jueves, 24 de octubre de 2024

Leer para entender (En defensa de los libros de texto)

 ¿Qué opinas sobre los libros de texto? ¿Crees que deben abandonarse en aras de la digitalización de la enseñanza? O tal vez, crees que son un instrumento imprescindible?

Por esas disyuntivas iba ayer, 24 de octubre, mi columna de Opinión en DIARIO JAÉN.
Os la dejo:
Leer para entender


Hubo un tiempo en que entrar a un aula conllevaba aspirar un dulzón aroma a libro, a lápiz, a goma MILÁN, a cuaderno recién estrenado. Olía también “a niño” entendido como esa unión entre colonia fresca rociada por la madre minutos antes de salir de casa, sudorcillo tras la “gimnasia” o algarabía de hormonas preadolescentes. Pero el perfume que mantengo en mi pituitaria de maestro añorante es el del libro impreso.

Últimamente los libros de texto han atravesado una época de denostación y desarraigo en aras de modernas tabletas, pantallas y hasta móviles. Todo digital, todo en proyectos investigativos, cooperativos o similares.  Este camino basado en la imagen carece de algo tan necesario como poder “tocar” el libro, algo que parece no tener importancia pero que, a juicio estudiosos del tema y muchos docentes, es realmente necesario.

A este respecto me llega la reseña del Libro “Apología del libro de texto” editado por Narcea. Lógicamente mis viejas neuronas “enseñantes” se han puesto a devorar las propuestas de su autor, Nuno Crato, nombre con reminiscencias de peplum clásico, y que ha sido ministro de Educación en la vecina Portugal. Revisando su currículo observo, con verdadero placer, que los resultados de la educación en su país ascendieron y mejoraron muy sensiblemente con sus planes de exigencia en materias básicas como Lengua y Matemáticas, algo que, confieso, he echado de menos en nuestro sistema en multitud de ocasiones y que he planteado en reuniones y artículos al respecto.

Para Crato, y cito textualmente, “hay que mantener los manuales escolares en papel porque son la plasmación de un plan de estudios con una exposición articulada, organizada y secuencial de los temas que sirve de hoja de ruta jerarquizada y objetiva para los profesores, para los alumnos e incluso para los padres” y continúa diciendo “los libros de texto son la introducción al mundo de la lectura inteligente, porque no solo se leen, sino que se leen para entender”.

Critica también el autor, y suscribo sus apreciaciones, el afán por incidir en que los alumnos son los que deben construir su propio aprendizaje y, por tanto, o consecuentemente, “eludir” los saberes básicos establecidos. Por otro lado, la tendencia que lleva a que los maestros produzcan los materiales educativos en el aula le parece, si se lleva al extremo, un modo de detraer la atención que la labor que debería prevalecer: la transmisión de conocimientos, actitudes y valores que impulsen al alumnado realmente en su crecimiento personal, intelectual y social.

El uso de pantallas y material digital ha de ser, en todo caso, complementario y puntual para fortalecer e implementar determinados aspectos del proceso educativo, pero no el foco principal, asegura Crato, en su disertación.

Otro problema añadido es la manipulación, por llamarlo de algún modo, que se produce en ciertos textos debido a implicaciones ideológicas o políticas no solo en cuanto a contenidos sino también a procesos y aplicaciones al aula. En Portugal, a este respecto, se aprobaron leyes que hacían más rigurosos los procesos de aprobación de libros de texto para evitarlo incluyendo evaluaciones periódicas. Quizá podríamos tomar nota y, en especial, recuperar la buena idea de usar los libros de texto como instrumento básico de la enseñanza.

 

domingo, 20 de octubre de 2024

Abducidos por Vandelvira


 Nuestro amigo Andrés, Andrés de Vandelvira, nos deja esta carta que he escrito bajo su influencia. En Diario JAÉN, ayer domingo, pudisteis disfrutarla. Hoy os la dejo para que sus palabras tengan todavía más eco y que su obra se difunda una y mil veces.

