RUFI CUERVA SÁNCHEZ. IN MEMORIAM.
Cuando hace apenas unos días tuve un emocionado recuerdo
para algunos de mis antiguos alumnos jabalquinteños ya fallecidos por distintos
avatares de la vida, que es la que nos lleva inexorablemente a terminarla
cuando ella decide, no sabía que tal día como hoy tendría que hacerme eco de la
partida de Rufi Cuerva. Llegué a compartir con ella y con sus compañeros de
apenas seis años un aula en la que la recuerdo tímida, frágil, cariñosa
siempre, resistiéndose a dar algunos pasos de baile en aquellas tardes lúdicas
de primero de EGB en las que todo sabía diferente. Rufi casi se escondía entre
las piernas de su maestro, las mías, o bajo las mesas con tal de no moverse al
ritmo del “Juntos” de Paloma San Basilio muy en boga en aquellos primeros años
ochenta.
Luego crecimos ella y yo y se lanzó, ya superada aquella
primigenia timidez, a presentar las macrofiestas de fin de curso –de dos días
de duración en muchas ocasiones- aportando al guión que le escribí un especial
desparpajo y una mirada penetrante que te hacía partícipe de su alegría.
Entre sus primeros pasos y el término de la escolaridad
obligatoria paseamos, vía premio educativo, por la vieja Francia, por las
instituciones comunitarias de Estrasburgo, por el bohemio París y Rufi, siempre
atenta, siempre sonriente, era esa alumna que se hace querer y que, tiempo
después, me presentó a su bebé recién nacido –tuvo dos hijos- en una calle de
su Jabalquinto natal en la que se cruzó conmigo.
Me vienen ahora a la memoria, cuando nos ha dejado tras una
lucha inmensa y sin desánimo, las charlas con su madre, las aventuras con su
hermano Leandro, las mil y una anécdotas de tantos años compartidos en el
colegio…
Por regla natural deberían ser los alumnos quienes se despidieran
de sus “profes”. Lamentablemente en ocasiones sucede al revés como en el caso
de mi buena y recordada Rufi. Pero sé que ahora mismo, liberada de lo sufrido,
se asoma al cielo de las buenas chicas, de las estupendas alumnas, de las
esforzadas madres, de las personas humanamente tiernas y nos sonríe como ella
sabía hacer. Pon un poco de orden, Rufi, en esa aula nueva a la que te has
trasladado. Algunos compañeros tuyos campean ya por ella y quizá te necesiten.
Nosotros te echaremos de menos. Sé que tú también a nosotros.
Como han comentado muchos de tus compañeros parece muy
injusto que te hayas ido ahora, con la juventud a flor de piel, con la sonrisa
puesta, con la pupila llena de las miradas de tus hijos y de tu familia, con el
calendario lleno de días sin tachar. No. No debe serlo pero así sucede.
Gracias por todos los días que compartimos en aquellas
aulas, por tu buen ánimo. Quién sabe si algún día volveremos a bailar aquel
“Juntos” y ya, seguro, no te esconderás bajo la mesa. Cuídate, Rufi. Cuídanos.
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