José López Hervás y
Dulce Yera Romero.
“Amar en tiempos
difíciles”
José y Dulce. Nuestros padres. Una pareja que hizo realidad
esa especie de coletilla literaria de “amar en tiempos difíciles”. Un tiempo en
que la emigración estaba a la orden del día si querías progresar, e incluso
sobrevivir. Una época aquella de la mitad de los cincuenta en la que el
horizonte no mostraba nada sólido a lo que aferrarse y había que lanzarse sin
miedo a recorrerlo para hallar destellos de futuro.
José y Dulce, miembro él del muy antiguo y leal cuerpo de
Camineros del Estado; esforzada ama de su casa ella, siempre dispuesta a ahorrar una parte
del exiguo estipendio que proporcionaba el cuidado de las famosas “cinco
leguas” que cada caminero tenía a su cuidado para hacer florecer a su familia.
Del luminoso pero inerme sur al frío y húmedo norte. De su
Mancha Real del alma a aquellas Vascongadas que parecían estar situadas más
allá del fin de los mundos conocidos. De la cálida sombra de los olivos familiares
al gélido amanecer norteño. Un cambio aterrador y, sin embargo, germen de
esperanza.
Vidas de trabajo sin límite, de penurias económicas, de
anhelos geográficos y de llantinas al hilo de las canciones de una radio
comprada con esfuerzo y que se convertía en ventana o mejor, en tobogán, para
deslizarse hacia abajo, hacia el propio terruño que se imaginaba más allá del
Jaizquibel o de las inmundas riberas del Oria.
José y Dulce arañaron poco a poco el ímpetu y las
pesetas necesarias para volver al Sur. Marcharon
con un bebé de apenas meses y volvieron con un chaval preadolescente y otro
bebé al que apenas dio tiempo a desarrollar ningún gen vasco y que se sumergió
enseguida en la acogedora calina sureña.
Añoraban el sur cuando la nieve cubría sus recuerdos y
recordaban el norte cuando se asentaron de nuevo en sus esencias mientras él
seguía cuidando leguas, caminos y carreteras nacionales y ella se dedicaba a
nosotros como si nada más importara a su alrededor. Hoy, cuando ya descansan en
esa tierra a la que tanto echaron en falta, aquel pasado que los hizo fuertes
sobrevuela aun nuestra existencia. Sé que allá en los astrales senderos de las
buenas personas, él sigue velando por sus cinco leguas de cielo y por nuestros
pasos aquí abajo. Ella, como siempre, nos dedica su amplia sonrisa a cada
instante, nos aprieta fuerte en su regazo y hay momentos del día en que aun
podemos aspirar ese aroma que desprendía y que hacía honor a su nombre.
José y Dulce, allá donde estáis sé que no perdéis detalle de
nuestras aventuras cotidianas, que vuestra mano, vuestros ojos, se aprestan a
obviarnos obstáculos y a impulsar soluciones que limen algunos de nuestros
problemas. Y nosotros, los que os quisimos y os seguimos queriendo y
recordando, os agradecemos día a día ese esfuerzo con el que conseguisteis
levantar alta la cabeza y cimentar lo que ahora somos. Gracias, papá. Gracias,
mamá. Volveremos a vernos.
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