Acaso no podáis distinguirme. Estoy en la puerta del corral de mi casa. Mil veces han salido por aquí mi marido y mis hijos con las bestias para irse al campo. Ahora, ya, mi Eufrasio descansa en paz en el cementerio en un nicho que voy a arreglar todas las semanas. Y mis hijos se fueron. El Paco se lio con la Romualda, la del trapero, y se escaparon hace ya un par de años. Ni una carta me ha mandado el muy desagradecido. El Eufrasio, el mayor, que por eso le puso su nombre el padre, se casó aquí en la casería de los Romerales, con la hija del patrón, Quica, y se marcharon de mayorales a la finca que la familia de ella tiene en no sé qué pueblo de la provincia de Toledo. Ya la memoria me falla y no me acuerdo.
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