Abducidos por Vandelvira.
(Una “carta” de Andrés de Vandelvira cuando están a punto de cumplirse 450 años de su muerte)
Reconozco, amigos y amigas, que llevaba mucho tiempo sin dedicar una mirada a vuestros esfuerzos por seguir “levantando” mi obra por esas tierras de Jaén en las que tanto trabajé y disfruté. Hoy, empujado por esa molicie celestial a la que no logro acostumbrarme, he dedicado un buen rato, que no sabría calibrar con vuestra medida del tiempo, a dar un garbeo - ¿se sigue diciendo así? – entre esos paneles que paseáis allende templos, salas de exposiciones, sacristías o habitáculos dados a lo que ahora llamáis “cultura”.
Os reconozco que cada vez que me paseo por esos dibujos tan definitorios de mis trabajos me quedo extasiado e, incluso, a veces me parece que no fui yo quien construyó esas iglesias, esos puentes, esos palacios. En esos momentos en que “salgo” de mi propio espíritu para ver desde el otro lado todo aquello que construí, diseñé e impulsé, me vuelvo a ver paseando entre mis pupilos y el polvo de la piedra cortada me inunda de nuevo provocándome una nostalgia infinita. Nunca podré agradecer a Juan Eduardo -personaje cuyo nombre me recuerda a algún noble que conocí- el que se haya fijado en mis diseños para elaborar este glorioso pasaporte a la inmortalidad de mis obras. Si, para la inmortalidad, ya que nadie que haya disfrutado de estas visiones dibujadas podrá olvidar ya nunca mi nombre y mi empeño en levantar templos y torres hacia el cielo de Nuestro Señor.
Precisamente en ese evanescente momento en que no sé si soy yo mismo me asalta la imagen de alguien que me representó no ha muchos meses. Pocas veces en la historia he tenido el honor de ser el modelo para algún desfile, película o documental. Veis que ya tengo cierto dominio con vuestras tecnologías. Desde aquí arriba nos asombra mucho ese dominio que tenéis de las imágenes y si la comparamos con nuestra forma de plasmar los diseños, pues se nos cae el alma a los pies, nunca mejor dicho lo de alma, aunque pies, lo que se dice pies, hace ya siglos que no necesito usarlos como bien sabéis. Pero no quiero distraerme. Decía que no hace demasiado tiempo alguien tuvo a bien “ser yo” ante vosotros. Y reconozco que lo hizo tan adecuadamente que tuve que llamar a mi vera a algunos conocidos que por aquí arriba pululan para que no se perdieran el momento en que “volví a la vida” por unos minutos. Creo recordar que el nombre de tal artista era Eduardo Duro. Vuelve a aparecer ese nombre, Eduardo, que, tal parece estaba destinado a formar parte de la historia con la que me conocéis y, espero, me seguirán conociendo los que han de venir. Alguien dijo que “Nunca hubo un Vandelvira como Eduardo Duro” Y, “válgame el cielo” que así es.
Otro detalle que no me deja respirar -si es que mis pulmones necesitaran aire todavía- es el de esa abducción que llevé a cabo con la aquiescencia de Nuestro Señor, a quien no penséis que le gustan mucho estas historias “sobrenaturales” como diríais vosotros, y que me permitió hilvanar mis ideas, sentimientos, deseos y anhelos en ese grupo que lleva mi nombre y a cuyos miembros, Jesus, Paco y Pedro, me permití sondear y plantar en sus mentes lo que ellos han dado en llamar “sueños”. Sé que piensan que tras arduas horas de trabajo han pergeñado esos maravillosos textos que acompañan a los dibujos, pero no, he sido yo mismo, Andrés de Vandelvira, quien ha guiado sus plumas, que ahora son como teclas con letras, para que mi voz se siga escuchando allende los siglos. También guie la mano de Juan Carlos, ese genio que ha dado forma al todo que me representa, al color, la textura, el diseño, las letras, -tipografía lo llamáis- que os retrotraen a mi tiempo. Todo unido, ensamblado, adherido al recuerdo y lanzado hacia un futuro en el que nunca pensé estar presente.
Sé que todos ellos no paran en su labor de agitar mi memoria. Me llevan y me traen por esos caminos por los que en muchas ocasiones circulé cargado de planos y proyectos. Me presentan a un público que espera ansioso descubrirme y saber cómo se gestaron esas obras de las que aun hoy día -ya he perdido la cuenta del siglo en el que estáis- están presentes en sus vidas.
El año próximo de vuestro calendario, me dicen por aquí, se cumplen 450 años de mi partida hasta este palco desde el que os diviso complacido. Y sé que no pasará desapercibida esa efeméride para vosotros, amigos, que lleváis mi nombre por bandera. Os lo agradezco una vez más y me pongo a vuestra disposición, aunque no os daréis cuenta de que hurgo en vuestras cabezas con la buena intención de colaborar en esos empeños que os fijáis como meta.
Es tiempo de que vuelva a mi eterno descanso, pero habéis de saber que se me hace un poco tedioso y solo el saber de vuestras andanzas, que en realidad son las mías, es lo que me mantiene alerta y ojo avizor.
No desfallezcáis, por favor. Aquí me tenéis para lo que menester fuese. Palabra de Vandelvira.

