miércoles, 9 de octubre de 2024

¡Canta, FLORENCE, canta!

 Mi pequeña crónica del estreno de FLORENCE FOSTER, LA PEOR CANTANTE DE ÓPERA DEL MUNDO, en Salala Paca. Con Amada Santos y Oliver Gil. (Publicado en DIARIO JAÉN el 8 de octubre de 2024)


¡Canta, Florence, Canta!

Pedro A. López Yera

 

Florence Foster Jenkins se ha reencarnado en nuestro Jaén y lo ha hecho en el magnífico trabajo actoral, de dramaturgia y de dirección de Amada Santos. Aquella ricachona neoyorkina de las primeras décadas del siglo pasado está, por mérito propio, en la historia del bel canto. Pero no por su precisión con las notas, su alto voltaje en cuanto a la interpretación ni su toque especial en cuanto a la recreación de las grandes obras del género. No. Se encuentra en esa “cumbre” solo por desafinar y transformarse en una especie de clown al que el público acudía con la carcajada dispuesta, la burla encarnizada y el desprecio cruel.

Ella, quizá enferma, quizá mal aconsejada, quizá autoconvencida de sus cualidades operísticas, escuchaba, no cabe duda, su voz de distinta manera a la que la percibían quienes la observaban desde el patio de butacas o en los discos que, sorpresivamente, llegó a grabar. Se dice que fue la sífilis contagiada por un marido “a la huida” o, ya jocosamente, por el accidente de taxi que se menciona en la obra, pero de una u otra forma Florence se autoconsideraba una cantante de exquisita categoría. Tampoco la relación con su padre parecía ayudar y ese es otro de los aspectos clave para entender que ella quisiera triunfar y plantarse frente a él con una carrera artística de renombre.

El renombre lo consiguió, sin duda. Pero el precio que pagó fue muy alto. Ese último concierto en el neoyorkino Carnegie Hall, horas que recoge la adaptación que se presentó en la Salala Paca, fue el detonante final. Las críticas demoledoras la hundieron de tal forma que ya nunca se recuperó.

No obstante, como bien subraya Amanda Santos en su libreto, el éxito tiene unas líneas muy evanescentes y más todavía si lo incardinamos con la propia felicidad. Oliver Gil, magistral también en su papel de Cosme McMoon, el pianista que trata de centrar a Florence en algunos momentos, se lo hace ver: ¿Has sido feliz cantando? Y sí, ella lo fue mientras duró su ilusión, su creencia en lo maravilloso, su ingenua visión de un mundo que no era tal y como ella lo percibía.

El montaje merece que mencionemos la música de Sitoh Ortega, el espacio escénico de Nati Kabuki y, como no, el vestuario de Lorena Calada que recrea con mimo el esperpéntico look con el que Florence gustaba de “pavonearse” en sus actuaciones.  Y en ese espacio que, por momentos pasa a ser el grandioso escenario del New York de 1944 y en otros una especie de camerino expandido más allá de lo físico para dejarnos entrar en el alma de Florence, y de Cosme, en ese recoleto rectángulo tras el telón rojo de Salala Paca, somos los espectadores los que reímos, pero también empatizamos con alguien que fue capaz de sobreponerse a todas las zancadillas, ajenas y personales, para cumplir un sueño.  Al final devino en pesadilla, pero mientras duró la hizo rozar la felicidad con las manos ya que no con sus agudos.

Cuando Oliver Gil, un impecable Cosme, nos invita a regar con claveles rojos a una exultante Amada Santos/Florence es realmente el ímpetu de empujarla en su ambición de triunfar lo que nos hizo lanzarle esas flores que, por otra parte, dan título a los “Clavelitos” que tanto le gustaba cantar en sus conciertos. Unas “performances” que siempre se desarrollaban en ambientes íntimos como los encuentros con sus “elegidos” en el Ritz-Carlton. Quizá la Florence de 76 años necesitaba el último empujón para la gloria y en el Carnegie lo encontró, aunque no como a ella le hubiese gustado.

Hasta esta nueva “encarnación” y salvo el exhaustivo documental que podemos ver en Netflix, la figura de Florence se nos aparecía con el rostro y gestualidad de Meryl Strepp acompañada por Hugh Grant en la gran -y pequeña- pantalla dirigidos por Stephen Frears pero ahora pasan a ser Amada y Oliver los rostros con que asociaremos esta historia de superación o de autoestima más allá de la realidad.

Esas alas con las que Florence gustaba de presentarse ante su público, amén de los constantes cambios de fastuosos y deslumbrantes vestuarios, son, quizá, la metáfora de su propia vida. Llegó a lo que siempre deseó a una edad, 41 años, habiendo dejado atrás una juventud en la que luchó por levantar la cabeza, la garganta y la música. Y voló libre por encima de los convencionalismos, de la realidad incluso. Desgraciadamente, como el viejo aforismo, más dura fue la caída. La lucha, no conseguida, de Oliver/Cosme por evitar que “la estrella” pudiera darse cuenta de las críticas demoledoras que cerraron su actuación dio ese giro de tuerca a una historia abocada no ya al fracaso sino al enfrentamiento cara a cara con lo que el público veía y escuchaba y la toma de conciencia de que no coincidía en absoluto con lo que supuestamente Florence les ofrecía.

En la obra, en un último esbozo final. Amada/Florence ironiza… “El médico de la sífilis me dijo que había quedado tocaba un poco del oído” Y ahí nos quedamos con la sonrisa congelada y ese pellizquito que nos sobrecoge viendo que el humor puede conseguir dar la vuelta a las circunstancias adversas. Florence podía tener mal el oído, el sentido de la afinación, incluso un poco desajustado algún “tornillito” allende las neuronas cantantes, pero de lo que sí disponía era de una tremenda fuerza de voluntad y de superación. Ella cantaba seriamente y el público respondía con carcajadas. -Son gente enviada por mis rivales, decía, gente sin sentido musical. Y seguía lanzando sus gorgoritos iracundos y desafinados, esos que para ella eran sonidos celestiales. Un cielo al que llegó unos meses después de aquel aciago día en el Carnegie Hall, quizá a lomos de sus inefables alas de plumas.

Florence/Amada y Cosme/Oliver acaban la obra abrazados bajo una luz de Luna que brilla entre las gasas que fueron telón, vestido, sueños…

La realidad asumida o no, siempre nos alcanza. Cae el telón, pero hay un aria que parece sonar en mitad de los aplausos… Seguro que proviene de su disco. Una grabación con un título que nos aturde sabiendo que es ella quien canta: “The Glory of the Human Voice”. Desde luego si no te das mérito y te publicitas tú misma, ¿quién va a hacerlo mejor?

 

 

 

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