde
oliva que la abraza pero quienes la viven o la visitan pueden tener la
sensación de que algo abstruso les maneja.
Los
hechos que acaecen en esta tierra nuestra son casi comparables a ese pueblo o al
reino de Oz. Sí, nuestro horizonte es del mismo color que aquella “Ciudad
Esmeralda” a la que se dirigía Dorothy por el conocido camino de baldosas
amarillas. (Un trasunto de nuestro suelo olivarero).
Las
cosas se nos tuercen por dejadez, por desidia, por politiquerías o por
desinterés. Quizá nos han inundado Espantapájaros sin cerebro, Hombres de
Hojalata sin corazón o Leones sin coraje como en la película de Víctor Fleming
y necesitemos un Mago de más allá del Arco Iris para que nos impulse hacia el
futuro. Nuestras propuestas siempre quedan en el ámbito de lo mágico, de lo
intangible. Nuestra catedral no será Patrimonio mundial, nuestro tranvía no
desgastará raíles pero un lagarto de leyenda sí que consiguió ser algo
inmaterial para la Humanidad. Toca consolarse.
Ahora,
en ese mismo campo, se solicita que nuestros olivares sean declarados “Paisaje
Cultural Patrimonio de la Humanidad”. De nuevo estamos en un mundo de Oz, en un
poético mar de aceitunas radiantes, en un sueño que haga soñar a los demás. Ahí,
en esas ramas, prenderemos también
esperanzas y deseos que quizá nadie recolecte para exprimir el porvenir virgen
extra que nos merecemos.
Claro
que desear que un Mago nos resuelva la papeleta no parece sensato. Tendremos
que encontrar el cerebro, el corazón y el valor para trascender por encima de
lo inmaterial, de lo literario, de lo poético-paisajístico y hacer ondear
banderas de realidad, de esfuerzo compartido, de manos dispuestas a lo que la
ciudad necesita. Quizá antes de ser Patrimonio de la Humanidad necesitemos ser
y sentirnos patrimonio de nosotros mismos. Y, a partir de ahí, seguir luchando.
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