Prohibido repetir




 En alguna ocasión alguien me planteó que siempre había vivido “en un aula”. Primero como alumno

en todas las etapas educativas que, incluso, fueron cambiando de nombre y de extensión a lo largo

del tiempo. Luego, sin apenas intervalo, como docente. Mi universo siempre ha estado ligado

íntimamente a la enseñanza, a esos chavales a los que siempre he llamado “mis niños”.

Desde dentro, la visión que se podría tener de la educación, la que tengo realmente, es que

progresivamente se han ido disminuyendo los niveles de exigencia, de conocimiento, y ello ha

incidido de forma notable -para mal- en los rendimientos. Sin embargo, para camuflar esa bajada

exponencial se ha ideado un peculiar sistema consistente en despistar con las calificaciones o,

incluso, prescindir de ellas. Se diría que ciertas prácticas escolares que incluyen los libros de texto, los

deberes, el esfuerzo personal y todo aquello que tiene connotaciones más o menos “arcaicas” para la

pléyade de psicopedagogos, terapeutas, psicólogos y otros oficios adheridos a la marcha escolar de

los niños y niñas, se han desterrado de la escuela.

Todo ha pasado a ser vivencial, competencial, etéreo, intangible, áureo y… virtual. Pero ¿es esta

visión la panacea universal? Cada vez más se están levantando voces que abogan por un cambio en

estos planteamientos. Gregorio Luri, a quien le encanta que le llamen “Maestro de Escuela” y gran

referente entre los estudiosos de la educación en nuestro país acaba de publicar “Prohibido repetir”

con un subtítulo que, como compañero de aulas, no tengo por menos que aplaudir: Una propuesta

apasionada para salvar la escuela.

¿Necesita nuestra escuela ser salvada? Mi respuesta es sí. Como afirma, la docencia es cada vez una

profesión menos atractiva. Los estudiantes se han convertido en consumidores y los profesores en

proveedores de servicios que pretenden lograr el bienestar de los estudiantes a expensas del éxito

académico, cuando debería ser al revés.

Luri, docente en todas las etapas educativas, escritor reconocido y columnista sobre educación y

filosofía, nos plantea que, a pesar de toda la parafernalia con que adornamos nuestras aulas, no

sabemos garantizar la calidad del sistema. El título de su obra hace referencia a que la palabra

“repetición” nos transmite rauda y velozmente supuestos daños emocionales en el repetidor,

ignorando y cito textualmente, “los perjuicios a los que se condena de por vida a aquellos que

finalizan su enseñanza obligatoria con dificultades severas a la hora de comprender un texto

mínimamente complejo”. A ellos y a la sociedad, añado.

La educación necesita creer y confiar en ella misma por encima de planteamientos que la disfrazan y

distorsionan en busca de meros engaños al alumno, al profesor y a la sociedad. Y con ello solo se

consigue un peligroso status de ciudadano muy tecnológico dado a la virtualidad, pero carente de

base que le hagan crecer realmente como persona con capacidades críticas sin posibilidad de caer en

burdas manipulaciones que, con poco escarbar, podemos encontrar en las propuestas deslumbrantes

que no necesitan estudio, ni esfuerzo, ni nada que se le parezca. La vida real que está más allá del

sistema educativo no es ese entramado de postulados psicopedagógicos de vanguardia que se han

apropiado de la educación.


