sábado, 11 de marzo de 2017

Que un alumno, en la flor de la edad, nos abandone, es algo que llega muy dentro. No fue la primera pérdida pero sí muy sentida ya que perteneció a la primera hornada de mi llegada a Jabalquinto en 1980. Rufi, mi recuerdo siempre.

RUFI CUERVA SÁNCHEZ. IN MEMORIAM.

Cuando hace apenas unos días tuve un emocionado recuerdo para algunos de mis antiguos alumnos jabalquinteños ya fallecidos por distintos avatares de la vida, que es la que nos lleva inexorablemente a terminarla cuando ella decide, no sabía que tal día como hoy tendría que hacerme eco de la partida de Rufi Cuerva. Llegué a compartir con ella y con sus compañeros de apenas seis años un aula en la que la recuerdo tímida, frágil, cariñosa siempre, resistiéndose a dar algunos pasos de baile en aquellas tardes lúdicas de primero de EGB en las que todo sabía diferente. Rufi casi se escondía entre las piernas de su maestro, las mías, o bajo las mesas con tal de no moverse al ritmo del “Juntos” de Paloma San Basilio muy en boga en aquellos primeros años ochenta.

Luego crecimos ella y yo y se lanzó, ya superada aquella primigenia timidez, a presentar las macrofiestas de fin de curso –de dos días de duración en muchas ocasiones- aportando al guión que le escribí un especial desparpajo y una mirada penetrante que te hacía partícipe de su alegría.

Entre sus primeros pasos y el término de la escolaridad obligatoria paseamos, vía premio educativo, por la vieja Francia, por las instituciones comunitarias de Estrasburgo, por el bohemio París y Rufi, siempre atenta, siempre sonriente, era esa alumna que se hace querer y que, tiempo después, me presentó a su bebé recién nacido –tuvo dos hijos- en una calle de su Jabalquinto natal en la que se cruzó conmigo.

Me vienen ahora a la memoria, cuando nos ha dejado tras una lucha inmensa y sin desánimo, las charlas con su madre, las aventuras con su hermano Leandro, las mil y una anécdotas de tantos años compartidos en el colegio…

Por regla natural deberían ser los alumnos quienes se despidieran de sus “profes”. Lamentablemente en ocasiones sucede al revés como en el caso de mi buena y recordada Rufi. Pero sé que ahora mismo, liberada de lo sufrido, se asoma al cielo de las buenas chicas, de las estupendas alumnas, de las esforzadas madres, de las personas humanamente tiernas y nos sonríe como ella sabía hacer. Pon un poco de orden, Rufi, en esa aula nueva a la que te has trasladado. Algunos compañeros tuyos campean ya por ella y quizá te necesiten. Nosotros te echaremos de menos. Sé que tú también a nosotros.

Como han comentado muchos de tus compañeros parece muy injusto que te hayas ido ahora, con la juventud a flor de piel, con la sonrisa puesta, con la pupila llena de las miradas de tus hijos y de tu familia, con el calendario lleno de días sin tachar. No. No debe serlo pero así sucede.

Gracias por todos los días que compartimos en aquellas aulas, por tu buen ánimo. Quién sabe si algún día volveremos a bailar aquel “Juntos” y ya, seguro, no te esconderás bajo la mesa. Cuídate, Rufi. Cuídanos.


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