Puvlicado en DIARIO JAÉN el 19 de octubre de 2024

domingo, 13 de octubre de 2024

El ocaso de un cine olvidado.

  

El tiempo ajado, el cine muerto, la butaca llora. La neblina no es sino polvo aplastado en la vorágine del olvido. El aquelarre mezcla maderas con raídos terciopelos, crujidos con voces antaño modeladas, sombras con luces proyectadas. Cada soplo inclemente fugado desde un techo inexistente ya no suena a lamento. Nadie puede escucharlo. Vemos “el cuerpo herido” en mitad del campo de batalla, pero ya sin posibilidad de volver a la vida ni recuperarse del zarpazo del amnésico abandono.

La ingrata indiferencia pasea triunfante entre las butacas sin que nadie remedie su triunfo.
Una lágrima me recuerda que la realidad es cruel. Y más aún el olvido.

Luna

 



Luna, amiga, agradezco ese rayo que me envías cada noche y que va guiando mi mano en estas cuartillas preñadas, aunque ellas no lo saben, de versos que solo bajo tu influencia van apareciendo, brotando de una nada de la que tanto sabemos tú y yo. Luna, contigo la noche es más plácida y tiene esa iridiscencia que me hace sentirme una contigo. Es tu luz, prestada pero bien interiorizada, la que me hace abrir los ojos y sentir que las palabras nacen sin esfuerzo, cálidas, burbujeantes, bailando con tu huella en la noche. Tras el crepúsculo espero ansiosa todos los días tu guiño allende mis cristales. Te veo, te hablo, te escucho. El rumor de tu audaz movimiento por las sendas celestes, lejos de distraer mi búsqueda del verso, me impulsa con su ritmo, con su peculiar latido astral hasta hacer que mi mano plasme ese universo que me ofreces. Luna, ¿qué haría yo sin ti?

Dedicado a todas mis amigas “dadas” al bello arte de la escritura, sacerdotisas del verso, vestales aupadas al Olimpo de la poesía: Mari Angeles Solis, Lola Fontecha, Teresa Viedma, Rosario Sabariego, Isabel Rezmo, Rocío Biedma... y tantas otras.

viernes, 11 de octubre de 2024

Páginas vs. pantallas

 


Mi columna de Opinión en 


DIARIO JAÉN. Viernes 11 de octubre. 2024. ¡¡ Siempre con la lectura!!

Páginas vs. Pantallas.

Pedro A. López Yera

Sí, lo sabíamos. Tantos años de compartir aula con chicos y chicas nos ha permitido a los docentes, como en otros aspectos a las familias, desarrollar un especial sentido respecto a la lectura.

En estos momentos en los que la inmediatez del mensaje, de la noticia, de las redes predispuestas a olvidar medio segundo después lo que se ha leído, satisface encontrar estudios que aclaran que “los alumnos y alumnas que “consumen” libros, obras, de más de cien páginas llevan mucha ventaja en cuando a comprensión lectora”. En esta sociedad actual es necesario recordarlo.

Esa ventaja a la que aludíamos antes llega a ser equivalente a todo un curso académico. Si se manejan, leen, textos complejos se comprenden mejor los textos lineales. Y, no solo eso, se adquieren claves con las que extraer de forma más adecuada, válida y exitosa informaciones para las que se necesite combinar fuentes múltiples, incluso contradictorias. Pensemos en la dificultad de enfrentarse a cualquier dato relevante extraído de internet. La discrepancia entre lo buscado será directamente proporcional al número de fuentes consultadas. Y he ahí la necesidad de esa “Lectura” que abrirá las claves del propio conocimiento y, por tanto, de la construcción de un ciudadano crítico, conciliador y escudriñador entre realidades, hechos, y opiniones siempre interesadas.

¿Podemos conseguir los docentes en solitario despertar o, al menos, impulsar y favorecer ese afán lector? Obviamente, no. Las evidencias implican a las familias y al ambiente en que cada chaval de desarrolla. Hay estudios que indican que más del 20% de las habilidades lectoras y, por tanto, del “disfrute” lector provienen de factores medioambientales que engloban a su círculo familiar. Nunca nos cansaremos de proclamar a los cuatro vientos que ver leer a un padre, a una madre, a un hermano mayor, es, junto con el disponer en el hogar de un cierto número de libros o, en su defecto, promover el acceso a bibliotecas cercanas, es una de las mayores y mejores acciones con que “educar” a ese niño o niña que, tal vez, navega con más intensidad por pantallas que por páginas.

Leer no puede ser efecto de la obligación escolar, al menos no en toda su extensión. Sobre esa sugerencia lectora del aula ha de sobrevolar el propio interés y no solo en obras, digamos, literarias. Novelas, cuentos, libros divulgativos adecuados a la edad y, por supuesto, comics son escalones que, poco a poco, harán subir la propia personalidad y formar niveles de superación que influirán después, incluso, en la vida profesional.

Si los niños son pequeños hay una actividad ideal que nos acompaña desde el inicio de los tiempos: leerles en voz alta, dramatizar en pequeña escala lo que les estamos contando, hacerles participar con preguntas sobre tal o cual personaje si ya tienen suficiente edad, jugar después a pensar qué podría haber pasado si cambiara un detalle del cuento, etc. Y ahí son los padres y madres, las familias, quienes tienen que tomar conciencia de ser los capitanes del barco lector en el que navegarán sus niños posteriormente.

Hay más protagonistas que pueden formar parte de la historia: abuelos, primos, hermanos, amigos, todos pueden ir remando hacia el hábito lector y hacer paradas en la propia biblioteca de casa, en la del colegio, en la municipal y también en las librerías. Cuando el niño nos acompaña y nos ve ojear y hojear libros, aspirar ese aroma que desprende el papel, observar portadas, lomos, colores, anuncios de nuevas ediciones, sentirá que ese mundo al que sus padres pertenecen es también el suyo. No será necesario que leer se convierta en una tarea escolar gravosa, obligada y dura. Al contrario, fluirá lenta pero incansablemente su espíritu lector. Podemos, incluso, dejar que ellos elijan sus propios libros al principio, indicándoles muy suavemente alguna pista que no les obligue, sino que les haga decidir por sí mismos. Llegarán, sin duda, a su propio criterio lector personal. Leer es un excelente pasaporte hacia el futuro.

Olor a verso.


 ¿A qué huele el recuerdo? ¿Cuál es el perfume del poema? Las páginas del verso disponen de su propia fragancia, la de la poesía y la de ese tacto devenido en flor que alguien dejó apresada entre el verbo untuoso de Federico.

Entre Walt Whitman, la América junto al Hudson y el Son de los negros en Cuba están los pétalos del tiempo, fundidos en la huida de la orilla del cieno, como diría Lorca, camino de la bacanal de la naturaleza muerta que sobrevive siempre al soplo de la pluma del poeta.
Las flores son también versos. Ellas lo saben y se dejan acariciar por el calendario que las deja exhaustas con el solo aire que circula entre poemas escritos con la tinta transida que Federico exprime.
Y nosotros, los lectores, los que olfateamos flores, versos y poemas, quizá también lo seamos. Como me gusta siempre recordar, ya lo dijo Gil de Biedma: Pensé que quería ser poeta, pero en realidad lo que añoraba era ser poema…
Pues eso.

jueves, 10 de octubre de 2024

Un día nuevo. Un día más...

 

Sentir la hierba bajo tus pies, acariciarla con la mano, oler su frescura por primera vez es esa experiencia que deja los sentidos asombrados, los ojos muy abiertos, la pituitaria ansiosa de seguir descubriendo, la piel casi erizada no ya por la brisa sino por la nueva sensación del aire transparente, libre, que inunda los pulmones abriéndolos de una nueva forma, remodelándolos tras el tránsito de la ciudad.

Levantar la cabeza y descubrir que el horizonte es distinto a cada lado, mirar y no dejar de ver, escuchar el sonido de la naturaleza, sentirse libre casi por primera vez como ese aire, esa envoltura, nos regresara al plácido estado amniótico del que tanto nos costó “desaprender” para lanzarnos a la aventura de la vida.
Mancharse las manos de verde, olerlas, identificarlas como nuestras, agitarlas para mover la brisa… un día para no olvidar, para dejarlo incrustado entre las primeras neuronas despiertas que, poco a poco, despiertan a las demás para provocar ese aquelarre de autoafirmación, de sentirse una persona nueva aun sin saber identificar el concepto, pero sabiendo que avanzamos y que nada nos podrá detener.
Un día nuevo. Un día más.

miércoles, 9 de octubre de 2024

¡Canta, FLORENCE, canta!

 Mi pequeña crónica del estreno de FLORENCE FOSTER, LA PEOR CANTANTE DE ÓPERA DEL MUNDO, en Salala Paca. Con Amada Santos y Oliver Gil. (Publicado en DIARIO JAÉN el 8 de octubre de 2024)


¡Canta, Florence, Canta!

Pedro A. López Yera

 

Florence Foster Jenkins se ha reencarnado en nuestro Jaén y lo ha hecho en el magnífico trabajo actoral, de dramaturgia y de dirección de Amada Santos. Aquella ricachona neoyorkina de las primeras décadas del siglo pasado está, por mérito propio, en la historia del bel canto. Pero no por su precisión con las notas, su alto voltaje en cuanto a la interpretación ni su toque especial en cuanto a la recreación de las grandes obras del género. No. Se encuentra en esa “cumbre” solo por desafinar y transformarse en una especie de clown al que el público acudía con la carcajada dispuesta, la burla encarnizada y el desprecio cruel.

Ella, quizá enferma, quizá mal aconsejada, quizá autoconvencida de sus cualidades operísticas, escuchaba, no cabe duda, su voz de distinta manera a la que la percibían quienes la observaban desde el patio de butacas o en los discos que, sorpresivamente, llegó a grabar. Se dice que fue la sífilis contagiada por un marido “a la huida” o, ya jocosamente, por el accidente de taxi que se menciona en la obra, pero de una u otra forma Florence se autoconsideraba una cantante de exquisita categoría. Tampoco la relación con su padre parecía ayudar y ese es otro de los aspectos clave para entender que ella quisiera triunfar y plantarse frente a él con una carrera artística de renombre.

El renombre lo consiguió, sin duda. Pero el precio que pagó fue muy alto. Ese último concierto en el neoyorkino Carnegie Hall, horas que recoge la adaptación que se presentó en la Salala Paca, fue el detonante final. Las críticas demoledoras la hundieron de tal forma que ya nunca se recuperó.

No obstante, como bien subraya Amanda Santos en su libreto, el éxito tiene unas líneas muy evanescentes y más todavía si lo incardinamos con la propia felicidad. Oliver Gil, magistral también en su papel de Cosme McMoon, el pianista que trata de centrar a Florence en algunos momentos, se lo hace ver: ¿Has sido feliz cantando? Y sí, ella lo fue mientras duró su ilusión, su creencia en lo maravilloso, su ingenua visión de un mundo que no era tal y como ella lo percibía.

El montaje merece que mencionemos la música de Sitoh Ortega, el espacio escénico de Nati Kabuki y, como no, el vestuario de Lorena Calada que recrea con mimo el esperpéntico look con el que Florence gustaba de “pavonearse” en sus actuaciones.  Y en ese espacio que, por momentos pasa a ser el grandioso escenario del New York de 1944 y en otros una especie de camerino expandido más allá de lo físico para dejarnos entrar en el alma de Florence, y de Cosme, en ese recoleto rectángulo tras el telón rojo de Salala Paca, somos los espectadores los que reímos, pero también empatizamos con alguien que fue capaz de sobreponerse a todas las zancadillas, ajenas y personales, para cumplir un sueño.  Al final devino en pesadilla, pero mientras duró la hizo rozar la felicidad con las manos ya que no con sus agudos.

Cuando Oliver Gil, un impecable Cosme, nos invita a regar con claveles rojos a una exultante Amada Santos/Florence es realmente el ímpetu de empujarla en su ambición de triunfar lo que nos hizo lanzarle esas flores que, por otra parte, dan título a los “Clavelitos” que tanto le gustaba cantar en sus conciertos. Unas “performances” que siempre se desarrollaban en ambientes íntimos como los encuentros con sus “elegidos” en el Ritz-Carlton. Quizá la Florence de 76 años necesitaba el último empujón para la gloria y en el Carnegie lo encontró, aunque no como a ella le hubiese gustado.

Hasta esta nueva “encarnación” y salvo el exhaustivo documental que podemos ver en Netflix, la figura de Florence se nos aparecía con el rostro y gestualidad de Meryl Strepp acompañada por Hugh Grant en la gran -y pequeña- pantalla dirigidos por Stephen Frears pero ahora pasan a ser Amada y Oliver los rostros con que asociaremos esta historia de superación o de autoestima más allá de la realidad.

Esas alas con las que Florence gustaba de presentarse ante su público, amén de los constantes cambios de fastuosos y deslumbrantes vestuarios, son, quizá, la metáfora de su propia vida. Llegó a lo que siempre deseó a una edad, 41 años, habiendo dejado atrás una juventud en la que luchó por levantar la cabeza, la garganta y la música. Y voló libre por encima de los convencionalismos, de la realidad incluso. Desgraciadamente, como el viejo aforismo, más dura fue la caída. La lucha, no conseguida, de Oliver/Cosme por evitar que “la estrella” pudiera darse cuenta de las críticas demoledoras que cerraron su actuación dio ese giro de tuerca a una historia abocada no ya al fracaso sino al enfrentamiento cara a cara con lo que el público veía y escuchaba y la toma de conciencia de que no coincidía en absoluto con lo que supuestamente Florence les ofrecía.

En la obra, en un último esbozo final. Amada/Florence ironiza… “El médico de la sífilis me dijo que había quedado tocaba un poco del oído” Y ahí nos quedamos con la sonrisa congelada y ese pellizquito que nos sobrecoge viendo que el humor puede conseguir dar la vuelta a las circunstancias adversas. Florence podía tener mal el oído, el sentido de la afinación, incluso un poco desajustado algún “tornillito” allende las neuronas cantantes, pero de lo que sí disponía era de una tremenda fuerza de voluntad y de superación. Ella cantaba seriamente y el público respondía con carcajadas. -Son gente enviada por mis rivales, decía, gente sin sentido musical. Y seguía lanzando sus gorgoritos iracundos y desafinados, esos que para ella eran sonidos celestiales. Un cielo al que llegó unos meses después de aquel aciago día en el Carnegie Hall, quizá a lomos de sus inefables alas de plumas.

Florence/Amada y Cosme/Oliver acaban la obra abrazados bajo una luz de Luna que brilla entre las gasas que fueron telón, vestido, sueños…

La realidad asumida o no, siempre nos alcanza. Cae el telón, pero hay un aria que parece sonar en mitad de los aplausos… Seguro que proviene de su disco. Una grabación con un título que nos aturde sabiendo que es ella quien canta: “The Glory of the Human Voice”. Desde luego si no te das mérito y te publicitas tú misma, ¿quién va a hacerlo mejor?

 

 

 

martes, 8 de octubre de 2024

El teatro cercano. Las salas pequeñas.

Si algo distingue a las "salas pequeñas", las de los circuitos "off", las salas "B" de las oficiales, las grandes, las "de siempre" es la cercanía con los actores. Prácticamente les oyes respirar, puedes ver sus gestos, su sudor, el movimiento de sus manos, acaso distinguir algún detalle del vestuario o del atrezzo que se escaparía de otro modo.

Muchas veces he comentado en este "territorio virtual" nuestras escapadas a Madrid a disfrutar del teatro en vena. Y uno de nuestros destinos suelen ser los escenarios recoletos. Por citar algunos, la sala Lola Membrives del Lara, la Margarita Xirgu del Teatro Español, la Cuarta Pared, el Estudio 2 de Manuel Galiana, el Teatro del Barrio, la Sanpol, las salas de los Luchana o la Sala de la Princesa del María Guerrero por no hacer una lista demasiado prolija. Ahora, en la efervescente zona de nuestro Bulevar jaenero tenemos algo muy similar con el añadido de la historia que ha llevado hasta aquí a la Salala Paca. Si, el "Teatro del Bulevar". Ahí podemos sentir todo lo que conlleva extender la mano y la mirada y darse de bruces con la actriz, con el actor, con el foco que los acompaña, con el sonido de sus pasos sobre el escenario...
Ahí está el encanto del teatro que parece realizado para el espectador que lo disfruta pero como si todo fuera única y exclusivamente para él, para ella.
Compañías pequeñas, de la tierra o del universo teatral, se dan cita tras el telón rojo -como debe ser- y nos dejan atisbar sus almas mientras dan vida a mil y un personajes que nos van "pillando" en cada una de sus actuaciones.
El mural de la fachada ya da una pista. O muchas.
Gracias a Carmen Gámez y a Tomás Afán por dejarnos formar parte de lo que significa, de verdad, el teatro.
Seguiremos.

¡Ay, mis ovejitas!



Ay, ovejitas, ovejitas. Qué haría yo sin vosotras. Aquí, cada mañana, cada tarde, escuchando vuestras cosas, acariciándoos, sintiendo vuestro calor en mitad del páramo. Ovejitas, ovejitas, Hoy empieza un nuevo día y lo vamos a disfrutar juntos. ¿Qué queréis que hagamos? Me veo reflejado en vuestros ojillos tiernos y siento que estoy vivo, que la naturaleza me acoge, que la brisa matutina me despierta el alma, que soy capaz de interpretar vuestros balidos, que vuestros corazones y el mío laten a la vez. Ya veis, si es que soy un sentimental...

lunes, 7 de octubre de 2024

No sé si volveré...

 



Escucho las detonaciones que siguen cayendo a mi alrededor. No puedo ver nada. Los rehenes llevamos los ojos vendados, pero no los oídos. Ni la conciencia.
Me pregunto, mientras me conducen no sé a dónde, qué hago aquí en realidad. ¿Qué méritos he demostrado para estar en pleno campo de batalla? ¿Solo ser joven? ¿Qué es lo que supuestamente estoy defendiendo? La tierra que piso no es la mía. El sol ensombrecido por el polvo y la destrucción creo que tampoco. ¿Qué me queda? No sé imaginar mi propio futuro. Hace apenas meses tenía sueños, deseos, ambiciones… Hoy no recuerdo casi cuáles eran. Todo huele a muerte, a desesperación, a dolor. Escucho gritos de niños, de sus madres, de compañeros heridos. Mis tímpanos vibran al ritmo de misiles y bombas incendiarias. Mi piel se eriza con el calor abrasador de la explosión. Mis pasos, tambaleantes, ya ni siquiera me pertenecen. Alguien me empuja. Creo que estamos subiendo a un camión. No comprendo el idioma en el que me hablan, aunque puedo imaginar lo que dicen. No sé si volveré a ser quien fui. No sé…si volveré.

@Pedro Ayera

Mimetizada con la puerta del corral. Mimetizada con la vida...

 


Acaso no podáis distinguirme. Estoy en la puerta del corral de mi casa. Mil veces han salido por aquí mi marido y mis hijos con las bestias para irse al campo. Ahora, ya, mi Eufrasio descansa en paz en el cementerio en un nicho que voy a arreglar todas las semanas. Y mis hijos se fueron. El Paco se lio con la Romualda, la del trapero, y se escaparon hace ya un par de años. Ni una carta me ha mandado el muy desagradecido. El Eufrasio, el mayor, que por eso le puso su nombre el padre, se casó aquí en la casería de los Romerales, con la hija del patrón, Quica, y se marcharon de mayorales a la finca que la familia de ella tiene en no sé qué pueblo de la provincia de Toledo. Ya la memoria me falla y no me acuerdo.

Muchas tardes me quedo aquí, quieta, en la puerta del corral y pongo atención para ver si los escucho preparar los arreos de las bestias. Pero no los oigo. No están. Solo quedo yo. Y no sé si duraré mucho. En ocasiones me apoyo en el portón y cruzo las manos imaginándome que ya me llevan en la caja para el cementerio. Tengo apalabrado que me metan con mi Eufrasio y así seguiremos juntos ya para siempre.
Me llamo Hermenegilda, pero todos me dicen Gildilla, la del Eufrasio. Y sigo aquí, en mi portón. Esperando que el Señor me lleve. Hoy parece que va a llover…
@ Pedro Ayera